Pretendo realizar en este artículo un recorrido sintético por las tres versiones más fundamentales que se encuentran en la literatura griega acerca de la figura de Prometeo, el titán responsable de entregar a los hombres el dominio del fuego.
Las versiones de Hesíodo, reflejadas en “Teogonía” y “Trabajos y días”, para empezar, tendrían como fuente última de inspiración el reforzar la figura de Zeus como garante de la existencia de un Cosmos y vigilante de una Justicia con mayúsculas que se confundiría con el mismo Dios. Zeus sería el Dios Razón que, en terribles tiempos para los hombres, garantiza la recompensa al trabajo austero, callado y duro. Estamos, por lo tanto, ante un mito destinado al refuerzo de la divinidad y a la reivindicación del trabajo como vehículo justo para la obtención de cualquier bien. Prometeo sería ante todo un transgresor que desafía la autoridad divina y obtiene un beneficio para los hombres robándolo y burlando a la divinidad, y las consecuencias de sus acciones serán claramente negativas: Pandora y el trabajo. Prometeo entrega la técnica a los hombres dando lugar a un mundo lleno de sufrimientos. El que será héroe de Esquilo es aquí, en Hesíodo, el mayor ejemplo de soberbia e impiedad. El conocimiento técnico es algo que apenas está empezando a desarrollarse y los hombres como Hesíodo no están preparados para enfrentarse a lo que la nueva clase de artesanos traerá consigo. Prometeo, lo que representa, no encaja en el tradicional mundo hesiódico, supone una irrupción violenta en un mundo que no está preparado para asumir las consecuencias sociales y económicas del desarrollo técnico. Los grandes males de la humanidad provienen de esa maldita necesidad de conocimiento y progreso a costa incluso de los mismos dioses. Hesíodo ve algo revolucionario y perverso en la figura de Prometeo y, efectivamente, no se equivocó en cuanto al potencial revolucionario de la técnica: el auge que los tiranos darán a las nuevas clases de artesanos y comerciantes cambiará para siempre el mundo occidental, lo que nos lleva derechos al tratamiento trágico del mito, en tanto que la tragedia es el género que sirvió de manera privilegiada a la adaptación democrática de todos y cada uno de los valores de la mentalidad griega. Adaptación que en muchos casos fue traumática y crítica, de ahí el tratamiento trágico.
De Esquilo sólo conservamos una obra de la trilogía que dedicó al tema, pero mi interpretación del mito en este autor va a basarse también en mis tesis acerca de lo que creo que ocurría en las obras desaparecidas, fundamentándome en mi conocimiento exhaustivo del pensamiento del poeta a través de todas las obras conservadas y en las pistas que nos proporciona el único texto que nos ha llegado acerca de su tratamiento de la figura del titán, “Prometeo encadenado”. Con Esquilo las cosas han cambiado mucho. Estamos en el siglo V, en el máximo apogeo de la Democracia ateniense y del fervor panhelénico debido a, sobre todo, la Primera Guerra Médica. La versión de Esquilo se sitúa en un momento en el que los miedos hesiódicos, técnica y comercio, empezaban a tomar un protagonismo sin precedentes en la historia de Grecia. Esquilo vivió la época de la tiranía, en la que empezó a forjarse la conciencia democrática, y experimentó la necesidad acuciante de otro régimen político: la democracia. Prometeo representaría para este autor, igual que para Hesíodo, la rebeldía y la ilegitimidad de los medios, pero él no lo ve como una figura perversa y perniciosa, sino que ve en él a la nueva clase que se está abriendo camino favorecida por los tiranos y que representará el futuro político. Prometeo sería una especie de tirano que se enfrenta al poder absoluto de Zeus, quien se niega a otorgar a los hombres el conocimiento necesario para que evolucionen técnicamente y sobrevivan, pero si bien Prometeo representa la llave del progreso para la humanidad, su postura no es la correcta y tanto él como Zeus tendrán que cambiar para reconciliarse y remodelarse: Prometeo tendrá que aprender a respetar la autoridad y a servirse de medios legítimos, mientras que Zeus tendrá que comprender que si gobierna de forma despótica, cruel e injusta, su gobierno caerá. Zeus castiga de una manera terrible a Prometeo por su delito, y a través del dolor y del sufrimiento el titán comprenderá cuál es el camino correcto. El rey de los dioses, por su parte, tendrá que contar con Prometeo si desea salvarse de un posible destino trágico. Así nace la democracia, de la reconciliación entre posturas en principio antagónicas, pero así nace también un nuevo concepto de la divinidad, un Zeus capaz de sosegarse y ceder, un Zeus cuyo poder se desenvuelve en un gobierno justo y racional. La aristocracia y las nuevas clases que se han enriquecido con la artesanía y con el comercio deben llegar a un acuerdo para empezar a caminar juntas. Prometeo salva a la humanidad, sin duda, pero para que la situación sea estable tendrá que aprender a negociar y a ceder, tendrá que ser un héroe pasado por el filtro del nuevo sistema democrático. La sociedad debe empezar a incorporar la técnica y sus consecuencias, esencial para su progreso, pero las tiranías paternalistas y violentas no son la solución. Prometeo aprende, Zeus cede, la democracia y una religión olímpica totalmente politizada y convertida en un culto civil se abren camino y se estabilizan. La democracia de los artesanos se ha instaurado. Ahora le toca el turno a Platón y a la filosofía.
Llegamos, pues, por último, a la versión platónica, expuesta en el diálogo “Protágoras”. Prometeo robaría el fuego para los hombres pero no por ello tiene la clave de la supervivencia de la humanidad. Platón vive en una democracia consolidada, los héroes como Prometeo que servían a Esquilo para reflexionar sobre la civilización técnica y sobre el régimen político ya no son tan útiles. Platón relata el Mito a través de Protágoras, pero ahora la actuación titánica se queda en una anécdota: los hombres obtuvieron progreso técnico gracias a él, pero eso no fue suficiente. No se trata de que haya salvado a la humanidad de una forma ilegítima, como en Esquilo, sino que sus acciones no significan la salvación para nadie. Ya no estamos en una sociedad primitiva en la que la técnica está empezando a instaurarse y a hacerse un hueco en el sistema social, se trata de una sociedad política compleja que ha incorporado ya a comerciantes y artesanos y a la que le urge encontrar la clave para la convivencia entre sus habitantes (ciudadanos, mujeres, esclavos, extranjeros), a la vez que debe regular sus relaciones con otras ciudades-Estado, como Esparta, o con otros imperios, como el Persa. Ante esta situación el hallazgo del fuego queda minimizado y son las habilidades políticas las que toman ahora el relevo como protagonistas, por eso en el diálogo platónico lo que enfrenta a Platón y a Protágoras no es la significación de la figura de Prometeo: ambos están de acuerdo en que significa más bien poco. El diálogo derivará en una discusión política: lo fundamental no es el conocimiento técnico, sino la posesión de las virtudes políticas por parte de cada uno de los pobladores de la pólis. Lo que enfrentará a Protágoras y a Platón es la forma de enseñar esas virtudes políticas y la significación de las mismas. La técnica sigue siendo fundamental, pero se trata de una parte del engranaje social que se encuentra muy asimilada. Está perfectamente regulada, su significación social se encuentra delimitada y definida y su utilidad económica y civilizadora es clara, no es ya un problema a solventar, mientras que el estatuto ciudadano es algo que exigía cada vez más reflexión y análisis.
En síntesis, podemos ver a través de este Mito la evolución de una sociedad, la griega, desde unos comienzos en que la civilización técnica apenas empezaba a abrirse camino, pasando por una fase de apogeo en que se le otorgaba un papel humanizador y civilizador sin rivales en el campo del conocimiento, hasta la época de Platón, en la cual la técnica sería un componente más de la civilización griega, pero insuficiente para la fundamentación de la pólis. El Prometeo de Hesíodo era visto con recelo, miedo y desconfianza; el de Esquilo como un héroe soberbio y culpable de hybris que necesitaba moldearse; el de Platón ya no puede salvar a la humanidad con sus conocimientos y no es más que una fase superada que ha perdido protagonismo ante nuevos problemas.
El mito de Prometeo, concluyendo, es el gran mito de inserción de la técnica en la sociedad política y en los momentos en que la técnica, o la tecnología de origen científico, experimenta una evolución que desconcierta a la sociedad es cuando los hombres recurren a él como eje de reflexión. No es de extrañar que la otra gran versión sea la de Shelley en el XIX, época hija de revoluciones científicas que logró que la sociedad volviera a sentirse realmente asombrada ante los avances del conocimiento, y que es el equivalente moderno de la versión hesiódica, de naturaleza reaccionaria. La lección que nos proporcionan las expresiones griegas del mito es que, ante los avances científicos y técnicos, la primera reacción siempre es de alarma y miedo, pero llega el momento en que hay que dar una respuesta y asimilar política, filosófica y socialmente esos conocimientos y sus consecuencias porque, en definitiva, lo esencial para los hombres se encuentra siempre en la reflexión política que debe asumir y regular todo nuestro progreso. La ciencia y la técnica no deben aterrar ni verse tampoco como la respuesta definitiva a las inquietudes humanas, son, simplemente, elementos que deben incorporarse y que suponen una de las bases más fundamentales de nuestra civilización sin agotarla en absoluto y sin constituir el cierre de la historia, esencialmente política y social, necesitada siempre de una reflexión filosófica de naturaleza crítica acerca de los distintos conocimientos, porque llega un momento, como bien muestra Platón, en que los avances científico-técnicos están perfectamente asimilados, mientras que la situación socio-política sigue exigiendo análisis, perfeccionamiento y reflexión. Como constató Schiller, la razón puede llegar a su máxima eficacia sin que la sociedad lo aproveche de forma significativa, y ello se debe a que buscamos la salvación en terrenos equivocados, error en el que caemos constantemente desoyendo a los clásicos, considerando al conocimiento científico la panacea y eliminando la filosofía y la reflexión crítica de nuestros sistemas educativos en favor de las especializaciones técnicas. Afortunadamente, la historia nos llevará siempre a Platón y a la necesidad de reflexionar sobre nuestra existencia socio-política cuando constatemos, una vez más, que la ciencia y la tecnología son sólo un aspecto más de nuestra existencia pero ni mucho menos el más esencial para una humanidad que aún sigue teniendo que responder la pregunta más definitiva: cómo organizarnos para vivir con los otros sin caer en la más absoluta barbarie.