Se trata de una noticia muy triste y, como persona que lo trató, lo admiró y lo apreció, deseo manifestar mi más profundo pesar. Nunca se olvidarán sus largas intervenciones en charlas y conferencias, su erudición académica y existencial, o esa habilidad tan suya y tan simpática para dormir en las conferencias y congresos. Y qué decir de esa magnífica biblioteca que tenía en Oviedo, en la sede del antiguo PC, donde se podía acudir a visitarle.
Algunos de los momentos más buenos de mi juventud están unidos a su recuerdo y a sus interminables charlas y anécdotas, que me maravillaban. Y recuerdo que permanentemente iba cargado de artículos, y allá donde lo encontrabas, ya fuera en la calle o en la cafetería de El Corte Inglés, te daba uno nuevo: siempre tenía un escrito nuevo fotocopiado y listo para ser repartido.
Era una persona entrañable, brillante y buena que siempre que pudo echó una mano a quien se lo pidió, como fue mi caso. Tuve el honor de contar con él en un curso que organicé para los estudiantes de filosofía y demás interesados acerca de la revisión crítica del marxismo, allá por el 99, ni siquiera recuerdo ya la fecha exacta. No pidió nada a cambio y nos dedicó tres maravillosas tardes, que acabaron trasladándose del salón de actos de la biblioteca a la Isla de Cuba, célebre local del campus del Milán (los interesados no éramos tantos, como suele pasar con las cosas importantes, pero fuimos unos pocos jóvenes muy entregados que disfrutamos al máximo de esas sesiones, algo es algo). Siempre tenía infinidad de cosas que contar, y siempre tenía algo que enseñar.
Recuerdo que en cierta ocasión, en la que fuimos a comer tras un congreso, yo, que por entonces contaba 16 o 17 años, le cogí la maleta de los documentos para ayudarle. Él me dijo, en tono amable y divertido, que algún día tendría el honor de contar que le llevé la cartera a José María Laso. Pues bien, ese día, por desgracia, ha llegado y quería presumir de ello, porque, efectivamente, no fue para menos.
“Sólo del cuerpo pueden apropiarse aquellos poderes
Que tejen el oscuro destino,
Pero libre de todo el poder del tiempo,
La forma, amiga de las naturalezas felices,
Se eleva hacia el espacio de la luz
Divinamente entre los dioses.
Si queréis volar sobre sus alas,
¡arrojad de vosotros el miedo terreno,
Huid de la vida angosta y sofocante
Hacia el reino de lo ideal!”
Schiller, “El ideal y la vida”, fragmento, de “Poesía filosófica”, traducido por Daniel Innerarity
Sit tibi terra levis,
Violeta.
Datos personales
- Dr Violeta Varela Álvarez
- London, United Kingdom
- Investigadora en el Instituto de Estudios Medievales y Renacentistas de la Universidad de Salamanca y en el Centro de Estudios Clásicos y Humanísticos de la Universidad de Coimbra. Doctora en filosofía por la Universidad de Salamanca (Febrero de 2008). Autora de cinco libros: "Una revolución hacia la nada" (2012), "Don Quijote de la Mancha: literatura, filosofía y política" (2012) "Destino y Libertad en la tragedia griega" (2008), "Contra la teoría literaria feminista" (2007) y "El mito de Prometeo en Hesíodo, Esquilo y Platón: tres imágenes de la Grecia antigua" (2006). Ha publicado varios trabajos en revistas académicas sobre asuntos de literatura, filosofía y teoría literaria. En su carrera investigadora ha trabajado y estudiado en las universidades de Oviedo, Salamanca y Oxford. Fundamentalmente se ha especializado en la identificación y el análisis de las Ideas filosóficas presentes en la obra de numerosos clásicos de la literatura universal, con especial atención a la literatura de la antigüedad greco-latina y la literatura española.
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- Acerca de mí
- "El mito de Prometeo en Hesíodo, Esquilo y Platón: tres imágenes de la Grecia Antigua" (2006)
- "Contra la teoría literaria feminista" (2007)
- "Destino y Libertad en la tragedia griega" (2008)
- "Una revolución hacia la nada" (2012)
- "Don Quijote de la Mancha: Literatura, Filosofía y Política" (2012)
No es que esto sea Ítaca, pero verás que es agradable
No es que esto sea Ítaca, pero verás que es agradable
Si amas la literatura y adoras la filosofía, éste puede ser un buen lugar para atracar mientras navegas por la red.
Aquí encontrarás acercamientos críticos de naturaleza filosófica a autores clásicos, ya sean antiguos, modernos o contemporáneos; críticas apasionadas de las corrientes más "totales" del momento: desde la moda de los estudios culturales hasta los intocables estudios "de género" o feministas; investigaciones estrictamente filosóficas sobre diversas Ideas fundamentales y muchas cosas más. Puede que hasta os echéis unas risas, cortesía de algún autor posmoderno.
Ante todo, encontraréis coherencia, pasión, sinceridad y honestidad, antes que corrección política, retóricas complacientes y cinismos e hipocresías de toda clase y condición, pero siempre muy bien disimuladas.
También tenemos la ventaja de que, como el "mercado" suele pasar de estos temas, nos vengamos de él hablando de algunos autores con los que se equivocó, muchísimos, ya que, en su momento, conocieron el fracaso literario o filosófico y el rechazo social en toda su crudeza; y lo conocieron, entre otras cosas, porque fueron autores muy valientes (son los que más merecen la pena). Se merecen, en consecuencia, el homenaje de ser rehabilitados en todo lo que tuvieron de transgresor, algo que, sorprendentemente, en la mayoría de los casos, sigue vigente en la actualidad.
En definitiva, lo que se ofrece aquí es el sitio de alguien que vive para la filosofía y la literatura (aunque, sobre todo en el caso de la filosofía, se haga realmente duro el vivir de ellas) y que desea tratar de ellas con respeto y rigor, pero sin perder la gracia, porque creo que se lo debemos, y si hay algo que una ha aprendido de los griegos es, sin duda, que se debe ser siempre agradecido.
Si amas la literatura y adoras la filosofía, éste puede ser un buen lugar para atracar mientras navegas por la red.
Aquí encontrarás acercamientos críticos de naturaleza filosófica a autores clásicos, ya sean antiguos, modernos o contemporáneos; críticas apasionadas de las corrientes más "totales" del momento: desde la moda de los estudios culturales hasta los intocables estudios "de género" o feministas; investigaciones estrictamente filosóficas sobre diversas Ideas fundamentales y muchas cosas más. Puede que hasta os echéis unas risas, cortesía de algún autor posmoderno.
Ante todo, encontraréis coherencia, pasión, sinceridad y honestidad, antes que corrección política, retóricas complacientes y cinismos e hipocresías de toda clase y condición, pero siempre muy bien disimuladas.
También tenemos la ventaja de que, como el "mercado" suele pasar de estos temas, nos vengamos de él hablando de algunos autores con los que se equivocó, muchísimos, ya que, en su momento, conocieron el fracaso literario o filosófico y el rechazo social en toda su crudeza; y lo conocieron, entre otras cosas, porque fueron autores muy valientes (son los que más merecen la pena). Se merecen, en consecuencia, el homenaje de ser rehabilitados en todo lo que tuvieron de transgresor, algo que, sorprendentemente, en la mayoría de los casos, sigue vigente en la actualidad.
En definitiva, lo que se ofrece aquí es el sitio de alguien que vive para la filosofía y la literatura (aunque, sobre todo en el caso de la filosofía, se haga realmente duro el vivir de ellas) y que desea tratar de ellas con respeto y rigor, pero sin perder la gracia, porque creo que se lo debemos, y si hay algo que una ha aprendido de los griegos es, sin duda, que se debe ser siempre agradecido.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
domingo, 20 de diciembre de 2009
Felices vacaciones y feliz 2010
“Envíame en feliz e irreprochable travesía
adonde me llevan la gran Moira
y el consejo de los amigos
y la divinidad que todo lo puede
y que así hizo que se cumpliera”.
Sófocles, Filoctetes, vv. 1465-1469.
“Ni por ser joven demore uno interesarse por la verdad ni por empezar a envejecer deje de interesarse por la verdad. Pues no hay nadie que no haya alcanzado ni a quien le haya pasado el momento para la salud del alma. Y quien asegura o que todavía no le ha llegado o que ya se le ha pasado el momento de interesarse por la verdad es igual que quien asegura o que todavía no le ha llegado o que ya se le ha pasado el momento de la felicidad. De modo que debe interesarse por la verdad tanto el joven como el viejo, aquél para al mismo tiempo que se hace viejo rejuvenecerse en dicha por la satisfacción de su comportamiento pasado, y éste para al mismo tiempo que es viejo ser joven por su impavidez ante el futuro. Así, pues, es menester practicar la ciencia que trae la felicidad si es que, presente ésta, tenemos todo, mientras, si está ausente, hacemos todo por tenerla.
[…]
Así pues, practica día y noche estas enseñanzas y las afines a éstas contigo mismo y con el que sea igual que tú, y jamás, ni en la vida real ni en los sueños, estarás preocupado, sino que vivirás como un dios entre los hombres. Pues no se parece nada a un ser que tiene una vida mortal el hombre que vive en medio de bienes inmortales” (Epicuro, Epístola a Meneceo)
Deseando un feliz 2010, unas estupendas vacaciones y que al Destino le seamos indiferentes para que podamos ser artífices de nuestra propia Fortuna,
Violeta.
adonde me llevan la gran Moira
y el consejo de los amigos
y la divinidad que todo lo puede
y que así hizo que se cumpliera”.
Sófocles, Filoctetes, vv. 1465-1469.
“Ni por ser joven demore uno interesarse por la verdad ni por empezar a envejecer deje de interesarse por la verdad. Pues no hay nadie que no haya alcanzado ni a quien le haya pasado el momento para la salud del alma. Y quien asegura o que todavía no le ha llegado o que ya se le ha pasado el momento de interesarse por la verdad es igual que quien asegura o que todavía no le ha llegado o que ya se le ha pasado el momento de la felicidad. De modo que debe interesarse por la verdad tanto el joven como el viejo, aquél para al mismo tiempo que se hace viejo rejuvenecerse en dicha por la satisfacción de su comportamiento pasado, y éste para al mismo tiempo que es viejo ser joven por su impavidez ante el futuro. Así, pues, es menester practicar la ciencia que trae la felicidad si es que, presente ésta, tenemos todo, mientras, si está ausente, hacemos todo por tenerla.
[…]
Así pues, practica día y noche estas enseñanzas y las afines a éstas contigo mismo y con el que sea igual que tú, y jamás, ni en la vida real ni en los sueños, estarás preocupado, sino que vivirás como un dios entre los hombres. Pues no se parece nada a un ser que tiene una vida mortal el hombre que vive en medio de bienes inmortales” (Epicuro, Epístola a Meneceo)
Deseando un feliz 2010, unas estupendas vacaciones y que al Destino le seamos indiferentes para que podamos ser artífices de nuestra propia Fortuna,
Violeta.
lunes, 7 de diciembre de 2009
XVII. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes? Bibliografía
Para identificar los títulos citados: quédese con el nombre del autor y el año de edición que aparecen en los textos y gracias a los cuales podrá encontrar luego en esta lista la referencia completa.
1- Bibliografía Literaria
Alonso Fernández de Avellaneda (1614), Don Quijote de la Mancha, Edición de Martín de Riquer, Madrid, Espasa-Calpe (1972).
Cervantes, Miguel de (1605/1615), Don Quijote de la Mancha, Edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, con la colaboración de Joaquín Forradillas y con un estudio preliminar de Francisco Lázaro Carreter; Galaxia Gutemberg, Círculo de lectores y Centro para la edición de clásicos españoles (2005).
Cervantes, Miguel de, Los baños de Argel, edición de Florencio Sevilla Arroyo en Obras completas, Madrid, Castalia (1999).
Cervantes, Miguel de, La gran sultana, edición de Florencio Sevilla Arroyo en Obras completas, Madrid, Castalia (1999).
Cervantes, Miguel de, El laberinto de amor, edición de Florencio Sevilla Arroyo en Obras completas, Madrid, Castalia (1999).
Cervantes, Miguel de, El trato de Argel, edición de Florencio Sevilla Arroyo en Obras completas, Madrid, Castalia (1999).
Cervantes, Miguel de, La fuerza de la sangre, edición de Florencio Sevilla Arroyo en Obras completas, Madrid, Castalia (1999).
González Iglesias, J. A. (2006), “Don Quijote, poeta en acción”, en José Manuel Oca Lozano (ed.), La razón de la sinrazón que a la razón se hace. Lecturas actuales del Quijote, vol. II, Segovia, fundación instituto Castellano y Leonés de la Lengua.
Menéndez Pidal, Ramón (1938/1988), Flor nueva de romances viejos, Madrid, Espasa-Calpe.
Quevedo, Francisco de (1982), Antología poética, prólogo y selección de Jorge Luis Borges, Madrid, Alianza Editorial.
Rótterdam, Erasmo de (1509/1999), Elogio de la locura o Encomio de la estulticia, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Edición digital basada en la traducción con prólogo y notas de Pedro Voltes Bou, Madrid, Espasa Calpe, 1953.
2- Bibliografía filosófica
AA. VV. (1951-52/1960-61), Die Fragmente der Vorsokratiker: Griechisch und Deutsch, 3 vols., edición y traducción al alemán de H. Diels, revisada por W. Kranz, Berlín, Weidmannsche Verlagscuchhandlung.
AA. VV. (1994), Los filósofos presocráticos, 3 volúmenes, introducción, traducción y notas de C. Eggers Lan y V. E. Juliá, Madrid, Gredos.
AA. VV. (1996), Sofistas: testimonios y fragmentos, introducción, traducción y notas de A. Melero, Madrid, Gredos.
Aristóteles (1994), Metafísica, introducción, traducción y notas de Tomás Calvo Martínez, Madrid, Gredos.
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Bueno, G. (1996a), El animal divino, Oviedo, Pentalfa.
Bueno, G. (1996b), El sentido de la vida. Seis lecciones de filosofía moral, Oviedo, Pentalfa.
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Heidegger, M. (1927/1996), El ser y el tiempo, traducción de José Gaos, México, FCE.
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Kant, I. (1790/2005), Kritik der Urteilskraft, mit einer Einl. Und Bibliogr. hrsg. Von Heiner F. Klemme. –Sonderausg. Edición española cuidada por Ansgar Klein y traducción española de J. Rovira Armengol: Crítica del Juicio, Buenos Aires, Editorial Losada.
Montesquieu, M. L. (1748/1995), De l´Esprit des Lois. Traducción española de Mercedes Blázquez y Pedro de Vega con una introducción de Enrique Tierno Galván: Del espíritu de las leyes, Madrid, Tecnos.
Ortega Y Gasset, J. (1914), Meditaciones del Quijote, edición de Julián Marías, Madrid, Cátedra, 1984.
Platón (1992), Parménides; Teeteto; Sofista; Político en Diálogos V, introducción, traducción y notas de Mª. I. Santa Cruz, A. Vallejo Campos y N. L. Cordero, Madrid, Gredos.
Platón (1998) República en Diálogos IV, introducción, traducción y notas por C. Eggers Lan, Madrid, Gredos.
Plutarco (1986), Obras morales y de costumbres (Moralia). Vol. II, Introducciones, traducciones y notas por C. Morales Otal y J. García López, Madrid, Gredos.
Sartre, J. P. (1942/1982), L´être et le néant. Traducción española de Juan Valmar con un prólogo de Julio Lago Alonso realizada sobre la edición de éditions gallimard: El ser y la nada, Obras completas, vol. III, Madrid, Aguilar.
Sartre, J. P. (1961/1982), Critique de la raison dialectique. Traducción española de Manuel Lamana con un prólogo de Julio Lago Alonso realizada sobre la edición de éditions gallimard: Crítica de la razón dialéctica, Obras Completas, vol. III, Madrid, Aguilar.
Schelling, F. (1785/1993), Briefe über Dogmatismus und Kritizismus, Hauptwerke der Philosophie in originalgetreuen Nachdrucken, vol. 3, Leipzig, 1914. Traducción española e introducción de V. Careaga: Cartas sobre dogmatismo y criticismo, Madrid, Tecnos.
Schiller, F. (1795/1990), Sämtliche Werke. V, Über die ästhetische Erziehung des Menschen in einer Reihe von Briefen, Munich, Hanser, 1980. Traducción española de Manuel García Morente, Mª José Callejo Herranz y Jesús González Fisac, con la edición y estudio preliminar de J. M. Navarro Cordón: Escritos sobre estética, Madrid, Tecnos.
Spinoza, B. (1656-1661/1990), Tratado Breve, traducción, prólogo y notas de Atilano Domínguez, Madrid, Alianza Editorial.
Spinoza, B. (1670/1986), Tratado teológico-político, traducción, introducción, notas e índices de Atilano Domínguez, Madrid, Alianza Editorial.
Spinoza, B. (1678/1987), Ética, introducción, traducción y notas de Vidal Peña García, Madrid, Alianza Editorial.
Spinoza, B. (1924), Spinoza Opera. Im Auftrag der Heidelberger Akademie der Wissenschaften, herausgegeben von Carl Gebhardt, Heidelberg, Carl Winter Verlag.
3- Bibliografía filológica
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XVI. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Si ya en la primera parte Sancho destacaba, en la segunda se ganará el respeto de todos, pero especialmente de su señor, que llega a poner el bienestar de su fiel escudero por encima del de su señora (II, LXXI, 1314), sintiendo lástima de un Sancho que estaba dispuesto a azotarse por sacar un dinero (II, LXXI, 1311 y 1313) -aunque luego recurra a la trampa de los árboles-.
Don Quijote, ingenioso hidalgo, bien podría estar arrepintiéndose de discursos como éste que reproduzco a continuación, tan lleno de cinismo:
“Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes rayos las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase, cuando don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba; lo cual visto por don Quijote, antes que le despertase, le dijo:
—¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores ni sobresaltan encantamentos! Duermes, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento, que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto, contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia” (II, XX, 862-863).
O acaso de éste:
“Vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo. ¡Oh pan mal conocido, oh promesas mal colocadas, oh hombre que tiene más de bestia que de persona! ¿Ahora cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu mujer te llamaran “señoría”, te despides? ¿Ahora te vas, cuando yo venía con intención firme y valedera de hacerte señor de la mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel, etcétera. Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida, que para mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia.
Miraba Sancho a don Quijote de en hito en hito, en tanto que los tales vituperios le decía, y compungióse de manera que le vinieron las lágrimas a los ojos y con voz dolorida y enferma le dijo:
—Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola: si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.
—Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras algún refrancico en tu coloquio. Ahora bien, yo te perdono, con que te emiendes y con que no te muestres de aquí adelante tan amigo de tu interés, sino que procures ensanchar el corazón y te alientes y animes a esperar el cumplimiento de mis promesas, que, aunque se tarda, no se imposibilita” (II, XXVIII, 946-947).
El arrepentimiento de don Quijote obedece a razones: razones testamentarias. Ha perjudicado a Sancho y rectifica el agravio incluyéndolo en su testamento. Esto no es un arrepentimiento cristiano, Alonso Quijano obra conforme a razones y a hechos. Para que se entienda, no se arrepiente (algo muy cristiano que no supone acción ni reparación del daño causado), sino que rectifica materialmente y actúa para beneficiar a Sancho. Si habla de arrepentimiento es para adecuar su comportamiento a las mentalidades que le rodean y que serían muy capaces de anular sus últimas voluntades igual que expoliaron su biblioteca. Finge acatar los dictados de la religión y del orden imperante, para materialmente subvertir todas las convenciones de su época: favorecer a un villano.
Cervantes construye la segunda parte en confrontación con el Quijote de Avellaneda. Tres son los puntos principales en la interpretación de los personajes y la trama que se llevan a cabo en la obra de Avellaneda:
- Maltrato del personaje de Sancho y animalización de sus relaciones con su esposa y con el resto de las personas con las que trata.
- Maltrato de las figuras femeninas, en especial la de Dulcinea.
- Quien lo escribió se tomó a don Quijote muy en serio, no lo consideraba un loco.
El Quijote de Avellaneda pone a cada personaje en el lugar que le corresponde dentro de la escala estamental que Cervantes había subvertido. La respuesta cervantina será clara: en la segunda parte la subversión será mayor, el amor de don Quijote por Dulcinea no cesará y el hidalgo acabará respetando a un rústico de quien ya nadie puede dudar que es noble. Sancho encarna en el Quijote multitud de virtudes: como gobernante, como persona, como amigo, como padre, como esposo. A Cervantes no le gusta el Sancho que pretende pintar Avellaneda:
“—Y ese don Quijote —dijo el nuestro— ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?
—Sí traía —respondió don Álvaro—; y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
—Eso creo yo muy bien —dijo a esta sazón Sancho—, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y, si no, haga vuestra merced la experiencia y ándese tras de mí por los menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo hago reír a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo: todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño” (II, LXXII, 1318-1319).
Sus personajes no son los de Avellaneda (II, LXXII, 1320). Lo que es más, el personaje del caballero de los espejos y de su fingido escudero bien podrían ser una transposición de los mismos personajes en la interpretación fijada por Avellaneda: en esa pareja cada uno está en su sitio. De hecho, no entienden que don Quijote permita hablar a Sancho (II, XII, 791).
Hasta aquí ha llegado mi interpretación del comportamiento de don Quijote y la explicitación de la relación que creo debe establecerse entre la hipótesis del juego y la dialéctica social.
FIN DEL CAPÍTULO (PARA OTROS CAPÍTULOS DEL LIBRO, VER ENTRADAS ANTIGUAS)
Don Quijote, ingenioso hidalgo, bien podría estar arrepintiéndose de discursos como éste que reproduzco a continuación, tan lleno de cinismo:
“Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con el ardor de sus calientes rayos las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase, cuando don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba; lo cual visto por don Quijote, antes que le despertase, le dijo:
—¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores ni sobresaltan encantamentos! Duermes, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento, que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto, contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia” (II, XX, 862-863).
O acaso de éste:
“Vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo. ¡Oh pan mal conocido, oh promesas mal colocadas, oh hombre que tiene más de bestia que de persona! ¿Ahora cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu mujer te llamaran “señoría”, te despides? ¿Ahora te vas, cuando yo venía con intención firme y valedera de hacerte señor de la mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel, etcétera. Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida, que para mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia.
Miraba Sancho a don Quijote de en hito en hito, en tanto que los tales vituperios le decía, y compungióse de manera que le vinieron las lágrimas a los ojos y con voz dolorida y enferma le dijo:
—Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola: si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.
—Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras algún refrancico en tu coloquio. Ahora bien, yo te perdono, con que te emiendes y con que no te muestres de aquí adelante tan amigo de tu interés, sino que procures ensanchar el corazón y te alientes y animes a esperar el cumplimiento de mis promesas, que, aunque se tarda, no se imposibilita” (II, XXVIII, 946-947).
El arrepentimiento de don Quijote obedece a razones: razones testamentarias. Ha perjudicado a Sancho y rectifica el agravio incluyéndolo en su testamento. Esto no es un arrepentimiento cristiano, Alonso Quijano obra conforme a razones y a hechos. Para que se entienda, no se arrepiente (algo muy cristiano que no supone acción ni reparación del daño causado), sino que rectifica materialmente y actúa para beneficiar a Sancho. Si habla de arrepentimiento es para adecuar su comportamiento a las mentalidades que le rodean y que serían muy capaces de anular sus últimas voluntades igual que expoliaron su biblioteca. Finge acatar los dictados de la religión y del orden imperante, para materialmente subvertir todas las convenciones de su época: favorecer a un villano.
Cervantes construye la segunda parte en confrontación con el Quijote de Avellaneda. Tres son los puntos principales en la interpretación de los personajes y la trama que se llevan a cabo en la obra de Avellaneda:
- Maltrato del personaje de Sancho y animalización de sus relaciones con su esposa y con el resto de las personas con las que trata.
- Maltrato de las figuras femeninas, en especial la de Dulcinea.
- Quien lo escribió se tomó a don Quijote muy en serio, no lo consideraba un loco.
El Quijote de Avellaneda pone a cada personaje en el lugar que le corresponde dentro de la escala estamental que Cervantes había subvertido. La respuesta cervantina será clara: en la segunda parte la subversión será mayor, el amor de don Quijote por Dulcinea no cesará y el hidalgo acabará respetando a un rústico de quien ya nadie puede dudar que es noble. Sancho encarna en el Quijote multitud de virtudes: como gobernante, como persona, como amigo, como padre, como esposo. A Cervantes no le gusta el Sancho que pretende pintar Avellaneda:
“—Y ese don Quijote —dijo el nuestro— ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?
—Sí traía —respondió don Álvaro—; y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
—Eso creo yo muy bien —dijo a esta sazón Sancho—, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y, si no, haga vuestra merced la experiencia y ándese tras de mí por los menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo hago reír a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo: todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño” (II, LXXII, 1318-1319).
Sus personajes no son los de Avellaneda (II, LXXII, 1320). Lo que es más, el personaje del caballero de los espejos y de su fingido escudero bien podrían ser una transposición de los mismos personajes en la interpretación fijada por Avellaneda: en esa pareja cada uno está en su sitio. De hecho, no entienden que don Quijote permita hablar a Sancho (II, XII, 791).
Hasta aquí ha llegado mi interpretación del comportamiento de don Quijote y la explicitación de la relación que creo debe establecerse entre la hipótesis del juego y la dialéctica social.
FIN DEL CAPÍTULO (PARA OTROS CAPÍTULOS DEL LIBRO, VER ENTRADAS ANTIGUAS)
XV. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Don Quijote al final se arrepentirá. No se arrepiente un loco de haber hecho locuras -¿cabría hablar de arrepentimiento respecto a un comportamiento que no obedecía a razón ni a conciencia?, creo que no-, se arrepiente un hombre ocioso de haber embarcado en un juego delirante a quien no podía permitírselo. Un juego que iba a costa de Sancho. En sentido literal se expresa esta idea en el Quijote: “a costa de las posaderas de Sancho” (II, LXX, 1302). Se arrepentirá para que quede claro que el testamento lo realiza un hombre cuerdo: Alonso Quijano, que decide dejar una importante cantidad de dinero a quien ha sido el acompañante y sustentador de su supuesta locura.
“Las misericordias —respondió don Quijote—, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma [adviértase el sarcasmo que encierra esta frase]. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.
Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:
—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de “bueno”. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino” (II, LXXIIII, 1330-1331).
Alonso Quijano dice al final de sus días todo lo que los demás quieren oír para poder dejar cubierto a Sancho, amigo fiel que no se ha separado del lecho de su antiguo señor (II, LXXIIII, 1330-1331).
“—Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que, porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece” (II, LXXIIII, 1332).
Alonso Quijano abandonará un juego que ya no era tan divertido, puesto que ahora eran los demás los que jugaban con él y, sobre todo, con Sancho. Abandonará un juego que ya no le interesaba, y lo hará por un amigo que le interesaba hasta el punto de tener que plegarse a otro juego: el de la realidad católica que le obliga a arrepentirse de todo para que su testamento sea, a ojos de todos los demás, obra de un hombre cuerdo. Un hidalgo cuerdo y arrepentido que deja parte de su dinero a su loco escudero, al que no dejaría, arrepentido y cuerdo, de ofrecerle un reino. No creo que tengan sentido las interpretaciones teológicas, irracionalistas y fideístas de la muerte del hidalgo, como la que muestro a continuación.
“Don Quijote no muere; se evapora, por así decirlo. Alonso Quijano ya no quiere ser Don Quijote. Muchos lectores se entristecen, se lamentan, se sienten desengañados. Quisieran verle de nuevo sobre su rocín, con lanza y adarga, emprendiendo nuevas aventuras. Y todo ¿para qué? Es que no se comprende que la misión del Caballero de la Triste Figura no podía terminar de otra manera. Tenía que pagar su heroísmo. El médico aseguró “que melancolías y desabrimientos le acababan”. Anheló, como caballero andante, ser un paladín de la justicia y terminó siendo derribado por el Caballero de la Blanca Luna. Con lo cual cae en profunda desesperación por su derrota. Esta desesperación debía encontrar en la muerte su desenlace, por el conocimiento de que todo había sido locura. Pero la muerte en la creencia de que Dulcinea no era una princesa adorable, sino una lugareña bronca, y de que toda su fe y sus hechos y sus cuitas habían sido locura, ¿no es también una muerte desesperada? Sí, era necesario salvar el alma de la razón de Don Quijote antes de su muerte. Tampoco se puede aceptar fácilmente que toda su fe y sus hechos fueron locura. Alonso Quijano, buen cristiano al fin y al cabo, abominó los disparates y artificios de los libros de caballería, no los valores eternos del ideal caballeresco. La adversidad fue recibida por él, como un rayo de verdad enviado por Dios misericordioso. “Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda prisa: déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese... que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma”. (II, 74.) Si sabía, por la materia de que estaba hecho, que morir resulta forzoso, entonces, se vuelve imprescindible hacer la paz definitiva con Dios. En este sentido, resulta interesante abordar la dimensión relacionada con la renuncia del Quijote. Tanto autores rusos como españoles coinciden en destacar a partir de la muerte del Quijote el sentido de renuncia implicado. “Cuando al fin renunció a todo, dice Dostoievsky, cuando curó de su locura y se convirtió en un hombre cuerdo... no tardó en irse de este mundo plácidamente y con triste sonrisa en los labios, consolando todavía al lloroso Sancho, y amando al mundo con la gran fuerza de aquella ternura que en su santo corazón se encerrara, y viendo, sin embargo, que no hacía ya falta alguna en la tierra”. Cabe destacar que esta renuncia, para Agustín Basave Fernández del Valle, tiene un sentido de donación, de entrega: “Se renuncia al egocentrismo para entregarse al teo-centrismo. Y para quitar cualquier sabor de conceptualismo abstracto, digámoslo en términos más precisos: se renuncia al narcisismo del yo para darse, generosamente, a Dios”. (Fernández del Valle, 53)” (Navarrete, 2005).
Para aceptar el buen cristianismo de Alonso Quijano hay que aceptar dos premisas que a su vez dependen la una de la otra:
- Premisa 1: don Quijote está loco.
- Premisa 2: se arrepiente de su conducta impía y se reconcilia con Dios a su muerte.
Muchas cosas son las que fallan en esta argumentación, tanto en el nivel deductivo de concatenamiento de las premisas, como en el nivel hipotético. Para empezar, creo haber demostrado que la supuesta locura de don Quijote no es ni mucho menos algo firmemente establecido en la novela. Hay demasiados indicios que inducen a pensar lo contrario. Quienes apuestan por la locura de don Quijote, pienso, acaban aportando interpretaciones que caen una por una en todas las trampas que Cervantes ha colocado en la obra: creer que el Discurso de las Armas y las Letras es un discurso lúcido; pasar por alto la ironía presente en el Discurso en defensa de la poesía; considerar los ataques a los estamentos religiosos como un acto de locura antes que de rebeldía; etc. Esto respecto a la hipótesis de que parten este tipo de interpretaciones. Examinemos ahora la coherencia interna que se da entre la hipótesis y sus consecuencias deductivas. Si don Quijote estaba loco, ¿qué sentido tiene hablar de arrepentimiento, por un lado, a la vez que se hace de Sancho un importante beneficiario del testamento, por otro? Si Alonso Quijano reniega de don Quijote y sus impiedades, ¿por qué no renegar del cómplice que tuvo? ¿Qué sentido tiene que un loco se arrepienta y pida perdón? A mi juicio, y es algo en lo que insisto en este trabajo, ninguno.
“Las misericordias —respondió don Quijote—, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma [adviértase el sarcasmo que encierra esta frase]. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.
Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:
—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de “bueno”. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino” (II, LXXIIII, 1330-1331).
Alonso Quijano dice al final de sus días todo lo que los demás quieren oír para poder dejar cubierto a Sancho, amigo fiel que no se ha separado del lecho de su antiguo señor (II, LXXIIII, 1330-1331).
“—Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que, porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece” (II, LXXIIII, 1332).
Alonso Quijano abandonará un juego que ya no era tan divertido, puesto que ahora eran los demás los que jugaban con él y, sobre todo, con Sancho. Abandonará un juego que ya no le interesaba, y lo hará por un amigo que le interesaba hasta el punto de tener que plegarse a otro juego: el de la realidad católica que le obliga a arrepentirse de todo para que su testamento sea, a ojos de todos los demás, obra de un hombre cuerdo. Un hidalgo cuerdo y arrepentido que deja parte de su dinero a su loco escudero, al que no dejaría, arrepentido y cuerdo, de ofrecerle un reino. No creo que tengan sentido las interpretaciones teológicas, irracionalistas y fideístas de la muerte del hidalgo, como la que muestro a continuación.
“Don Quijote no muere; se evapora, por así decirlo. Alonso Quijano ya no quiere ser Don Quijote. Muchos lectores se entristecen, se lamentan, se sienten desengañados. Quisieran verle de nuevo sobre su rocín, con lanza y adarga, emprendiendo nuevas aventuras. Y todo ¿para qué? Es que no se comprende que la misión del Caballero de la Triste Figura no podía terminar de otra manera. Tenía que pagar su heroísmo. El médico aseguró “que melancolías y desabrimientos le acababan”. Anheló, como caballero andante, ser un paladín de la justicia y terminó siendo derribado por el Caballero de la Blanca Luna. Con lo cual cae en profunda desesperación por su derrota. Esta desesperación debía encontrar en la muerte su desenlace, por el conocimiento de que todo había sido locura. Pero la muerte en la creencia de que Dulcinea no era una princesa adorable, sino una lugareña bronca, y de que toda su fe y sus hechos y sus cuitas habían sido locura, ¿no es también una muerte desesperada? Sí, era necesario salvar el alma de la razón de Don Quijote antes de su muerte. Tampoco se puede aceptar fácilmente que toda su fe y sus hechos fueron locura. Alonso Quijano, buen cristiano al fin y al cabo, abominó los disparates y artificios de los libros de caballería, no los valores eternos del ideal caballeresco. La adversidad fue recibida por él, como un rayo de verdad enviado por Dios misericordioso. “Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda prisa: déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese... que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma”. (II, 74.) Si sabía, por la materia de que estaba hecho, que morir resulta forzoso, entonces, se vuelve imprescindible hacer la paz definitiva con Dios. En este sentido, resulta interesante abordar la dimensión relacionada con la renuncia del Quijote. Tanto autores rusos como españoles coinciden en destacar a partir de la muerte del Quijote el sentido de renuncia implicado. “Cuando al fin renunció a todo, dice Dostoievsky, cuando curó de su locura y se convirtió en un hombre cuerdo... no tardó en irse de este mundo plácidamente y con triste sonrisa en los labios, consolando todavía al lloroso Sancho, y amando al mundo con la gran fuerza de aquella ternura que en su santo corazón se encerrara, y viendo, sin embargo, que no hacía ya falta alguna en la tierra”. Cabe destacar que esta renuncia, para Agustín Basave Fernández del Valle, tiene un sentido de donación, de entrega: “Se renuncia al egocentrismo para entregarse al teo-centrismo. Y para quitar cualquier sabor de conceptualismo abstracto, digámoslo en términos más precisos: se renuncia al narcisismo del yo para darse, generosamente, a Dios”. (Fernández del Valle, 53)” (Navarrete, 2005).
Para aceptar el buen cristianismo de Alonso Quijano hay que aceptar dos premisas que a su vez dependen la una de la otra:
- Premisa 1: don Quijote está loco.
- Premisa 2: se arrepiente de su conducta impía y se reconcilia con Dios a su muerte.
Muchas cosas son las que fallan en esta argumentación, tanto en el nivel deductivo de concatenamiento de las premisas, como en el nivel hipotético. Para empezar, creo haber demostrado que la supuesta locura de don Quijote no es ni mucho menos algo firmemente establecido en la novela. Hay demasiados indicios que inducen a pensar lo contrario. Quienes apuestan por la locura de don Quijote, pienso, acaban aportando interpretaciones que caen una por una en todas las trampas que Cervantes ha colocado en la obra: creer que el Discurso de las Armas y las Letras es un discurso lúcido; pasar por alto la ironía presente en el Discurso en defensa de la poesía; considerar los ataques a los estamentos religiosos como un acto de locura antes que de rebeldía; etc. Esto respecto a la hipótesis de que parten este tipo de interpretaciones. Examinemos ahora la coherencia interna que se da entre la hipótesis y sus consecuencias deductivas. Si don Quijote estaba loco, ¿qué sentido tiene hablar de arrepentimiento, por un lado, a la vez que se hace de Sancho un importante beneficiario del testamento, por otro? Si Alonso Quijano reniega de don Quijote y sus impiedades, ¿por qué no renegar del cómplice que tuvo? ¿Qué sentido tiene que un loco se arrepienta y pida perdón? A mi juicio, y es algo en lo que insisto en este trabajo, ninguno.
XIV. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Así comienza la segunda parte: Sancho convence a su mujer de los beneficios que puede sacar siendo escudero de un caballero andante y convence a don Quijote de que debe efectuarse ya la tercera salida. Frente al escepticismo de su mujer, Sancho se halla imbuido de la esperanza que para un rústico supone el discurso quijotesco. Un discurso en el que la nobleza no depende del nacimiento (II, VI, 734-735; II, XXXII, 972), sino de la condición de cada hombre. El código caballeresco de don Quijote encubre bajo su retórica las verdaderas dialécticas que existían en su momento histórico:
“—Mucho me pesa, Sancho, que hayas dicho y digas que yo fui el que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo no me quedé en mis casas: juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos; una misma fortuna y una misma suerte ha corrido por los dos: si a ti te mantearon una vez, a mí me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja.
—Eso estaba puesto en razón —respondió Sancho—, porque, según vuestra merced dice, más anejas son a los caballeros andantes las desgracias que a sus escuderos.
—Engáñaste, Sancho —dijo don Quijote—, según aquello “quando caput dolet”, etcétera.
—No entiendo otra lengua que la mía —respondió Sancho.
—Quiero decir —dijo don Quijote— que cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen; y así, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeza, y tú mi parte, pues eres mi criado; y por esta razón el mal que a mí me toca, o tocare, a ti te ha de doler, y a mí el tuyo.
—Así había de ser —dijo Sancho—, pero cuando a mí me manteaban como a miembro, se estaba mi cabeza detrás de las bardas, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno; y pues los miembros están obligados a dolerse del mal de la cabeza, había de estar obligada ella a dolerse dellos.
—¿Querrás tú decir agora, Sancho —respondió don Quijote—, que no me dolía yo cuando a ti te manteaban? Y si lo dices, no lo digas, ni lo pienses, pues más dolor sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo. Pero dejemos esto aparte por agora, que tiempo habrá donde lo ponderemos y pongamos en su punto […]” (II, II, 699-700).
Con las ideas igualitaristas quijotescas (“y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”, dice don Quijote en II, XLII, 1060) –ideas muy cínicas, como se ve en el diálogo que acabo de reproducir- afrontará Sancho el diálogo con su mujer antes de partir por última vez. Un Sancho que cree que va a mejorar su vida y la de su familia (“si no pensare antes de mucho tiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto” dice en II, V, 725).
“- Ven acá, bestia y mujer de Barrabás —replicó Sancho—: ¿por qué quieres tú ahora, sin qué ni para qué, estorbarme que no case a mi hija con quien me dé nietos que se llamen “señoría”? Mira, Teresa, siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa; y no sería bien que ahora, que está llamando a nuestra puerta se la cerremos: dejémonos llevar deste viento favorable que nos sopla.
Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo.
—¿No te parece, animalia —prosiguió Sancho—, que será bien dar con mi cuerpo en algún gobierno provechoso que nos saque el pie del lodo? Y cásese a Mari Sancha con quien yo quisiere, y verás cómo te llaman a ti “doña Teresa Panza” y te sientas en la iglesia sobre alcatifa, almohadas y arambeles, a pesar y despecho de las hidalgas del pueblo. ¡No, sino estaos siempre en un ser, sin crecer ni menguar, como figura de paramento! Y en esto no hablemos más, que Sanchica ha de ser condesa, aunque tú más me digas” (II, V, 727)
Sancho se deja llevar. Con estas esperanzas, que Sancho verá volverse en humo al final de la obra (II, LXV, 1271), juega don Quijote para zafarse de la petición de salario que su leal escudero le formula (II, VII, 742).
“Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión, y buena queja que mala paga. Hablo de esta manera, Sancho, por daros a entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos. Y, finalmente, quiero decir, y os digo, que si no queréis venir a merced conmigo y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo, que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos, y no tan empachados ni tan habladores como vos.
Cuando Sancho oyó la firme resolución de su amo, se le anubló el cielo y se le cayeron las alas del corazón, porque tenía creído que su señor no se iría sin él por todos los haberes del mundo; y, así, estando suspenso y pensativo, entró Sansón Carrasco con el ama y la sobrina, deseosos de oír con qué razones persuadía a su señor que no tornarse a buscar las aventuras” (II, VII, 743-744).
Sancho desea sacar a su familia del lodo, es cierto, pero es el personaje generoso por excelencia: su respeto y fidelidad a don Quijote le llevan a poner por delante su deseo de acompañar a su amo, frente a su interés inmediato, al igual que al verse gobernador se mostrará incapaz de dejar de mirar por el interés común antes que por el propio, mostrándose incapaz de abusar nunca de su autoridad, ni de aprovecharse del cargo.
Los episodios que se desarrollan en el palacio de los duques son sumamente importantes. Recrean todo un mundo paralelo en el que todo está hecho a la medida del personaje de la obra que han leído (la primera parte, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha). Su único objetivo es procurarse diversión a costa de don Quijote, pero sobre todo a costa de Sancho.
Se trata de unos personajes ciertamente negativos: representan el ocio más improductivo, la ausencia de generosidad (sobre todo hacia los más humildes como Sancho y la Dueña dolorida), la ausencia total de un sentido de la Justicia (II, LII, 1151-1152), el querer y no poder (se endeudan, como hemos dicho, con un labrador rico de la zona que a cambio puede atropellar impunemente el honor de la joven hija de la dueña). Crean para Sancho una ficción (darle el gobierno de la ínsula Barataria) que se caracteriza por la ausencia de compasión (II, LIII, 1161) y por la crueldad hacia el engañado (cap. XLVII y L de la segunda parte).
Como dice el narrador del Quijote, echándole la culpa al moro que pasa por su autor:
“Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos” (II, LXX, 1303).
Cide Hamete Berengeli es, en este caso concreto, la excusa que permite al correcto narrador manifestar juicios contrarios a lo socialmente admitido.
Pero lo más fundamental es que en el escenario que crean los duques Sancho desprende una luz que deslumbra incluso a sus burladores. El gobierno de Sancho que describe Cervantes es absolutamente racional, inteligente, mesurado, brillante, social. La segunda parte nos muestra a un Sancho humillado y maltratado para diversión de unos nobles ociosos y degenerados, pero la segunda parte también nos ofrece a un Sancho brillante que deslumbra a todos por sus virtudes éticas (su generosidad hacia su señor es absolutamente conmovedora, sobre todo a partir de la derrota definitiva que don Quijote sufre en Barcelona), morales (su actitud hacia su familia, las esperanzas que tiene de que ésta mejore, de dar un buen casamiento a su hija) y políticas (su breve pero impresionante labor como gobernador). Se ha hablado de una quijotización de Sancho, pero eso no es cierto. Ni Alonso Quijano ni don Quijote alcanzan nunca la brillantez que Sancho alcanza en la segunda parte. Lo que sí se da, o al menos así lo creemos, es una progresiva impregnación del personaje de don Quijote de algunas características de Sancho, y no lo digo sólo por el contagio del uso abundante de refranes (II, LXVIII, 1290).
“—Mucho me pesa, Sancho, que hayas dicho y digas que yo fui el que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo no me quedé en mis casas: juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos; una misma fortuna y una misma suerte ha corrido por los dos: si a ti te mantearon una vez, a mí me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja.
—Eso estaba puesto en razón —respondió Sancho—, porque, según vuestra merced dice, más anejas son a los caballeros andantes las desgracias que a sus escuderos.
—Engáñaste, Sancho —dijo don Quijote—, según aquello “quando caput dolet”, etcétera.
—No entiendo otra lengua que la mía —respondió Sancho.
—Quiero decir —dijo don Quijote— que cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen; y así, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeza, y tú mi parte, pues eres mi criado; y por esta razón el mal que a mí me toca, o tocare, a ti te ha de doler, y a mí el tuyo.
—Así había de ser —dijo Sancho—, pero cuando a mí me manteaban como a miembro, se estaba mi cabeza detrás de las bardas, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno; y pues los miembros están obligados a dolerse del mal de la cabeza, había de estar obligada ella a dolerse dellos.
—¿Querrás tú decir agora, Sancho —respondió don Quijote—, que no me dolía yo cuando a ti te manteaban? Y si lo dices, no lo digas, ni lo pienses, pues más dolor sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo. Pero dejemos esto aparte por agora, que tiempo habrá donde lo ponderemos y pongamos en su punto […]” (II, II, 699-700).
Con las ideas igualitaristas quijotescas (“y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”, dice don Quijote en II, XLII, 1060) –ideas muy cínicas, como se ve en el diálogo que acabo de reproducir- afrontará Sancho el diálogo con su mujer antes de partir por última vez. Un Sancho que cree que va a mejorar su vida y la de su familia (“si no pensare antes de mucho tiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto” dice en II, V, 725).
“- Ven acá, bestia y mujer de Barrabás —replicó Sancho—: ¿por qué quieres tú ahora, sin qué ni para qué, estorbarme que no case a mi hija con quien me dé nietos que se llamen “señoría”? Mira, Teresa, siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa; y no sería bien que ahora, que está llamando a nuestra puerta se la cerremos: dejémonos llevar deste viento favorable que nos sopla.
Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo.
—¿No te parece, animalia —prosiguió Sancho—, que será bien dar con mi cuerpo en algún gobierno provechoso que nos saque el pie del lodo? Y cásese a Mari Sancha con quien yo quisiere, y verás cómo te llaman a ti “doña Teresa Panza” y te sientas en la iglesia sobre alcatifa, almohadas y arambeles, a pesar y despecho de las hidalgas del pueblo. ¡No, sino estaos siempre en un ser, sin crecer ni menguar, como figura de paramento! Y en esto no hablemos más, que Sanchica ha de ser condesa, aunque tú más me digas” (II, V, 727)
Sancho se deja llevar. Con estas esperanzas, que Sancho verá volverse en humo al final de la obra (II, LXV, 1271), juega don Quijote para zafarse de la petición de salario que su leal escudero le formula (II, VII, 742).
“Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión, y buena queja que mala paga. Hablo de esta manera, Sancho, por daros a entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos. Y, finalmente, quiero decir, y os digo, que si no queréis venir a merced conmigo y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo, que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos, y no tan empachados ni tan habladores como vos.
Cuando Sancho oyó la firme resolución de su amo, se le anubló el cielo y se le cayeron las alas del corazón, porque tenía creído que su señor no se iría sin él por todos los haberes del mundo; y, así, estando suspenso y pensativo, entró Sansón Carrasco con el ama y la sobrina, deseosos de oír con qué razones persuadía a su señor que no tornarse a buscar las aventuras” (II, VII, 743-744).
Sancho desea sacar a su familia del lodo, es cierto, pero es el personaje generoso por excelencia: su respeto y fidelidad a don Quijote le llevan a poner por delante su deseo de acompañar a su amo, frente a su interés inmediato, al igual que al verse gobernador se mostrará incapaz de dejar de mirar por el interés común antes que por el propio, mostrándose incapaz de abusar nunca de su autoridad, ni de aprovecharse del cargo.
Los episodios que se desarrollan en el palacio de los duques son sumamente importantes. Recrean todo un mundo paralelo en el que todo está hecho a la medida del personaje de la obra que han leído (la primera parte, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha). Su único objetivo es procurarse diversión a costa de don Quijote, pero sobre todo a costa de Sancho.
Se trata de unos personajes ciertamente negativos: representan el ocio más improductivo, la ausencia de generosidad (sobre todo hacia los más humildes como Sancho y la Dueña dolorida), la ausencia total de un sentido de la Justicia (II, LII, 1151-1152), el querer y no poder (se endeudan, como hemos dicho, con un labrador rico de la zona que a cambio puede atropellar impunemente el honor de la joven hija de la dueña). Crean para Sancho una ficción (darle el gobierno de la ínsula Barataria) que se caracteriza por la ausencia de compasión (II, LIII, 1161) y por la crueldad hacia el engañado (cap. XLVII y L de la segunda parte).
Como dice el narrador del Quijote, echándole la culpa al moro que pasa por su autor:
“Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos” (II, LXX, 1303).
Cide Hamete Berengeli es, en este caso concreto, la excusa que permite al correcto narrador manifestar juicios contrarios a lo socialmente admitido.
Pero lo más fundamental es que en el escenario que crean los duques Sancho desprende una luz que deslumbra incluso a sus burladores. El gobierno de Sancho que describe Cervantes es absolutamente racional, inteligente, mesurado, brillante, social. La segunda parte nos muestra a un Sancho humillado y maltratado para diversión de unos nobles ociosos y degenerados, pero la segunda parte también nos ofrece a un Sancho brillante que deslumbra a todos por sus virtudes éticas (su generosidad hacia su señor es absolutamente conmovedora, sobre todo a partir de la derrota definitiva que don Quijote sufre en Barcelona), morales (su actitud hacia su familia, las esperanzas que tiene de que ésta mejore, de dar un buen casamiento a su hija) y políticas (su breve pero impresionante labor como gobernador). Se ha hablado de una quijotización de Sancho, pero eso no es cierto. Ni Alonso Quijano ni don Quijote alcanzan nunca la brillantez que Sancho alcanza en la segunda parte. Lo que sí se da, o al menos así lo creemos, es una progresiva impregnación del personaje de don Quijote de algunas características de Sancho, y no lo digo sólo por el contagio del uso abundante de refranes (II, LXVIII, 1290).
XIII. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Volvamos de nuevo ahora al caso de la novela introducida en la obra: El curioso impertinente. Básicamente, el relato versa acerca de un individuo ocioso y sin problemas que decide complicarse la vida acarreándose con ello su propia destrucción y la de quienes le rodean.
“—Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo de tales padres como fueron los míos y al darme no con mano escasa los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recebido y sobre al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria, dos prendas que las estimo, si no en el grado que debo, sí en el que puedo. Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más desabrido hombre de todo el universo mundo, porque no sé qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño y tan fuera del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrillo de mis proprios pensamientos, y así me ha sido posible salir con este secreto como si de industria procurara decillo a todo el mundo. Y pues que en efeto él ha de salir a plaza, quiero que sea en la del archivo de tu secreto, confiado que con él y con la diligencia que pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había de parar tan larga prevención o preámbulo, y aunque iba revolviendo en su imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la verdad; y, por salir presto de la agonía que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle sus más encubiertos pensamientos, pues tenía cierto que se podía prometer dél o ya consejos para entretenellos o ya remedio para cumplillos.
—Así es la verdad —respondió Anselmo—, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfeta como yo pienso, y no puedo enterarme en esta verdad si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mí, ¡oh amigo!, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes. Porque, ¿qué hay que agradecer —decía él— que una mujer sea buena si nadie le dice que sea mala?” (I, XXXIII, 414-415).
Cervantes nos dibuja en el Quijote un pésimo retrato, en mayor o menor grado según los casos, de las gentes acomodadas. Ya sean nobles muy bien situados, como don Fernando; gente bien acomodada y ociosa, como Anselmo; o hidalgos aburridos que poco tienen que hacer o gastar o ganar, como don Quijote. Pero hay una diferencia fundamental entre don Quijote y el resto de los nobles: mientras Alonso Quijano decide enfrentarse con una realidad que detesta, los otros nobles se dedican a explotarla.
Todo esto que apunto acerca de la dialéctica social se verá acrecentado hasta límites vergonzosos en la segunda parte de la obra, a través de la actitud de don Quijote hacia Sancho, en primer lugar, y, por último, a través de la entrada en la escena de los duques. Estos personajes evidencian como ningún otro el juego como privilegio estamental. Y son fundamentales también porque demuestran que el juego es cuestión de estamento, no de dinero. Los duques reciben dinero prestado de un labrador rico (II, XLVIII, 1114-1115). Su posición privilegiada se debe a razones estamentales, no exclusivamente económicas.
A este respecto –mi tesis acerca de la dialéctica social como eje articulador de toda la fábula-, se vuelve absolutamente fundamental el excelente análisis que Clamurro realiza de la visión de la nobleza que transmite el Quijote.
“Es evidente que el laberíntico enredo de amores, errores, traiciones y resoluciones representa una divertida digresión y un pretendido contraste con respecto a la línea narrativa principal de don Quijote y Sancho. Sin embargo, este receso presenta un singular examen de los efectos y problemas que conlleva la presencia del poder, de la identidad social y de los privilegios en el asunto del amor […]. En cuanto a la cuestión de lo que debe o no debe ser un caballero, don Fernando no sólo tiene un papel indispensable dentro de la trama sentimental, sino que ejemplifica las posibilidades del poder a la hora de realizar el bien o el mal. Su personaje, en fin, representa a un estamento bastante inclinado a un ejercicio abusivo de la libertad y no en vano Cervantes quiso subrayar su condición social, notablemente más elevada que la de sus compañeros de cuento […]. De esta manera, sin articularlo directamente, el ejemplo representado por este soldado cautivo recién liberado no puede dejar de contrastar con los errores y la ociosidad de los anteriores caballeros, cuya complicada historia de intrigas amorosas acaba de resolverse. El contraste implícito sugiere el problema de los fundamentos de la nobleza como posición dentro del sistema social. No sólo se trata de un planteamiento general y teórico, sino de una visión individualizada del problema: mientras los que ostentan la aristocracia de la sangre abusan de sus privilegios en el ocio y en la negligencia moral, se ensalzan los valores personales de los que tienen que luchar por sí mismos y pueden obtener un grado de “hidalguía” por medio del esfuerzo y la virtud personal […]. El contraste moral de este soldado con los otros caballeros socialmente superiores, Cardenio o don Fernando, no podría haber sido más dramático […]. De nuevo trae Cervantes a la palestra el conflicto entre los sujetos de una vida de privilegio heredado y un carácter de virtud y valor ganado a base de esfuerzo y (en este caso) sufrimiento […]. El duque es, sin duda, un caballero, cuya condición viene avalada por el alto rango social y político de su persona, así como por la abundancia de bienes materiales y el dominio sobre otros. No obstante, este aristócrata, como otros muchos de la época, se presenta como un emblema de las tendencias ociosas y decadentes de las primeras décadas del siglo XVII en España […]. En cierto sentido el comportamiento y la actitud de estos nobles se convierte en una reprobación sutil, eficaz y completa de lo que significan como representantes de todo un estamento social, en el que comenzaban a percibirse vislumbres evidentes de decadencia […]. Entre las muchas tramas que convergen en el Quijote, Cervantes quiso incluir una sutil indagación o incluso una crítica de la sociedad contemporánea y, en especial, de la identidad y del papel social de la nobleza. La novela revela las contradicciones y los dilemas que comenzaban a rodear a los caballeros, no sólo como figuras de mundo ficticio o literario, sino como realidad viva y cuestionada […]. Para 1615, la publicación y la lectura de la primera parte por no pocos personajes hace que el debate sobre la naturaleza y vida de los caballeros se vuelva penetrante, pero también más siniestro y desencantado. El aire de comedia que invadía las dos primeras salidas de don Quijote terminaba por disculpar las acciones y ofrecía al lector una salida crítica, pero amable. Diez años después las cañas se habían tornado lanzas y la desilusión había llevado a Cervantes a una censura tan sutil como profunda” (Clamurro, 2007: 165-171).
El texto que acabo de citar no podría estar más en lo cierto. Pero vayamos poco a poco.
“—Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo de tales padres como fueron los míos y al darme no con mano escasa los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recebido y sobre al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria, dos prendas que las estimo, si no en el grado que debo, sí en el que puedo. Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más desabrido hombre de todo el universo mundo, porque no sé qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño y tan fuera del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrillo de mis proprios pensamientos, y así me ha sido posible salir con este secreto como si de industria procurara decillo a todo el mundo. Y pues que en efeto él ha de salir a plaza, quiero que sea en la del archivo de tu secreto, confiado que con él y con la diligencia que pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había de parar tan larga prevención o preámbulo, y aunque iba revolviendo en su imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la verdad; y, por salir presto de la agonía que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle sus más encubiertos pensamientos, pues tenía cierto que se podía prometer dél o ya consejos para entretenellos o ya remedio para cumplillos.
—Así es la verdad —respondió Anselmo—, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfeta como yo pienso, y no puedo enterarme en esta verdad si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mí, ¡oh amigo!, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes. Porque, ¿qué hay que agradecer —decía él— que una mujer sea buena si nadie le dice que sea mala?” (I, XXXIII, 414-415).
Cervantes nos dibuja en el Quijote un pésimo retrato, en mayor o menor grado según los casos, de las gentes acomodadas. Ya sean nobles muy bien situados, como don Fernando; gente bien acomodada y ociosa, como Anselmo; o hidalgos aburridos que poco tienen que hacer o gastar o ganar, como don Quijote. Pero hay una diferencia fundamental entre don Quijote y el resto de los nobles: mientras Alonso Quijano decide enfrentarse con una realidad que detesta, los otros nobles se dedican a explotarla.
Todo esto que apunto acerca de la dialéctica social se verá acrecentado hasta límites vergonzosos en la segunda parte de la obra, a través de la actitud de don Quijote hacia Sancho, en primer lugar, y, por último, a través de la entrada en la escena de los duques. Estos personajes evidencian como ningún otro el juego como privilegio estamental. Y son fundamentales también porque demuestran que el juego es cuestión de estamento, no de dinero. Los duques reciben dinero prestado de un labrador rico (II, XLVIII, 1114-1115). Su posición privilegiada se debe a razones estamentales, no exclusivamente económicas.
A este respecto –mi tesis acerca de la dialéctica social como eje articulador de toda la fábula-, se vuelve absolutamente fundamental el excelente análisis que Clamurro realiza de la visión de la nobleza que transmite el Quijote.
“Es evidente que el laberíntico enredo de amores, errores, traiciones y resoluciones representa una divertida digresión y un pretendido contraste con respecto a la línea narrativa principal de don Quijote y Sancho. Sin embargo, este receso presenta un singular examen de los efectos y problemas que conlleva la presencia del poder, de la identidad social y de los privilegios en el asunto del amor […]. En cuanto a la cuestión de lo que debe o no debe ser un caballero, don Fernando no sólo tiene un papel indispensable dentro de la trama sentimental, sino que ejemplifica las posibilidades del poder a la hora de realizar el bien o el mal. Su personaje, en fin, representa a un estamento bastante inclinado a un ejercicio abusivo de la libertad y no en vano Cervantes quiso subrayar su condición social, notablemente más elevada que la de sus compañeros de cuento […]. De esta manera, sin articularlo directamente, el ejemplo representado por este soldado cautivo recién liberado no puede dejar de contrastar con los errores y la ociosidad de los anteriores caballeros, cuya complicada historia de intrigas amorosas acaba de resolverse. El contraste implícito sugiere el problema de los fundamentos de la nobleza como posición dentro del sistema social. No sólo se trata de un planteamiento general y teórico, sino de una visión individualizada del problema: mientras los que ostentan la aristocracia de la sangre abusan de sus privilegios en el ocio y en la negligencia moral, se ensalzan los valores personales de los que tienen que luchar por sí mismos y pueden obtener un grado de “hidalguía” por medio del esfuerzo y la virtud personal […]. El contraste moral de este soldado con los otros caballeros socialmente superiores, Cardenio o don Fernando, no podría haber sido más dramático […]. De nuevo trae Cervantes a la palestra el conflicto entre los sujetos de una vida de privilegio heredado y un carácter de virtud y valor ganado a base de esfuerzo y (en este caso) sufrimiento […]. El duque es, sin duda, un caballero, cuya condición viene avalada por el alto rango social y político de su persona, así como por la abundancia de bienes materiales y el dominio sobre otros. No obstante, este aristócrata, como otros muchos de la época, se presenta como un emblema de las tendencias ociosas y decadentes de las primeras décadas del siglo XVII en España […]. En cierto sentido el comportamiento y la actitud de estos nobles se convierte en una reprobación sutil, eficaz y completa de lo que significan como representantes de todo un estamento social, en el que comenzaban a percibirse vislumbres evidentes de decadencia […]. Entre las muchas tramas que convergen en el Quijote, Cervantes quiso incluir una sutil indagación o incluso una crítica de la sociedad contemporánea y, en especial, de la identidad y del papel social de la nobleza. La novela revela las contradicciones y los dilemas que comenzaban a rodear a los caballeros, no sólo como figuras de mundo ficticio o literario, sino como realidad viva y cuestionada […]. Para 1615, la publicación y la lectura de la primera parte por no pocos personajes hace que el debate sobre la naturaleza y vida de los caballeros se vuelva penetrante, pero también más siniestro y desencantado. El aire de comedia que invadía las dos primeras salidas de don Quijote terminaba por disculpar las acciones y ofrecía al lector una salida crítica, pero amable. Diez años después las cañas se habían tornado lanzas y la desilusión había llevado a Cervantes a una censura tan sutil como profunda” (Clamurro, 2007: 165-171).
El texto que acabo de citar no podría estar más en lo cierto. Pero vayamos poco a poco.
XII. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Sancho, en la primera parte, salió como tal y como tal regresa, pero para él es importante regresar con algo en las manos, aunque sea la promesa de una nueva salida –es Sancho el que habla por primera vez de volver a salir con don Quijote, ya que no habían logrado los objetivos perseguidos (I, LII, 645)-.
“A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno. Sancho respondió que venía mejor que su amo.
—Gracias sean dadas a Dios —replicó ella—, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo, qué bien habéis sacado de vuestras escuderías. ¿Qué saboyana me traes a mí? ¿Qué zapaticos a vuestros hijos?
—No traigo nada deso —dijo Sancho—, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.
—Deso recibo yo mucho gusto —respondió la mujer—. Mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.
—En casa os las mostraré, mujer —dijo Panza—, y por agora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.
—Quiéralo así el cielo, marido mío, que bien lo habemos menester. Mas decidme: qué es eso de ínsulas, que no lo entiendo.
—No es la miel para la boca del asno —respondió Sancho—; a su tiempo lo verás, mujer, y aun te admirarás de oírte llamar señoría de todos tus vasallos.
—¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? –respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.
—No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa: basta que te digo verdad, y cose la boca. Sólo te sabré decir, así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, porque, de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sélo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado y de otras molido; pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo, el maravedí.
Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron y le desnudaron y le tendieron en su antiguo lecho” (I, LII, 645-646).
Sancho, es cierto, comenzará mostrando grandes recelos frente a la empresa de su señor:
“Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces” (I, XII, 147).
Pero finalmente se embarcará en un proceso de delirio total: creerá a pies juntillas todas las historias que su señor le cuenta y promete. Sancho opta por la esperanza que le ofrece don Quijote. Es el único personaje que se deja seducir realmente por el proyecto quijotesco.
La actitud de don Quijote hacia Sancho es terriblemente desvergonzada, incluso es cruelmente irónica. Así lo vemos en las palabras que le dice tras sufrir el apaleamiento de los yangüeses:
“Por lo cual, Sancho Panza, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera: sino pon tú mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor, que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender, y ofendellos con todo mi poder, que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta adónde se estiende el valor de este mi fuerte brazo” (I, XV, 176).
El cinismo de don Quijote se observa en otras muchas partes de la obra: ante el manteamiento de Sancho (I, XLVI, 586), o en el episodio del Bálsamo de Fierabrás (I, XVII), entre otros.
Especialmente interesante se vuelve, respecto de la dialéctica social, el capítulo IV de la primera parte:
“—El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.
—¿Irme yo con él? —dijo el muchacho—. Mas ¡mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo, me desuelle como a un San Bartolomé.
—No hará tal —replicó don Quijote—: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga.
—Mire vuestra merced, señor, lo que dice —dijo el muchacho—, que este mi amo no es caballero, ni ha recebido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.
—Importa eso poco —respondió don Quijote—, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras.
—Así es verdad —dijo Andrés—, pero este mi amo ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?
—No niego, hermano Andrés —respondió el labrador—, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados.
—Del sahumerio os hago gracia —dijo don Quijote—: dádselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado: si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada” (I, IIII, 70-71).
Don Quijote pretende que Sancho entienda el juego y lo siga, pero Sancho no puede jugar, su condición social no se lo permite.
De la misma manera, Dorotea no puede jugar tampoco, no al menos hasta haber asegurado, o encontrar quién se lo asegure, su casamiento y su consecuente estado social. Cardenio y don Fernando sí pueden darse a vidas absurdas, pero Dorotea no. Dorotea, al contrario que Luscinda, no posee muy principales padres (I, XXVIII, 360), sino que es villana (I, XXVIII). Los jóvenes de la Aristocracia, como Don Fernando, nuevamente vuelven a hacer de las suyas, como en tantas obras cervantinas (véase, por ejemplo, La fuerza de la sangre).
Don Quijote es un egoísta que no comprende que la situación de Sancho le obliga a comprometerse fuertemente con la realidad; por eso Sancho, para poder seguir a don Quijote, debe creerle. Dice Torrente:
“Es tentador el análisis de los factores irónicos que en la carta de pago se encierran, ironía del personaje, no del autor, pues al personaje en la novela se atribuye y él es quien la redacta: “esta primera de pollinos”, “por otros aquí recibidos de contado, que con ésta y con su carta de pago serán bien dados”. La utilización de una fórmula comercial invariable y su aplicación al caso de los pollinos, que no pueden homologarse a sumas de dinero, ni es ésa la situación, es, de una parte, apropiada, en lo que tiene de documento con valor jurídico; pero, de la otra, la imposibilidad de homologación la convierte en un documento ridículo, aunque válido. Don Quijote hubiera podido redactar la carta en otros términos con igual valor. Si no lo hace así, es pura y simplemente porque está de broma y no por primera vez ni por última” (Torrente, 1984: 122).
Está de broma a costa de Sancho y de su economía, añado yo.
Es cierto, como señala Torrente, que algunas veces es Sancho quien engaña a don Quijote –cuando ha de llevar la carta a Dulcinea, cuando van a buscarla al Toboso-, pero no tiene tanto que ver con el hecho de que Sancho juegue como con su temor a que su señor vea que no ha conseguido los objetivos que le ha encomendado.
“A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno. Sancho respondió que venía mejor que su amo.
—Gracias sean dadas a Dios —replicó ella—, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo, qué bien habéis sacado de vuestras escuderías. ¿Qué saboyana me traes a mí? ¿Qué zapaticos a vuestros hijos?
—No traigo nada deso —dijo Sancho—, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.
—Deso recibo yo mucho gusto —respondió la mujer—. Mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.
—En casa os las mostraré, mujer —dijo Panza—, y por agora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.
—Quiéralo así el cielo, marido mío, que bien lo habemos menester. Mas decidme: qué es eso de ínsulas, que no lo entiendo.
—No es la miel para la boca del asno —respondió Sancho—; a su tiempo lo verás, mujer, y aun te admirarás de oírte llamar señoría de todos tus vasallos.
—¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? –respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.
—No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa: basta que te digo verdad, y cose la boca. Sólo te sabré decir, así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, porque, de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sélo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado y de otras molido; pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo, el maravedí.
Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron y le desnudaron y le tendieron en su antiguo lecho” (I, LII, 645-646).
Sancho, es cierto, comenzará mostrando grandes recelos frente a la empresa de su señor:
“Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces” (I, XII, 147).
Pero finalmente se embarcará en un proceso de delirio total: creerá a pies juntillas todas las historias que su señor le cuenta y promete. Sancho opta por la esperanza que le ofrece don Quijote. Es el único personaje que se deja seducir realmente por el proyecto quijotesco.
La actitud de don Quijote hacia Sancho es terriblemente desvergonzada, incluso es cruelmente irónica. Así lo vemos en las palabras que le dice tras sufrir el apaleamiento de los yangüeses:
“Por lo cual, Sancho Panza, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera: sino pon tú mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor, que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender, y ofendellos con todo mi poder, que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta adónde se estiende el valor de este mi fuerte brazo” (I, XV, 176).
El cinismo de don Quijote se observa en otras muchas partes de la obra: ante el manteamiento de Sancho (I, XLVI, 586), o en el episodio del Bálsamo de Fierabrás (I, XVII), entre otros.
Especialmente interesante se vuelve, respecto de la dialéctica social, el capítulo IV de la primera parte:
“—El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.
—¿Irme yo con él? —dijo el muchacho—. Mas ¡mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo, me desuelle como a un San Bartolomé.
—No hará tal —replicó don Quijote—: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga.
—Mire vuestra merced, señor, lo que dice —dijo el muchacho—, que este mi amo no es caballero, ni ha recebido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.
—Importa eso poco —respondió don Quijote—, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras.
—Así es verdad —dijo Andrés—, pero este mi amo ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?
—No niego, hermano Andrés —respondió el labrador—, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados.
—Del sahumerio os hago gracia —dijo don Quijote—: dádselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado: si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones, y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada” (I, IIII, 70-71).
Don Quijote pretende que Sancho entienda el juego y lo siga, pero Sancho no puede jugar, su condición social no se lo permite.
De la misma manera, Dorotea no puede jugar tampoco, no al menos hasta haber asegurado, o encontrar quién se lo asegure, su casamiento y su consecuente estado social. Cardenio y don Fernando sí pueden darse a vidas absurdas, pero Dorotea no. Dorotea, al contrario que Luscinda, no posee muy principales padres (I, XXVIII, 360), sino que es villana (I, XXVIII). Los jóvenes de la Aristocracia, como Don Fernando, nuevamente vuelven a hacer de las suyas, como en tantas obras cervantinas (véase, por ejemplo, La fuerza de la sangre).
Don Quijote es un egoísta que no comprende que la situación de Sancho le obliga a comprometerse fuertemente con la realidad; por eso Sancho, para poder seguir a don Quijote, debe creerle. Dice Torrente:
“Es tentador el análisis de los factores irónicos que en la carta de pago se encierran, ironía del personaje, no del autor, pues al personaje en la novela se atribuye y él es quien la redacta: “esta primera de pollinos”, “por otros aquí recibidos de contado, que con ésta y con su carta de pago serán bien dados”. La utilización de una fórmula comercial invariable y su aplicación al caso de los pollinos, que no pueden homologarse a sumas de dinero, ni es ésa la situación, es, de una parte, apropiada, en lo que tiene de documento con valor jurídico; pero, de la otra, la imposibilidad de homologación la convierte en un documento ridículo, aunque válido. Don Quijote hubiera podido redactar la carta en otros términos con igual valor. Si no lo hace así, es pura y simplemente porque está de broma y no por primera vez ni por última” (Torrente, 1984: 122).
Está de broma a costa de Sancho y de su economía, añado yo.
Es cierto, como señala Torrente, que algunas veces es Sancho quien engaña a don Quijote –cuando ha de llevar la carta a Dulcinea, cuando van a buscarla al Toboso-, pero no tiene tanto que ver con el hecho de que Sancho juegue como con su temor a que su señor vea que no ha conseguido los objetivos que le ha encomendado.
XI. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Detengámonos ahora, brevemente, en el tema del dinero, magníficamente apuntado, entre otros, por Güntert. El dinero se convirtió en un tópico fundamental en el Barroco español: Góngora y Quevedo, entre otros, dedicaron composiciones a la crítica del valor que estaba adquiriendo el metal como vertebrador y organizador del orden social.
La situación del barroco español podría ser análoga a la vivida en los siglos V y IV a.n.E. en la Atenas de Platón, Sócrates y los Sofistas. O a lo denunciado por el poeta Teognis. El dinero se convirtió entonces en el arma más poderosa de democratización y disolución social. Platón alzó su voz contra la educación remunerada que proporcionaban los sofistas. Quien poseía riquezas podía optar a la enseñanza, sin que importase su estamento social determinado por el nacimiento. Las críticas que Quevedo realiza al vil metal vienen animadas por los mismos principios que defendiera Platón: el dinero disuelve la nobleza que debían proporcionar la cuna o la naturaleza. Es cierto que la posesión de riquezas trae aparejados ciertos privilegios muy discutibles en muchos casos, como en los relacionados con la compra de la justicia, pero también es cierto que la importancia del dinero permitió que las viejas distinciones estamentales comenzaran a tambalearse. El dinero fue el más potente disolvente de la sociedad feudal, y eso lo sabían mejor que nadie los nobles. Cervantes no mostrará en estos asuntos el mismo parecer que un Góngora o un Quevedo. Cervantes, en su Quijote, nos mostrará el cinismo que conlleva el desprecio del dinero. Sancho nunca le da la espalda al dinero (salvo en el episodio del morisco Ricote, por razones que tienen que ver con la lealtad a las leyes). Quienes desprecian el dinero lo hacen desde una posición de superioridad estamental que no ha de sostenerse en realidades ajenas a la sangre. Esa sociedad, sumamente injusta, en la que la nobleza de cuna es la única carta de presentación requerida, es la que deseaba mantener Quevedo, pero no era la realidad que Cervantes desea que triunfe. El Quijote, y es algo que repito hasta la saciedad en este trabajo, está lleno de nobles, no necesariamente libres de problemas económicos, que se dedican al ejercicio irresponsable de su voluntad en función de los privilegios que poseen consecuencia de su posición estamental. Y el Quijote nos muestra también a rústicos y villanos que desean conseguir dinero para mejorar su nivel de vida y que muestran una responsabilidad en el ejercicio de sus acciones infinitamente superior. Don Quijote, que regalaba a Sancho todo tipo de discursos de igualitarismo idealista, le dará al final dinero. Y Sancho se alegrará.
Sancho, en la primera parte, salió como tal y como tal regresa, pero para él es importante regresar con algo en las manos, aunque sea la promesa de una nueva salida –es Sancho el que habla por primera vez de volver a salir con don Quijote, ya que no habían logrado los objetivos perseguidos (I, LII, 645)-.
“A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno. Sancho respondió que venía mejor que su amo.
—Gracias sean dadas a Dios —replicó ella—, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo, qué bien habéis sacado de vuestras escuderías. ¿Qué saboyana me traes a mí? ¿Qué zapaticos a vuestros hijos?
—No traigo nada deso —dijo Sancho—, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.
—Deso recibo yo mucho gusto —respondió la mujer—. Mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.
—En casa os las mostraré, mujer —dijo Panza—, y por agora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.
—Quiéralo así el cielo, marido mío, que bien lo habemos menester. Mas decidme: qué es eso de ínsulas, que no lo entiendo.
—No es la miel para la boca del asno —respondió Sancho—; a su tiempo lo verás, mujer, y aun te admirarás de oírte llamar señoría de todos tus vasallos.
—¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? –respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.
—No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa: basta que te digo verdad, y cose la boca. Sólo te sabré decir, así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, porque, de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sélo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado y de otras molido; pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo, el maravedí.
Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron y le desnudaron y le tendieron en su antiguo lecho” (I, LII, 645-646).
Sancho, es cierto, comenzará mostrando grandes recelos frente a la empresa de su señor:
“Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces” (I, XII, 147).
Pero finalmente se embarcará en un proceso de delirio total: creerá a pies juntillas todas las historias que su señor le cuenta y promete. Sancho opta por la esperanza que le ofrece don Quijote. Es el único personaje que se deja seducir realmente por el proyecto quijotesco.
La situación del barroco español podría ser análoga a la vivida en los siglos V y IV a.n.E. en la Atenas de Platón, Sócrates y los Sofistas. O a lo denunciado por el poeta Teognis. El dinero se convirtió entonces en el arma más poderosa de democratización y disolución social. Platón alzó su voz contra la educación remunerada que proporcionaban los sofistas. Quien poseía riquezas podía optar a la enseñanza, sin que importase su estamento social determinado por el nacimiento. Las críticas que Quevedo realiza al vil metal vienen animadas por los mismos principios que defendiera Platón: el dinero disuelve la nobleza que debían proporcionar la cuna o la naturaleza. Es cierto que la posesión de riquezas trae aparejados ciertos privilegios muy discutibles en muchos casos, como en los relacionados con la compra de la justicia, pero también es cierto que la importancia del dinero permitió que las viejas distinciones estamentales comenzaran a tambalearse. El dinero fue el más potente disolvente de la sociedad feudal, y eso lo sabían mejor que nadie los nobles. Cervantes no mostrará en estos asuntos el mismo parecer que un Góngora o un Quevedo. Cervantes, en su Quijote, nos mostrará el cinismo que conlleva el desprecio del dinero. Sancho nunca le da la espalda al dinero (salvo en el episodio del morisco Ricote, por razones que tienen que ver con la lealtad a las leyes). Quienes desprecian el dinero lo hacen desde una posición de superioridad estamental que no ha de sostenerse en realidades ajenas a la sangre. Esa sociedad, sumamente injusta, en la que la nobleza de cuna es la única carta de presentación requerida, es la que deseaba mantener Quevedo, pero no era la realidad que Cervantes desea que triunfe. El Quijote, y es algo que repito hasta la saciedad en este trabajo, está lleno de nobles, no necesariamente libres de problemas económicos, que se dedican al ejercicio irresponsable de su voluntad en función de los privilegios que poseen consecuencia de su posición estamental. Y el Quijote nos muestra también a rústicos y villanos que desean conseguir dinero para mejorar su nivel de vida y que muestran una responsabilidad en el ejercicio de sus acciones infinitamente superior. Don Quijote, que regalaba a Sancho todo tipo de discursos de igualitarismo idealista, le dará al final dinero. Y Sancho se alegrará.
Sancho, en la primera parte, salió como tal y como tal regresa, pero para él es importante regresar con algo en las manos, aunque sea la promesa de una nueva salida –es Sancho el que habla por primera vez de volver a salir con don Quijote, ya que no habían logrado los objetivos perseguidos (I, LII, 645)-.
“A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno. Sancho respondió que venía mejor que su amo.
—Gracias sean dadas a Dios —replicó ella—, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo, qué bien habéis sacado de vuestras escuderías. ¿Qué saboyana me traes a mí? ¿Qué zapaticos a vuestros hijos?
—No traigo nada deso —dijo Sancho—, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.
—Deso recibo yo mucho gusto —respondió la mujer—. Mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.
—En casa os las mostraré, mujer —dijo Panza—, y por agora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.
—Quiéralo así el cielo, marido mío, que bien lo habemos menester. Mas decidme: qué es eso de ínsulas, que no lo entiendo.
—No es la miel para la boca del asno —respondió Sancho—; a su tiempo lo verás, mujer, y aun te admirarás de oírte llamar señoría de todos tus vasallos.
—¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? –respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.
—No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa: basta que te digo verdad, y cose la boca. Sólo te sabré decir, así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, porque, de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sélo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado y de otras molido; pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo, el maravedí.
Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron y le desnudaron y le tendieron en su antiguo lecho” (I, LII, 645-646).
Sancho, es cierto, comenzará mostrando grandes recelos frente a la empresa de su señor:
“Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces” (I, XII, 147).
Pero finalmente se embarcará en un proceso de delirio total: creerá a pies juntillas todas las historias que su señor le cuenta y promete. Sancho opta por la esperanza que le ofrece don Quijote. Es el único personaje que se deja seducir realmente por el proyecto quijotesco.
X. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Sancho aparece como la principal víctima de la farsa de su señor (él mismo lo manifiesta en II, LXV, 1271). Su condición social, rústico, le impide acercarse a la vida como a un juego. En él sólo caben dos opciones: o creer o no creer. Las clases bajas no pueden jugar, eso es cosa de nobles más o menos acomodados. Don Quijote, al final de la primera parte, regresa a su casa y en ella será atendido como Alonso Quijano, un hidalgo venido a menos pero hidalgo al fin y al cabo.
“No se sabe nada de sus estudios superiores, aunque se le tenga por hombre culto; pero su figura carece de algo que caracteriza al self made man: el paso de una clase social a otra. Alonso Quijano no se mueve de la suya, aunque otros lo crean o lo teman: está donde estaba y donde estaba morirá” (Torrente, 1984: 51).
Pero hay algo más en la actitud de Sancho: su lealtad. Es el personaje que mejor encarna las virtudes éticas de la firmeza y la generosidad en el Quijote, poniendo por encima la generosidad.
“Par Dios, señora —dijo Sancho—, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y ésta mi malandanza: no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón. Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia, que, maguera tonto, se me entiende aquel refrán de “por su mal le nacieron alas a la hormiga”, y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escudero al cielo que no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como en Francia, y de noche todos los gatos son pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado, y no hay estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de paja y de heno; y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y despensero, y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de Segovia, y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas noches. Y torno a decir que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré no dárseme nada por discreto; y yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Bamba para ser rey de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten” (II, XXXIII, 989-990).
Es muy cierto que podría objetarse a la tesis que pretendo defender que la situación económica de Alonso Quijano no era precisamente desahogada (como se ve, por ejemplo, en II, II, 701). Esto es fundamental, porque la interpretación que defiendo en este ensayo es que el juego en el Quijote responde a un privilegio estamental, no a un privilegio de clase -la clase viene marcada por la posición socio-económica, mientras que el estamento es independiente de ella-. Alonso Quijano es un hidalgo aunque su situación sea ruinosa. De hecho, encontramos en la obra una visión muy irónica de una sociedad estamental que a duras penas se mantiene en un mundo que empieza a ordenarse por el dinero. He aquí la lectura que realiza Güntert del encuentro entre Sancho y el morisco Ricote. Güntert también interpretará dialécticamente este episodio, en claves de dialéctica económica.
“Lo que permite que Ricote se desplace y reúna experiencias tan diversas es su riqueza. Nomen omen. Ricote es el hombre nuevo, tolerante, que se integra a un mismo tiempo en distintas culturas y deviene apátrida, lo que le hace depender más aún del dinero, su único seguro de vida. El encuentro entre Sancho y Ricote está, en consecuencia, lleno de significado, y es que uno y otro personifican, respectivamente, a los hombres de la Edad Media y a los de una nueva era” (Güntert, 2007: 198).
En la segunda parte, la distinción entre clase y estamento se vuelve fundamental, como veremos, al acercarnos al tratamiento de los personajes de los duques, pero sigamos nuestro análisis.
Esta distinción entre clase y estamento, sin embargo, la ignora Osterc cuando realiza sus análisis dialécticos del Quijote. Este crítico marxista examinará la obra en términos clasistas y considerará que don Quijote y Sancho representan la negación de la opresión de clases y de la opresión de unas naciones sobre otras. Nada más alejado, en este sentido, de mi interpretación del Quijote en términos de dialéctica social. Don Quijote representa la imposición de un deber ser, como veremos, que disuelve y anula toda dialéctica. El papel de Sancho y de personajes como el de Andrés es el de servir de índice de la injusticia del modo de actuar quijotesco.
“Sin embargo, todos recuerdan a un hidalgo pobre, pero noble y generoso, quien, dejando la vida cómoda del hogar, emprendió el camino de la lucha contra las injusticias, en pro de un mundo mejor y una vida más feliz y más digna de ser vivida” (Osterc, 1981: 762).
Es cierto, don Quijote lucha contra las injusticias, pero a su manera. Intenta actuar ocultando e ignorando las verdaderas dialécticas que subyacen a tales injusticias. No le interesa que su acción se desenvuelva en un mundo en el que la palabra dada no cuenta nada, eso es problema de otros, el actúa y se va, da igual cuáles sean las consecuencias. La interpretación de Osterc aparece arropada bajo la terminología marxista y dialéctica, pero no deja de ser una interpretación sumamente idealista que toma a don Quijote como icono de unas actitudes que, precisamente por su ignorancia consciente de las dialécticas que efectivamente funcionan, no forman parte de la solución, sino del problema.
También chirría excesivamente su interpretación pacifista del personaje cervantino:
“Ahora bien, entre los problemas que don Quijote, en pugna por su ideal, aborda y trata de solucionar, figura uno de suma trascendencia para la humanidad entera, a saber, el de la guerra, sus orígenes, su carácter y sus motivos” (Osterc, 1981: 762).
Don Quijote no es, como veremos con más detenimiento en el siguiente capítulo, ningún pacifista. Es más, no cabe pensar personaje más violento, ya que aboga por una lucha pre-política no sometida a ninguna ley que no sea parte de su imaginado código caballeresco. Lo veremos con detenimiento.
“No se sabe nada de sus estudios superiores, aunque se le tenga por hombre culto; pero su figura carece de algo que caracteriza al self made man: el paso de una clase social a otra. Alonso Quijano no se mueve de la suya, aunque otros lo crean o lo teman: está donde estaba y donde estaba morirá” (Torrente, 1984: 51).
Pero hay algo más en la actitud de Sancho: su lealtad. Es el personaje que mejor encarna las virtudes éticas de la firmeza y la generosidad en el Quijote, poniendo por encima la generosidad.
“Par Dios, señora —dijo Sancho—, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y ésta mi malandanza: no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón. Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia, que, maguera tonto, se me entiende aquel refrán de “por su mal le nacieron alas a la hormiga”, y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escudero al cielo que no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como en Francia, y de noche todos los gatos son pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado, y no hay estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele decirse, de paja y de heno; y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y despensero, y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de Segovia, y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas noches. Y torno a decir que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré no dárseme nada por discreto; y yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Bamba para ser rey de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten” (II, XXXIII, 989-990).
Es muy cierto que podría objetarse a la tesis que pretendo defender que la situación económica de Alonso Quijano no era precisamente desahogada (como se ve, por ejemplo, en II, II, 701). Esto es fundamental, porque la interpretación que defiendo en este ensayo es que el juego en el Quijote responde a un privilegio estamental, no a un privilegio de clase -la clase viene marcada por la posición socio-económica, mientras que el estamento es independiente de ella-. Alonso Quijano es un hidalgo aunque su situación sea ruinosa. De hecho, encontramos en la obra una visión muy irónica de una sociedad estamental que a duras penas se mantiene en un mundo que empieza a ordenarse por el dinero. He aquí la lectura que realiza Güntert del encuentro entre Sancho y el morisco Ricote. Güntert también interpretará dialécticamente este episodio, en claves de dialéctica económica.
“Lo que permite que Ricote se desplace y reúna experiencias tan diversas es su riqueza. Nomen omen. Ricote es el hombre nuevo, tolerante, que se integra a un mismo tiempo en distintas culturas y deviene apátrida, lo que le hace depender más aún del dinero, su único seguro de vida. El encuentro entre Sancho y Ricote está, en consecuencia, lleno de significado, y es que uno y otro personifican, respectivamente, a los hombres de la Edad Media y a los de una nueva era” (Güntert, 2007: 198).
En la segunda parte, la distinción entre clase y estamento se vuelve fundamental, como veremos, al acercarnos al tratamiento de los personajes de los duques, pero sigamos nuestro análisis.
Esta distinción entre clase y estamento, sin embargo, la ignora Osterc cuando realiza sus análisis dialécticos del Quijote. Este crítico marxista examinará la obra en términos clasistas y considerará que don Quijote y Sancho representan la negación de la opresión de clases y de la opresión de unas naciones sobre otras. Nada más alejado, en este sentido, de mi interpretación del Quijote en términos de dialéctica social. Don Quijote representa la imposición de un deber ser, como veremos, que disuelve y anula toda dialéctica. El papel de Sancho y de personajes como el de Andrés es el de servir de índice de la injusticia del modo de actuar quijotesco.
“Sin embargo, todos recuerdan a un hidalgo pobre, pero noble y generoso, quien, dejando la vida cómoda del hogar, emprendió el camino de la lucha contra las injusticias, en pro de un mundo mejor y una vida más feliz y más digna de ser vivida” (Osterc, 1981: 762).
Es cierto, don Quijote lucha contra las injusticias, pero a su manera. Intenta actuar ocultando e ignorando las verdaderas dialécticas que subyacen a tales injusticias. No le interesa que su acción se desenvuelva en un mundo en el que la palabra dada no cuenta nada, eso es problema de otros, el actúa y se va, da igual cuáles sean las consecuencias. La interpretación de Osterc aparece arropada bajo la terminología marxista y dialéctica, pero no deja de ser una interpretación sumamente idealista que toma a don Quijote como icono de unas actitudes que, precisamente por su ignorancia consciente de las dialécticas que efectivamente funcionan, no forman parte de la solución, sino del problema.
También chirría excesivamente su interpretación pacifista del personaje cervantino:
“Ahora bien, entre los problemas que don Quijote, en pugna por su ideal, aborda y trata de solucionar, figura uno de suma trascendencia para la humanidad entera, a saber, el de la guerra, sus orígenes, su carácter y sus motivos” (Osterc, 1981: 762).
Don Quijote no es, como veremos con más detenimiento en el siguiente capítulo, ningún pacifista. Es más, no cabe pensar personaje más violento, ya que aboga por una lucha pre-política no sometida a ninguna ley que no sea parte de su imaginado código caballeresco. Lo veremos con detenimiento.
IX. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Otro episodio clave en la segunda parte, a la hora de juzgar la conducta de don Quijote, es el de la Cueva de Montesinos. En este episodio, don Quijote afirma que, tras quedarse dormido, despertó en un extraño paisaje en el que le sucedieron toda clase de encuentros sorprendentes. La verdad o la falsedad de lo narrado por don Quijote es algo que será debatido, en sucesivas pinceladas, a lo largo de toda la segunda parte de la obra. El debate siempre es ambiguo: la cabeza encantada y el mono parlante que lo sabe todo del pasado y del presente (dos grandes fraudes con los que se pretende engañar a un don Quijote muy escéptico) le dirán que en parte es verdad y en parte mentira lo sucedido en la cueva. Cuando Sancho y su señor, engañados por los duques, suben en Clavileño, Sancho afirma que en el vuelo (falso) abrió los ojos y vio toda clase de fenómenos celestes. No tiene desperdicio la respuesta que le ofrece don Quijote, sabiendo como sabe que lo que Sancho cuenta es falso:
“Y llegándose don Quijote a Sancho, al oído le dijo:
- Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más” (II, XLI, 1055).
El relato de la cueva de Montesinos, a mi juicio, no es más que una parodia de los clásicos relatos etiológicos que tanto proliferaban en la antigüedad y que tan importantes fueron en la literatura helenística (véase Calímaco, por ejemplo), así como de los relatos de transformaciones mitológicas del tipo de las Metamorfosis de Ovidio. Cervantes nos ofrece en el episodio de la cueva una parodia de las formas de religiosidad mitológicas. Se trata además de un capítulo muy jocoso, como lo demuestra el diálogo que tienen al respecto don Quijote y Sancho y que reproduzco a continuación.
“—Verdad debe de decir mi señor —dijo Sancho—, que como todas las cosas que le han sucedido son por encantamento, quizá lo que a nosotros nos parece un hora debe de parecer allá tres días con sus noches.
—Así será —respondió don Quijote.
—Y ¿ha comido vuestra merced en todo este tiempo, señor mío? —preguntó el primo.
—No me he desayunado de bocado —respondió don Quijote—, ni aun he tenido hambre ni por pensamiento.
—¿Y los encantados comen? —dijo el primo.
—No comen —respondió don Quijote—, ni tienen escrementos mayores, aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos.
—¿Y duermen por ventura los encantados, señor? —preguntó Sancho.
—No, por cierto —respondió don Quijote—; a lo menos, en estos tres días que yo he estado con ellos, ninguno ha pegado el ojo, ni yo tampoco.
—Aquí encaja bien el refrán —dijo Sancho— de “dime con quién andas: decirte he quién eres”. Ándase vuestra merced con encantados ayunos y vigilantes: mirad si es mucho que ni coma ni duerma mientras con ellos anduviere. Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna” (II, XXIII, 900).
En este relato, nada de lo narrado por don Quijote escapa a las experiencias que ha tenido previamente a entrar en la cueva. Se trata de una hábil mixtura, realizada por el caballero, de lo que hasta entonces se ha contado en la segunda parte, incorporando también lo que acaba de contarles el primo del licenciado que les sirve de guía.
Sancho es, según mi interpretación, el único personaje que se deja arrastrar sin darse cuenta del carácter lúdico del asunto. No estoy de acuerdo con las tesis de Torrente que afirman que Sancho se encuentra involucrado en el juego de forma consciente.
“Sancho es un “trabajador” que descubre el juego y se apasiona por él, hasta el punto de que, al anuncio de su pretendido cese, busca ansiosamente nuevos juegos que lo sustituyan: su interés por la posible ficción pastoril que su amo anuncia como salida, como medio para mantenerse dentro de la literatura, es mayor que el del mismo don Quijote” (Torrente, 1984: 90).
No es cierto. Sancho no juega. El juego, además, le hace daño, como se demuestra en la segunda parte. Sancho sólo se da cuenta de que está en un juego cuando don Quijote es vencido por el de la Blanca Luna, y es entonces cuando, por generosidad, decide animar a Alonso Quijano a hacerse pastor. La actitud de Sancho es tierna, es una especie de “no te desanimes, podemos jugar a más cosas, no tienes porque volver a la realidad si no quieres”. Pero Alonso Quijano, que ha llegado a romper las reglas del juego al decirle a Sancho que deje de azotarse por Dulcinea, ya no quiere prolongar un juego que casi siempre es a costa de su amigo más fiel y de su compañero más leal, el único que ha tenido en realidad.
Sancho, como he dicho, necesita creer a don Quijote para poder seguirle, y en su actitud pasará de ser un incrédulo a ser un absoluto convencido de las hazañas de su señor –con matices que explicaré al acercarme a la interpretación del final de la obra-. Con el personaje de Sancho, entramos de lleno en la dialéctica social y estamental que se encuentra en la obra de Cervantes, verdadero objeto de este capítulo.
“Y llegándose don Quijote a Sancho, al oído le dijo:
- Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más” (II, XLI, 1055).
El relato de la cueva de Montesinos, a mi juicio, no es más que una parodia de los clásicos relatos etiológicos que tanto proliferaban en la antigüedad y que tan importantes fueron en la literatura helenística (véase Calímaco, por ejemplo), así como de los relatos de transformaciones mitológicas del tipo de las Metamorfosis de Ovidio. Cervantes nos ofrece en el episodio de la cueva una parodia de las formas de religiosidad mitológicas. Se trata además de un capítulo muy jocoso, como lo demuestra el diálogo que tienen al respecto don Quijote y Sancho y que reproduzco a continuación.
“—Verdad debe de decir mi señor —dijo Sancho—, que como todas las cosas que le han sucedido son por encantamento, quizá lo que a nosotros nos parece un hora debe de parecer allá tres días con sus noches.
—Así será —respondió don Quijote.
—Y ¿ha comido vuestra merced en todo este tiempo, señor mío? —preguntó el primo.
—No me he desayunado de bocado —respondió don Quijote—, ni aun he tenido hambre ni por pensamiento.
—¿Y los encantados comen? —dijo el primo.
—No comen —respondió don Quijote—, ni tienen escrementos mayores, aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos.
—¿Y duermen por ventura los encantados, señor? —preguntó Sancho.
—No, por cierto —respondió don Quijote—; a lo menos, en estos tres días que yo he estado con ellos, ninguno ha pegado el ojo, ni yo tampoco.
—Aquí encaja bien el refrán —dijo Sancho— de “dime con quién andas: decirte he quién eres”. Ándase vuestra merced con encantados ayunos y vigilantes: mirad si es mucho que ni coma ni duerma mientras con ellos anduviere. Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna” (II, XXIII, 900).
En este relato, nada de lo narrado por don Quijote escapa a las experiencias que ha tenido previamente a entrar en la cueva. Se trata de una hábil mixtura, realizada por el caballero, de lo que hasta entonces se ha contado en la segunda parte, incorporando también lo que acaba de contarles el primo del licenciado que les sirve de guía.
Sancho es, según mi interpretación, el único personaje que se deja arrastrar sin darse cuenta del carácter lúdico del asunto. No estoy de acuerdo con las tesis de Torrente que afirman que Sancho se encuentra involucrado en el juego de forma consciente.
“Sancho es un “trabajador” que descubre el juego y se apasiona por él, hasta el punto de que, al anuncio de su pretendido cese, busca ansiosamente nuevos juegos que lo sustituyan: su interés por la posible ficción pastoril que su amo anuncia como salida, como medio para mantenerse dentro de la literatura, es mayor que el del mismo don Quijote” (Torrente, 1984: 90).
No es cierto. Sancho no juega. El juego, además, le hace daño, como se demuestra en la segunda parte. Sancho sólo se da cuenta de que está en un juego cuando don Quijote es vencido por el de la Blanca Luna, y es entonces cuando, por generosidad, decide animar a Alonso Quijano a hacerse pastor. La actitud de Sancho es tierna, es una especie de “no te desanimes, podemos jugar a más cosas, no tienes porque volver a la realidad si no quieres”. Pero Alonso Quijano, que ha llegado a romper las reglas del juego al decirle a Sancho que deje de azotarse por Dulcinea, ya no quiere prolongar un juego que casi siempre es a costa de su amigo más fiel y de su compañero más leal, el único que ha tenido en realidad.
Sancho, como he dicho, necesita creer a don Quijote para poder seguirle, y en su actitud pasará de ser un incrédulo a ser un absoluto convencido de las hazañas de su señor –con matices que explicaré al acercarme a la interpretación del final de la obra-. Con el personaje de Sancho, entramos de lleno en la dialéctica social y estamental que se encuentra en la obra de Cervantes, verdadero objeto de este capítulo.
VIII. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Para empezar, cuando don Quijote emprende su tercera salida, hay cuatro hechos substanciales que no pueden dejar de tenerse en cuenta:
- Se ha publicado un libro en el que se narra lo sucedido en sus dos primeras salidas. Como bien indica Torrente:
“El autor llama “caballero” a su personaje porque “es ya pura y simplemente el protagonista de un libro de caballerías”, ni más ni menos que don Amadís o don Belianís” (Torrente, 1984: 157).
- Don Quijote y sus hechos se han convertido en vox populi: el libro que narra sus aventuras ha conocido gran éxito.
- Don Quijote está perfectamente informado, a través del bachiller Carrasco, del éxito que ha alcanzado la edición de sus andanzas. Ahora asume una conciencia de responsabilidad acerca del personaje creado de cara a terceros: los lectores de sus aventuras.
- El narrador resulta más falso que nunca.
“Y si esto, ser personaje histórico (o literario, que empieza ya a ser lo mismo), lo era ya antes de comenzarse el cuento, el narrador, que lo sabe, no ignora algo que parece de gran importancia para el entendimiento del personaje, es a saber: que no es un “fracasado”, sino un “triunfador”; que no regresa “vencido”, sino “victorioso”. Desde el momento mismo en que alguien da cuenta de sus hazañas, aunque todas ellas se hubiesen frustrado, el propósito inicial, el bien apetecido que lo sacó de su casa y de sus casillas una y otra vez, está cumplido. A partir de esta convicción se empieza a experimentar cierta antipatía hacia el narrador, que no ve más allá de sus narices, que presenta a don Quijote como un pobre vencido” (Torrente, 1984: 159).
Es cierto, como señala Torrente Ballester, que Alonso Quijano ha logrado su fin, pero hay varios datos más que conviene tener en cuenta: cuando el juego empieza a universalizarse y a perder su significado dialéctico frente a la realidad vigente, don Quijote empieza a aburrirse y, cuando empieza a aburrirse, como en la estancia con los duques, se da cuenta de que extraña a Sancho. Don Quijote se aburre con los duques porque, como bien señala Torrente (1984: 186), “El verdadero quijotismo –ya se ha insistido en ello- consiste en crear, mediante la palabra, la realidad idónea al despliegue de la fingida personalidad. Consiste –en consecuencia- en mantener, contra toda evidencia y con la ayuda (verbal) de los encantadores, la realidad de la ficción así creada”. De hecho, estoy muy de acuerdo con Torrente cuando afirma que el gran error de los duques es que han leído mal la primera parte, han caído en todas las trampas, han considerado a don Quijote loco y a Sancho bobo, por eso la estancia con ellos provoca el hastío de don Quijote, porque aquí su deber ser dialéctico, del que haré mención más adelante, el que él tanto apreciaba, se ha convertido en paralelo: don Quijote ya no juega en la realidad, sino en una obra de teatro creada ad hoc para un loco, y como se está viendo y tratando de demostrar, ése no es su caso. Bien lo dice Torrente (1984: 197), «la esencia de don Quijote en cuanto a su “ser”, no a su conducta, consiste en “aparecer” como caballero real y “en serlo” fantástico a sabiendas». A sabiendas de él y con el desconocimiento de los demás, añadiría yo. He aquí la diversión: que el juego se ejercite en público siendo privado.
Esto es fundamental porque acentuará una característica que en la primera parte aparecía (ya he hecho referencia a ello, cap. XIX), aunque muy atenuada: la consciencia de don Quijote de su estatuto ficcional. Alonso Quijano no se vuelve loco, Alonso Quijano crea un personaje al que decide dotar de existencia efectiva en el mundo que le rodea (dentro de la ficción de la novela, por supuesto). Alonso Quijano crea un papel, crea un personaje. Le dota además de todo lo necesario para recrear la ficción o deber ser que pretende imponer: armas, escudero, normas de actuación (muy acomodaticias en la primera parte, todo hay que decirlo). En la segunda parte ese personaje creado por Alonso Quijano es protagonista de un libro, la ficción que creó se ha oficializado como tal ficción. Es más, esa oficialidad de la ficción viene acompañada de una valoración epistemológica: las aventuras de don Quijote han sido plasmadas por un historiador y responden a la verdad (esto se ve muy claro en la segunda parte, especialmente en las referencias al Quijote de Avellaneda como falso). Todo esto hace que el juego sufra modificaciones:
- Sus normas no serán ya tan acomodaticias y ad hoc.
- El juego de don Quijote ahora es compartido por todos los que han leído su historia. Las acciones de don Quijote perderán la articulación dialéctica que le enfrentaba a su mundo circundante.
El segundo punto también se encontraba en la primera parte: el licenciado, el barbero, Dorotea… todos ellos se van sumando al juego según lo van conociendo, pero ahora el juego se hace global, la imprenta ha hecho que un fenómeno local, que afectaba sólo a Alonso Quijano, a sus vecinos y a quienes le iban conociendo, se convierta ahora en un fenómeno nacional y cognoscible por todos aquellos que puedan leer el libro (un libro escrito en una lengua imperial, de ahí que su fama pueda llegar incluso a la China, como el mismo Cervantes dice en el prólogo).
Ahora el juego se universaliza. Aquellos que se van tropezando con don Quijote ya le conocen y desean jugar con él, o a su costa, mejor dicho. Esto hace que el juego se asiente y se reafirme:
“Y todos o los más derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos” (II, XXXI, 962).
Ni él se cree el éxito y la magnitud que ha alcanzado su iniciativa lúdica, de ahí su asombro y su intento de mantener las formas frente a los duques:
“—Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquélla? ¿Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio o señores son éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Por quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. Mira, pecador de ti, que en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajas mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven de criados tan buenos como ellos. ¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de mohatra? No, no, Sancho amigo: huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que te salgan de la boca, y advierte que hemos llegado a parte donde, con el favor de Dios y valor de mi brazo, hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda.
Sancho le prometió con muchas veras de coserse la boca, o morderse la lengua, antes de hablar palabra que no fuese muy a propósito y bien considerada, como él se lo mandaba, y que descuidase acerca de lo tal, que nunca por él se descubriría quién ellos eran” (II, XXXI, 965-966).
Lo dice muy bien Torrente, nuevamente:
“A partir del momento en que, como el narrador advierte, creyó por primera vez que era de verdad caballero andante, empieza a dejar de ser don Quijote, ya que abandona el ejercicio que lo constituye en tal, es, a saber, la transformación de la realidad para adecuarla a sus deseos. Aquí todo se lo dan hecho. Y lo más probable es que el autor se haya dado cuenta de este riesgo, ya que repetidas veces recupera al personaje mediante gatos y manos femeninas que arañan y pellizcan. La entrega que el personaje hace de sí mismo a este mundo, cuya ficción posiblemente conozca, ¿obedece a cansancio o constituye un autoengaño que, como otros muchos a otras gentes, le permite ser feliz? A esto sólo se puede responder con discutibles conjeturas. La única pista válida para llegar a una conclusión es la melancolía que le acomete a partir de la estancia en el castillo” (Torrente, 1984: 115).
Es más, la mayor parte de quienes los encuentran y conocen desean que no acabe el juego (II, LXV, 1269-1270). Por eso la actitud de don Quijote será también distinta. Ahora la diversión estriba en poner en apuros a Sancho viendo la realidad tal cual es (II, X, 765-779); don Quijote ya no busca aventuras en cualquier situación –puesto que ahora las aventuras se encargan de proporcionárselas los lectores de la primera parte del Quijote-, ahora reflexiona y resuelve racionalmente muchas de las posibles aventuras, muestra un gran autocontrol y planea estrategias de acercamiento a los posibles objetivos (II, XIII, 802; II, XVI, 822; II, XVIII, 846; en II, LXXI, 1310, duda de la muerte de Altisidora; en II, LXII, 1240, duda del artificio de la cabeza parlante; II, XLI, 1054; ya no ve castillos donde había ventas como en II, LIX, 1211); e incluso, en algunos momentos, parece que ha llegado a cansarse (II, XXIX, 954-955), y todo ello a pesar de que el narrador, como ya indiqué, no parece darse cuenta del cambio de actitud de don Quijote (II, XVII, 829), haciendo gala de su habitual cinismo. Sancho vive desconcertado porque no cesa de intentar aprovecharse (II, XVII, 830), sin mucho éxito, de las actitudes que su señor hacía valer en la primera parte, ahora absolutamente modificadas (compárese de nuevo lo que dice don Quijote de Dulcinea en los citados párrafos de la primera parte, capítulo XV, y lo que se dice en II, VIII, 749).
Es cierto que en el capítulo XVII de la segunda parte asistimos al episodio de la lucha de don Quijote con un león (nunca materializada por pereza del animal), pero ello no implica un mayor grado de locura que el de muchos ejecutivos que deciden eliminar su hastío o su estrés practicando deportes de alto riesgo. Sancho lo dice: su señor no es loco, sino atrevido (II, XVII, 832). Estoy completamente de acuerdo con la interpretación que Torrente ofrece de este hecho:
“¡Y es, precisamente, la ocasión en que cualquiera diría que está loco, y a cualquier lector se le ocurre! Sólo quien le conoce, porque, a don Quijote, sólo Sancho lo conoce, da la palabra justa” (Torrente, 1984: 180-181).
El carácter de personaje que para Alonso Quijano supone don Quijote, quedará absolutamente claro, además, al final de la obra cuando el hidalgo, al verse vencido con sus propias normas por el caballero de la Blanca Luna (el bachiller Sansón Carrasco), se plantea el crear otro personaje: el de pastor. Quiere empezar otro juego y pretende que todos sus amigos y vecinos jueguen con él: ya ha pensado un nombre para el licenciado, para el barbero, para Sancho; cada uno tendrá además su enamorada…, salvo el cura, por supuesto.
Esto es algo que no puede ni debe ser pasado por alto en una interpretación consecuente de la derrota y posterior muerte de Alonso Quijano y su personaje. Debo confesar que se me escapa el significado profundo de interpretaciones como la que muestro a continuación.
“Interesa analizar el episodio en que se baten a duelo Don Quijote y El Caballero de la Blanca Luna, ubicado en el capítulo LXIV de la segunda parte de la obra, con el fin de establecer una posible relación entre la muerte simbólica del protagonista con la muerte entitativa de la representación de la caballería andante en cuanto heroicidad. Así, la muerte del Quijote admitiría una intelección regida por un sentido de renuncia, donde el narcisismo del yo sería desplazado por una entrega al teocentrismo. En Barcelona, destino emprendido por el Quijote en la segunda parte del libro, tiene lugar su "muerte simbólica" tras el lance en la playa contra el Caballero de la Blanca Luna, que no era otro que el bachiller Sansón Carrasco. Vencido por el Caballero de la Blanca Luna, el Quijote se desilusiona de su valor y de su heroicidad, y halla por primera vez hondo dolor: Se desilusiona tanto de sus proezas como del valor de su brazo, pero no de Dulcinea (de ahí que no puede ni quiere admitir la superioridad en belleza de la dama que le impone, tras la victoria, el Caballero de la Blanca Luna). Desarmado y triste por la pérdida de la andante caballería, se acerca con Sancho a su aldea mientras piensa en Dulcinea; el caballero otea el horizonte ansiosamente contemplando con avidez cada uno de los rostros que por allí pasan. Era su última ilusión la de encontrar, tal y como él la creara, a la siempre lejana, a la siempre bella amada, de la cual jamás fuera herido, ni burlado, ni vencido. Sin embargo, el Quijote vivencia la muerte de la ilusión del encuentro con Dulcinea y con ello la muerte simbólica del sentido de su lucha” (Navarrete, 2005).
Todo lo tocante al nuevo juego, de naturaleza esta vez pastoril, está ya fraguado en la mente de Alonso (II, LXVII, 1283-84, LXXIII) y el pobre y leal Sancho se dará cuenta, al ver enfermo a su señor, que lo que le mata es tener que asumir la realidad en la que vive (II, LXXIIII, 1328-1329), por eso le intentará animar diciendo que van a realizar finalmente la ficción pastoril. Es más, lo que vuelve irracional a don Quijote es la vuelta a la realidad –empezará, por ejemplo, a creer en agüeros, cuando nunca lo había hecho (II, LXXIII; II, LVIII, 1199)-. Se ve muy bien en el diálogo que reproducimos a continuación:
“—Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
—¡Ay! —respondió Sancho, llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron, cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana (II, LXXIIII, 1332-1333)”.
- Se ha publicado un libro en el que se narra lo sucedido en sus dos primeras salidas. Como bien indica Torrente:
“El autor llama “caballero” a su personaje porque “es ya pura y simplemente el protagonista de un libro de caballerías”, ni más ni menos que don Amadís o don Belianís” (Torrente, 1984: 157).
- Don Quijote y sus hechos se han convertido en vox populi: el libro que narra sus aventuras ha conocido gran éxito.
- Don Quijote está perfectamente informado, a través del bachiller Carrasco, del éxito que ha alcanzado la edición de sus andanzas. Ahora asume una conciencia de responsabilidad acerca del personaje creado de cara a terceros: los lectores de sus aventuras.
- El narrador resulta más falso que nunca.
“Y si esto, ser personaje histórico (o literario, que empieza ya a ser lo mismo), lo era ya antes de comenzarse el cuento, el narrador, que lo sabe, no ignora algo que parece de gran importancia para el entendimiento del personaje, es a saber: que no es un “fracasado”, sino un “triunfador”; que no regresa “vencido”, sino “victorioso”. Desde el momento mismo en que alguien da cuenta de sus hazañas, aunque todas ellas se hubiesen frustrado, el propósito inicial, el bien apetecido que lo sacó de su casa y de sus casillas una y otra vez, está cumplido. A partir de esta convicción se empieza a experimentar cierta antipatía hacia el narrador, que no ve más allá de sus narices, que presenta a don Quijote como un pobre vencido” (Torrente, 1984: 159).
Es cierto, como señala Torrente Ballester, que Alonso Quijano ha logrado su fin, pero hay varios datos más que conviene tener en cuenta: cuando el juego empieza a universalizarse y a perder su significado dialéctico frente a la realidad vigente, don Quijote empieza a aburrirse y, cuando empieza a aburrirse, como en la estancia con los duques, se da cuenta de que extraña a Sancho. Don Quijote se aburre con los duques porque, como bien señala Torrente (1984: 186), “El verdadero quijotismo –ya se ha insistido en ello- consiste en crear, mediante la palabra, la realidad idónea al despliegue de la fingida personalidad. Consiste –en consecuencia- en mantener, contra toda evidencia y con la ayuda (verbal) de los encantadores, la realidad de la ficción así creada”. De hecho, estoy muy de acuerdo con Torrente cuando afirma que el gran error de los duques es que han leído mal la primera parte, han caído en todas las trampas, han considerado a don Quijote loco y a Sancho bobo, por eso la estancia con ellos provoca el hastío de don Quijote, porque aquí su deber ser dialéctico, del que haré mención más adelante, el que él tanto apreciaba, se ha convertido en paralelo: don Quijote ya no juega en la realidad, sino en una obra de teatro creada ad hoc para un loco, y como se está viendo y tratando de demostrar, ése no es su caso. Bien lo dice Torrente (1984: 197), «la esencia de don Quijote en cuanto a su “ser”, no a su conducta, consiste en “aparecer” como caballero real y “en serlo” fantástico a sabiendas». A sabiendas de él y con el desconocimiento de los demás, añadiría yo. He aquí la diversión: que el juego se ejercite en público siendo privado.
Esto es fundamental porque acentuará una característica que en la primera parte aparecía (ya he hecho referencia a ello, cap. XIX), aunque muy atenuada: la consciencia de don Quijote de su estatuto ficcional. Alonso Quijano no se vuelve loco, Alonso Quijano crea un personaje al que decide dotar de existencia efectiva en el mundo que le rodea (dentro de la ficción de la novela, por supuesto). Alonso Quijano crea un papel, crea un personaje. Le dota además de todo lo necesario para recrear la ficción o deber ser que pretende imponer: armas, escudero, normas de actuación (muy acomodaticias en la primera parte, todo hay que decirlo). En la segunda parte ese personaje creado por Alonso Quijano es protagonista de un libro, la ficción que creó se ha oficializado como tal ficción. Es más, esa oficialidad de la ficción viene acompañada de una valoración epistemológica: las aventuras de don Quijote han sido plasmadas por un historiador y responden a la verdad (esto se ve muy claro en la segunda parte, especialmente en las referencias al Quijote de Avellaneda como falso). Todo esto hace que el juego sufra modificaciones:
- Sus normas no serán ya tan acomodaticias y ad hoc.
- El juego de don Quijote ahora es compartido por todos los que han leído su historia. Las acciones de don Quijote perderán la articulación dialéctica que le enfrentaba a su mundo circundante.
El segundo punto también se encontraba en la primera parte: el licenciado, el barbero, Dorotea… todos ellos se van sumando al juego según lo van conociendo, pero ahora el juego se hace global, la imprenta ha hecho que un fenómeno local, que afectaba sólo a Alonso Quijano, a sus vecinos y a quienes le iban conociendo, se convierta ahora en un fenómeno nacional y cognoscible por todos aquellos que puedan leer el libro (un libro escrito en una lengua imperial, de ahí que su fama pueda llegar incluso a la China, como el mismo Cervantes dice en el prólogo).
Ahora el juego se universaliza. Aquellos que se van tropezando con don Quijote ya le conocen y desean jugar con él, o a su costa, mejor dicho. Esto hace que el juego se asiente y se reafirme:
“Y todos o los más derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos” (II, XXXI, 962).
Ni él se cree el éxito y la magnitud que ha alcanzado su iniciativa lúdica, de ahí su asombro y su intento de mantener las formas frente a los duques:
“—Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquélla? ¿Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio o señores son éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Por quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. Mira, pecador de ti, que en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajas mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven de criados tan buenos como ellos. ¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de mohatra? No, no, Sancho amigo: huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que te salgan de la boca, y advierte que hemos llegado a parte donde, con el favor de Dios y valor de mi brazo, hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda.
Sancho le prometió con muchas veras de coserse la boca, o morderse la lengua, antes de hablar palabra que no fuese muy a propósito y bien considerada, como él se lo mandaba, y que descuidase acerca de lo tal, que nunca por él se descubriría quién ellos eran” (II, XXXI, 965-966).
Lo dice muy bien Torrente, nuevamente:
“A partir del momento en que, como el narrador advierte, creyó por primera vez que era de verdad caballero andante, empieza a dejar de ser don Quijote, ya que abandona el ejercicio que lo constituye en tal, es, a saber, la transformación de la realidad para adecuarla a sus deseos. Aquí todo se lo dan hecho. Y lo más probable es que el autor se haya dado cuenta de este riesgo, ya que repetidas veces recupera al personaje mediante gatos y manos femeninas que arañan y pellizcan. La entrega que el personaje hace de sí mismo a este mundo, cuya ficción posiblemente conozca, ¿obedece a cansancio o constituye un autoengaño que, como otros muchos a otras gentes, le permite ser feliz? A esto sólo se puede responder con discutibles conjeturas. La única pista válida para llegar a una conclusión es la melancolía que le acomete a partir de la estancia en el castillo” (Torrente, 1984: 115).
Es más, la mayor parte de quienes los encuentran y conocen desean que no acabe el juego (II, LXV, 1269-1270). Por eso la actitud de don Quijote será también distinta. Ahora la diversión estriba en poner en apuros a Sancho viendo la realidad tal cual es (II, X, 765-779); don Quijote ya no busca aventuras en cualquier situación –puesto que ahora las aventuras se encargan de proporcionárselas los lectores de la primera parte del Quijote-, ahora reflexiona y resuelve racionalmente muchas de las posibles aventuras, muestra un gran autocontrol y planea estrategias de acercamiento a los posibles objetivos (II, XIII, 802; II, XVI, 822; II, XVIII, 846; en II, LXXI, 1310, duda de la muerte de Altisidora; en II, LXII, 1240, duda del artificio de la cabeza parlante; II, XLI, 1054; ya no ve castillos donde había ventas como en II, LIX, 1211); e incluso, en algunos momentos, parece que ha llegado a cansarse (II, XXIX, 954-955), y todo ello a pesar de que el narrador, como ya indiqué, no parece darse cuenta del cambio de actitud de don Quijote (II, XVII, 829), haciendo gala de su habitual cinismo. Sancho vive desconcertado porque no cesa de intentar aprovecharse (II, XVII, 830), sin mucho éxito, de las actitudes que su señor hacía valer en la primera parte, ahora absolutamente modificadas (compárese de nuevo lo que dice don Quijote de Dulcinea en los citados párrafos de la primera parte, capítulo XV, y lo que se dice en II, VIII, 749).
Es cierto que en el capítulo XVII de la segunda parte asistimos al episodio de la lucha de don Quijote con un león (nunca materializada por pereza del animal), pero ello no implica un mayor grado de locura que el de muchos ejecutivos que deciden eliminar su hastío o su estrés practicando deportes de alto riesgo. Sancho lo dice: su señor no es loco, sino atrevido (II, XVII, 832). Estoy completamente de acuerdo con la interpretación que Torrente ofrece de este hecho:
“¡Y es, precisamente, la ocasión en que cualquiera diría que está loco, y a cualquier lector se le ocurre! Sólo quien le conoce, porque, a don Quijote, sólo Sancho lo conoce, da la palabra justa” (Torrente, 1984: 180-181).
El carácter de personaje que para Alonso Quijano supone don Quijote, quedará absolutamente claro, además, al final de la obra cuando el hidalgo, al verse vencido con sus propias normas por el caballero de la Blanca Luna (el bachiller Sansón Carrasco), se plantea el crear otro personaje: el de pastor. Quiere empezar otro juego y pretende que todos sus amigos y vecinos jueguen con él: ya ha pensado un nombre para el licenciado, para el barbero, para Sancho; cada uno tendrá además su enamorada…, salvo el cura, por supuesto.
Esto es algo que no puede ni debe ser pasado por alto en una interpretación consecuente de la derrota y posterior muerte de Alonso Quijano y su personaje. Debo confesar que se me escapa el significado profundo de interpretaciones como la que muestro a continuación.
“Interesa analizar el episodio en que se baten a duelo Don Quijote y El Caballero de la Blanca Luna, ubicado en el capítulo LXIV de la segunda parte de la obra, con el fin de establecer una posible relación entre la muerte simbólica del protagonista con la muerte entitativa de la representación de la caballería andante en cuanto heroicidad. Así, la muerte del Quijote admitiría una intelección regida por un sentido de renuncia, donde el narcisismo del yo sería desplazado por una entrega al teocentrismo. En Barcelona, destino emprendido por el Quijote en la segunda parte del libro, tiene lugar su "muerte simbólica" tras el lance en la playa contra el Caballero de la Blanca Luna, que no era otro que el bachiller Sansón Carrasco. Vencido por el Caballero de la Blanca Luna, el Quijote se desilusiona de su valor y de su heroicidad, y halla por primera vez hondo dolor: Se desilusiona tanto de sus proezas como del valor de su brazo, pero no de Dulcinea (de ahí que no puede ni quiere admitir la superioridad en belleza de la dama que le impone, tras la victoria, el Caballero de la Blanca Luna). Desarmado y triste por la pérdida de la andante caballería, se acerca con Sancho a su aldea mientras piensa en Dulcinea; el caballero otea el horizonte ansiosamente contemplando con avidez cada uno de los rostros que por allí pasan. Era su última ilusión la de encontrar, tal y como él la creara, a la siempre lejana, a la siempre bella amada, de la cual jamás fuera herido, ni burlado, ni vencido. Sin embargo, el Quijote vivencia la muerte de la ilusión del encuentro con Dulcinea y con ello la muerte simbólica del sentido de su lucha” (Navarrete, 2005).
Todo lo tocante al nuevo juego, de naturaleza esta vez pastoril, está ya fraguado en la mente de Alonso (II, LXVII, 1283-84, LXXIII) y el pobre y leal Sancho se dará cuenta, al ver enfermo a su señor, que lo que le mata es tener que asumir la realidad en la que vive (II, LXXIIII, 1328-1329), por eso le intentará animar diciendo que van a realizar finalmente la ficción pastoril. Es más, lo que vuelve irracional a don Quijote es la vuelta a la realidad –empezará, por ejemplo, a creer en agüeros, cuando nunca lo había hecho (II, LXXIII; II, LVIII, 1199)-. Se ve muy bien en el diálogo que reproducimos a continuación:
“—Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
—¡Ay! —respondió Sancho, llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron, cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana (II, LXXIIII, 1332-1333)”.
VII. ¿Qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?
Si aceptamos el juicio del narrador y de los restantes personajes, caeremos en la trampa cervantina de afirmar como lúcidos unos discursos absurdos –por su inadecuación al presente histórico- y de afirmar como locos unos hechos que encubren una gran carga crítica y que, esta vez sí, responden a una realidad social muy concreta: la realidad estamental, la realidad de las instituciones eclesiásticas, la realidad de unas leyes que determinan castigos excesivos –como se ve en el episodio de los galeotes cuando éstos relatan sus delitos ante don Quijote-. Afirmar la locura de don Quijote y quedarnos con el diagnóstico de personajes muy poco fiables significa caer en una trampa, renunciar a leer las sutilezas que Cervantes expone e impedir el acceso a la crítica que el autor expone en la obra.
Del Discurso sobre las Armas y las Letras trataré al ocuparme del tema de la libertad, como he anunciado, pero antes de entrar en el análisis exhaustivo de la segunda parte deseo decir algo del Discurso en defensa de la poesía, efectuado por don Quijote en la segunda parte de la obra frente al caballero del verde gabán.
Doy a este discurso la misma significación que Güntert ofrece al respecto de la novela ejemplar El licenciado vidriera. Veamos sus acertadas palabras.
“La historia de Tomás Rueda, obligado a elegir las armas porque la profesión de letrado no le da sustento, parece, por tanto, una parodia de ese ideal renacentista: la época en que transcurre la acción –la de Cervantes– no puede ofrecer sino una imagen distorsionada del mito renacentista” (Güntert, 2007: 279).
Hablar de la poesía como de la más elevada ciencia no deja de ser irónico si tenemos en cuenta las abundantes críticas que, mismamente en ese episodio, Cervantes deja translucir sobre la labor poética que se lleva a cabo en su tiempo. Se trata de un discurso, creo, sumamente irónico, y doy de nuevo la razón a Güntert cuando manifiesta:
“El aspecto novedoso del arte literario de Cervantes radica en su carácter experimental, que se pone de manifiesto en gran parte de su obra. La figura de la paradoja, señaladamente, demuestra lo problemático de toda labor interpretativa que investigue el mero sentido del texto y su única “verdad”. ¿Quién detenta la verdad, don Quijote de la Mancha o Alonso Quijano el Bueno? ¿Quién de los dos se lleva la palma, el incorregible idealista que va en contra de todas las convenciones o el sabio, paciente y resignado, que, próximo a la muerte, se conforma con su situación? Siempre se abre ante nosotros una doble perspectiva hermenéutica, que invita a confrontar dos lecturas y nos deja en suspenso. En los capítulos dedicados a las Novelas ejemplares, que constituyen la segunda parte de mi estudio, intentaré mostrar cómo Cervantes juega con la posibilidad de la doble lectura, a saber: una, conforme con el espíritu de la sociedad de la Contrarreforma y, por tanto, “ejemplar”, y otra, irónica respecto de él. Los métodos de orientación semiótica que voy a adoptar permiten reconocer –en las propias estructuras textuales– las señas de esta ambigüedad” (Güntert, 2007: 19).
La escena que reproduzco a continuación no deja de parecer de elevado tono sarcástico:
“En acabando de decir su glosa don Lorenzo, se levantó en pie don Quijote, y en voz levantada, que parecía grito, asiendo con su mano la derecha de don Lorenzo, dijo:
—¡Viven los cielos donde más altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe, y que merecéis estar laureado, no por Chipre ni por Gaeta, como dijo un poeta que Dios perdone, sino por las academias de Atenas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de París, Bolonia y Salamanca! Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee y las musas jamás atraviesen los umbrales de sus casas. Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que quiero tomar de todo en todo el pulso a vuestro admirable ingenio.
¿No es bueno que dicen que se holgó don Lorenzo de verse alabar de don Quijote, aunque le tenía por loco? ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu juridición agradable! Esta verdad acreditó don Lorenzo, pues concedió con la demanda y deseo de don Quijote, diciéndole este soneto a la fábula o historia de Píramo y Tisbe:
Soneto
El muro rompe la doncella hermosa
que de Píramo abrió el gallardo pecho:
parte el Amor de Chipre, y va derecho
a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.
Habla el silencio allí, porque no osa
la voz entrar por tan estrecho estrecho;
las almas sí, que amor suele de hecho
facilitar la más difícil cosa.
Salió el deseo de compás, y el paso
de la imprudente virgen solicita
por su gusto su muerte; ved qué historia:
que a entrambos en un punto, ¡oh estraño caso!,
los mata, los encubre y resucita
una espada, un sepulcro, una memoria.
—¡Bendito sea Dios —dijo don Quijote habiendo oído el soneto a don Lorenzo—, que entre los infinitos poetas consumidos que hay he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mío, que así me lo da a entender el artificio deste soneto!” (II, XVIII, 849-850).
Veamos las tesis de Güntert acerca de las reflexiones metapoéticas que pueden desprenderse de la lectura del Quijote:
“En cuanto al Cura, cabe fijarse aún en otro aspecto. A diferencia del Barbero, hombre simple, es razonablemente culto. Su título de licenciado refuerza todavía más el privilegio que como sacerdote goza en la sociedad. Tal como el Canónigo, a quien admira y secunda, el Cura representa el saber adquirido, libresco y en cierto modo convencional que la sociedad de la época reconoce como válido en las cuestiones literarias. Por consiguiente, se hace defensor de la teoría aristotélica de la verosimilitud (XXXII, XXXV), pero distingue, en contraste con lo sugerido por el texto, entre la verdad de los libros de historia y la mentirosa ficción de los de caballerías (XI, XII, XLVIII). Además de revestido de la dignidad sacerdotal, el cura representa el arte como conocimiento teórico y como dominio de las reglas, opuesto a la poesía que brota de la vida, se alimenta del entusiasmo y transmite nueva vida, por medio de las emociones.
Al considerar, pues, al Cura como antisujeto, conviene tener presente un doble antagonismo: el que existe entre la sociedad y el individuo transgresor, y el que se da entre la teoría literaria y la poesía vivida, encarnada, ésta también, por don Quijote” (Güntert, 2007: 100).
Completamente de acuerdo. Hasta aquí nos hemos centrado fundamentalmente en la primera parte de la obra, pero, ¿qué es lo que ocurre en la segunda? En la segunda parte del Quijote las cosas cambian mucho.
Del Discurso sobre las Armas y las Letras trataré al ocuparme del tema de la libertad, como he anunciado, pero antes de entrar en el análisis exhaustivo de la segunda parte deseo decir algo del Discurso en defensa de la poesía, efectuado por don Quijote en la segunda parte de la obra frente al caballero del verde gabán.
Doy a este discurso la misma significación que Güntert ofrece al respecto de la novela ejemplar El licenciado vidriera. Veamos sus acertadas palabras.
“La historia de Tomás Rueda, obligado a elegir las armas porque la profesión de letrado no le da sustento, parece, por tanto, una parodia de ese ideal renacentista: la época en que transcurre la acción –la de Cervantes– no puede ofrecer sino una imagen distorsionada del mito renacentista” (Güntert, 2007: 279).
Hablar de la poesía como de la más elevada ciencia no deja de ser irónico si tenemos en cuenta las abundantes críticas que, mismamente en ese episodio, Cervantes deja translucir sobre la labor poética que se lleva a cabo en su tiempo. Se trata de un discurso, creo, sumamente irónico, y doy de nuevo la razón a Güntert cuando manifiesta:
“El aspecto novedoso del arte literario de Cervantes radica en su carácter experimental, que se pone de manifiesto en gran parte de su obra. La figura de la paradoja, señaladamente, demuestra lo problemático de toda labor interpretativa que investigue el mero sentido del texto y su única “verdad”. ¿Quién detenta la verdad, don Quijote de la Mancha o Alonso Quijano el Bueno? ¿Quién de los dos se lleva la palma, el incorregible idealista que va en contra de todas las convenciones o el sabio, paciente y resignado, que, próximo a la muerte, se conforma con su situación? Siempre se abre ante nosotros una doble perspectiva hermenéutica, que invita a confrontar dos lecturas y nos deja en suspenso. En los capítulos dedicados a las Novelas ejemplares, que constituyen la segunda parte de mi estudio, intentaré mostrar cómo Cervantes juega con la posibilidad de la doble lectura, a saber: una, conforme con el espíritu de la sociedad de la Contrarreforma y, por tanto, “ejemplar”, y otra, irónica respecto de él. Los métodos de orientación semiótica que voy a adoptar permiten reconocer –en las propias estructuras textuales– las señas de esta ambigüedad” (Güntert, 2007: 19).
La escena que reproduzco a continuación no deja de parecer de elevado tono sarcástico:
“En acabando de decir su glosa don Lorenzo, se levantó en pie don Quijote, y en voz levantada, que parecía grito, asiendo con su mano la derecha de don Lorenzo, dijo:
—¡Viven los cielos donde más altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe, y que merecéis estar laureado, no por Chipre ni por Gaeta, como dijo un poeta que Dios perdone, sino por las academias de Atenas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de París, Bolonia y Salamanca! Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee y las musas jamás atraviesen los umbrales de sus casas. Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que quiero tomar de todo en todo el pulso a vuestro admirable ingenio.
¿No es bueno que dicen que se holgó don Lorenzo de verse alabar de don Quijote, aunque le tenía por loco? ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu juridición agradable! Esta verdad acreditó don Lorenzo, pues concedió con la demanda y deseo de don Quijote, diciéndole este soneto a la fábula o historia de Píramo y Tisbe:
Soneto
El muro rompe la doncella hermosa
que de Píramo abrió el gallardo pecho:
parte el Amor de Chipre, y va derecho
a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.
Habla el silencio allí, porque no osa
la voz entrar por tan estrecho estrecho;
las almas sí, que amor suele de hecho
facilitar la más difícil cosa.
Salió el deseo de compás, y el paso
de la imprudente virgen solicita
por su gusto su muerte; ved qué historia:
que a entrambos en un punto, ¡oh estraño caso!,
los mata, los encubre y resucita
una espada, un sepulcro, una memoria.
—¡Bendito sea Dios —dijo don Quijote habiendo oído el soneto a don Lorenzo—, que entre los infinitos poetas consumidos que hay he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mío, que así me lo da a entender el artificio deste soneto!” (II, XVIII, 849-850).
Veamos las tesis de Güntert acerca de las reflexiones metapoéticas que pueden desprenderse de la lectura del Quijote:
“En cuanto al Cura, cabe fijarse aún en otro aspecto. A diferencia del Barbero, hombre simple, es razonablemente culto. Su título de licenciado refuerza todavía más el privilegio que como sacerdote goza en la sociedad. Tal como el Canónigo, a quien admira y secunda, el Cura representa el saber adquirido, libresco y en cierto modo convencional que la sociedad de la época reconoce como válido en las cuestiones literarias. Por consiguiente, se hace defensor de la teoría aristotélica de la verosimilitud (XXXII, XXXV), pero distingue, en contraste con lo sugerido por el texto, entre la verdad de los libros de historia y la mentirosa ficción de los de caballerías (XI, XII, XLVIII). Además de revestido de la dignidad sacerdotal, el cura representa el arte como conocimiento teórico y como dominio de las reglas, opuesto a la poesía que brota de la vida, se alimenta del entusiasmo y transmite nueva vida, por medio de las emociones.
Al considerar, pues, al Cura como antisujeto, conviene tener presente un doble antagonismo: el que existe entre la sociedad y el individuo transgresor, y el que se da entre la teoría literaria y la poesía vivida, encarnada, ésta también, por don Quijote” (Güntert, 2007: 100).
Completamente de acuerdo. Hasta aquí nos hemos centrado fundamentalmente en la primera parte de la obra, pero, ¿qué es lo que ocurre en la segunda? En la segunda parte del Quijote las cosas cambian mucho.
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