La
cuestión es si esta tragedia del deber construida por Eurípides es
realmente tan ajena a lo griego que muchos críticos llegan a ni
siquiera reconocerla. Por nuestra parte, sinceramente creemos haber
demostrado que no. La Ilíada
está llena de héroes así: Héctor, Aquiles..., Aquiles podía
haberse quedado con su familia y no haber ido a Troya, donde el único
destino que le aguardaba eran la muerte, y matanzas que no le
agradaban en absoluto. Héctor era un hombre familiar y feliz que
tenía en su hogar todo lo necesario y que sabía que enfrentarse con
Aquiles significaba su aniquilación y la de toda su familia, ¿por
qué no huyó con sus seres queridos?, ¿por qué se quedó para
luchar? La culpa ciertamente no es del Destino, porque Héctor conoce
perfectamente cuál es su fin si decide luchar, y Aquiles sabe que un
Destino muy diferente es el que le espera si permanece en su hogar.
El destino trágico en Ilíada
va unido al cumplimiento del deber. Tanto Héctor como Aquiles
conocen todas las variables, han visto todas las cartas al
descubierto y eligen con libertad qué destino van a abrazar. Tienen
opciones. De hecho, si en la Ilíada
no hubiese opciones no habría personajes tan negativos como el de
Paris que, en nuestra opinión, claramente elige la cobardía:
Pues pueden conseguirse
como botín de guerra
los bueyes y las robustas ovejas,
y pueden adquirirse por la compra
los trípodes y las rubias cabezas
de los caballos; en cambio, la vida
de un varón ya regresar no puede
ni cual botín de guerra ni cogida,
en el preciso punto que traspase
el cerco de los dientes (IX, vv.
406-416).
Aquiles duda en Ilíada, como dudará Medea, de lo que debe hacer, y Homero llega incluso a poner en su boca la afirmación más anti-heroica que puede hacerse, no en el sentido de dar importancia a la vida humana (si la vida humana no fuera importante su sacrificio no sería heroico), sino en el hecho de llegar a ponerla por encima del deber:
Pues para mí no compensan la vida
ni cuantos bienes dicen poseía
anteriormente Ilio,
la ciudad bien poblada,
en tiempos aún de paz,
antes de que llegaran
los hijos de los dánaos guerreros,
ni todos los que dentro de sí
encierra
el pétreo umbral de Febo
Apolo, el flechador,
en Pitó pedregosa (IX, vv.
401-405).
Es el valor de Patroclo lo que recuerda a Aquiles el deber que éste ha contraído con toda Grecia:
¡Así ahora mismo yo estuviera muerto,
puesto que no iba yo, como es
notorio,
a ayudar a mi compañero de armas
a punto de ser muerto!; él muy
lejos
pereció de su patria, pues de mí
hubo falta para que yo fuera
de él protector, su ruina
rechazando.
Pero ahora, ya que no he de volver
a la querida tierra de mis padres
y no he sido luz en absoluto
para Patroclo ni para los otros
compañeros de armas
que han sido ya en gran número
domados
por el divino Héctor,
sino que estoy, inactivo, sentado
al lado de las naves,
inútil peso sobre el labrantío,
a pesar de que soy cual ningún otro
de entre los aqueos
de lorigas de bronce,
en la guerra, porque en la asamblea
aun otros hay mejores… (XVIII, vv.
97-106).
Más grave incluso es la situación de Héctor, para el cual abrazar su destino trágico supone la condenación de su esposa y de su hijo. Una vez más el argumento será el deber. Dice Andrómaca:
Así pues, Héctor, tú para mí eres
mi padre y también mi augusta
madre,
así como mi hermano,
porque tú eres mi lozano esposo.
Ahora, pues, compadécete de mí
y quédate aquí mismo resistiendo
en lo alto de esta torre;
no conviertas en huérfano a tu hijo
ni a tu mujer en viuda (VI, vv.
429-432).
A lo que Héctor
responderá:
Porque yo sé muy bien
en mis mientes y mi alma
esto que ahora te digo:
un día ha de venir en que perezca
la sagrada Ilión
y Príamo y el pueblo
de Príamo el lancero valeroso.
Sin embargo, no me importa a mí
tanto
el dolor que más tarde
aqueje a los troyanos
ni a la propia Hécuba ni aun
a Príamo el rey ni a mis hermanos,
que en el polvo caerán,
seguramente,
numerosos y bravos además,
a manos de varones enemigos,
cuanto el tuyo cuando a ti se te
lleve,
en lágrimas sumida, algún aqueo
de túnica broncínea revestido,
quitándote con ello
los
días de antaño en que eras libre.
Y, quién sabe, allá en Argos
residiendo,
tal vez tejas una pieza de tela
a las órdenes de otra
o, tal vez, con frecuencia regular
acarrees el agua de la fuente
Meseide o Hiperea,
muchas contrariedades padeciendo,
pues sobre ti se ha de cernir
entonces,
violenta y dura, la necesidad.
Y alguien, cuando un buen día
llegue a verte
lágrimas derramando una tras otra,
tal vez, entonces, diga:
“He aquí la mujer de Héctor
que en la lucha diaria descollaba
de entre los troyanos,
domadores de potros,
cuando de un lado y otro
de Ilión combatían.”
Así decir podrá alguien algún
día,
y para ti será ello dolor nuevo
por falta de un varón capaz de
defenderte
de los días de esclava que te
aguardan.
Mas ¡que yo quede muerto
y tierra amontonada me sepulte
antes, sí, de que oiga
tus gritos o contemple
la forma en que te arrastran! (VI,
vv. 445-465).
En estos hermosos versos podemos ver a cuánto amor renuncia Héctor para cumplir su deber. Héctor describe con toda crudeza el futuro que le espera a Andrómaca, pero abandonar su puesto en el combate no es una opción.
El
amor es un valor importante tanto en la Ilíada
como en la Odisea,
y también es un valor importante para Medea. Ni siquiera en esto se
aleja Eurípides del gran Homero. En la épica lo trágico no se
apoya en el engaño o en la ignorancia, sino en el conocimiento,
conocimiento de lo miserable de la condición humana que se debate
entre una existencia callada y sombría, aunque larga y feliz, y una
vida corta pero gloriosa. De todos modos, como dice Aquiles:
La misma parte del botín les toca
a quien se queda en casa
y a quien guerreara con mucho
denuedo;
y en idéntica estima son tenidos
tanto el cobarde como el valeroso,
e igual muere el guerrero perezoso
que el que ha trabajado sobremodo.
ni una ganancia me queda de sobra,
después de haber sufrido
dolores en mi alma,
jugándome la vida en el guerrear
(IX, vv. 318-322).
Como puede verse,
Aquiles es el primer crítico de la labor que debe hacer. Conoce la
relativa banalidad de sus actos y contempla la batalla con la
melancolía de quien no debe hacer otra cosa que matar.
Mientras
el parecido con Medea resulta evidente, compárese ahora con un héroe
trágico como Edipo. Éste no elige el destino que desea abrazar,
sino que se pasa toda la obra huyendo como un desgraciado que es
incapaz de controlar ni uno solo de los acontecimientos de su vida.
Medea se parece a Aquiles y a Héctor, no a Edipo. Medea
es
una tragedia profundamente homérica protagonizada por una mujer, de
ahí el desconcierto de la crítica. La confusión que provoca la
Medea
de
Eurípides es la misma que causarían Homero o Virgilio, si hubieran
puesto como protagonistas guerreras de la Ilíada
o
de la Eneida
a mujeres. Otros rasgos homéricos de esta tragedia pueden observarse
en el arcaico lenguaje que Eurípides pone en boca de la protagonista
y, como hemos señalado, en las comparaciones que establece entre
Medea y distintos animales. Ningún otro personaje de la tragedia se
somete a estos símiles, según nuestra tesis, porque ningún otro
personaje posee rasgos homéricos.
Tanto Medea como
Aquiles han asumido sus respectivos roles, el de la maternidad y el
del combate, roles que Eurípides de forma muy inteligente comparará
por boca de Medea en su célebre parlamento, pero ambos lo abandonan
cuando son traicionados, el uno por Agamenón, la otra por Jasón. Es
importante dejar bien claro el parecido de Medea con los héroes
homéricos, porque sólo así podrá entenderse verdaderamente lo que
le motiva a actuar de la manera en que lo hace, y sólo así podremos
concebirla como un personaje libre. Libremente asume su destino de
esposa y libremente lo abandona cuando es traicionada. Creemos que
muchas de las palabras de Medea son deudoras de los versos homéricos
que citamos a continuación:
Como el ave que lleva la comida
a sus polluelos de alas
desprovistos,
una vez que cogerla ha conseguido,
y, como es natural, a ella misma
le va mal en la empresa,
así también yo mismo muchas noches
pasaba insomne y sangrientos días
consumía guerreando,
luchando con guerreros
por causa de sus propias compañeras.
Doce ciudades de hombres con mis
naves
ya destruí y afirmo que a pie
once aniquilé
en la región de Troya rica en
campos.
Y de ellas todas para mí tomé
como botín tesoros abundantes
y valiosos, y a Agamenón,
el hijo de Atreo,
se los llevaba y se los iba dando
en cada ocasión; pero él, en
cambio,
que atrás se quedaba,
junto a las raudas naves,
una vez los tomaba, luego pocos
distribuir solía; al contrario,
guardaba para sí la mayor parte.
Otra porción a los príncipes daba
y a los reyes como recompensa
y ellos aún intacta la conservan;
mas sólo a mí de entre los aqueos
me despojó de ella y ahora tiene
en su poder a la que de mi lecho
fue grata compañera;
¡qué a su lado durmiendo goce de
ella!
Mas ¿por qué han de seguir aún
luchando
argivos con troyanos?,
¿por qué el hijo de Atreo
reunió las huestes y hasta aquí
las trajo?
¿Es que acaso no fue
por Helena de hermosa cabellera?
¿Es que acaso tan sólo los Atridas
aman a sus esposas,
de entre los hombres, los mortales
seres? (IX, vv. 323-341).
Casi con total seguridad me atrevería a afirmar que Eurípides estableció conscientemente un paralelismo entre Medea y Aquiles y entre Agamenón y Jasón. Los dos últimos son héroes especiales, ya que sus hazañas no habrían tenido lugar si no es por la intervención de otros, Medea y Aquiles. En cuanto a los dos primeros, lo han dado todo sin recibir a cambio más que traición. Al igual que Fénix y Odiseo considerarán justificada la cólera de Aquiles, y no le reprocharán las muertes inútiles de los griegos que su negativa a luchar ha producido, así la cólera de Medea y su actuación pueden también justificarse por la violación de los juramentos de Jasón. Valgan aquí como prueba de lo dicho las palabras de Fénix a Aquiles:
Porque si él no estuviera dispuesto,
el Atrida, a ofrecerte los regalos
ni otros para más tarde te
nombrara,
sino que aún irritado continuara,
yo a ti entonces no te exhortaría
a que, habiendo tu cólera depuesto,
a los argivos prestaras socorro,
aunque hayan de tu ayuda menester
(IX, vv. 515-518).
Desde luego no hemos sido nosotros los primeros en apreciar este parecido de Medea con los héroes de tipo homérico, pero lo que sostenemos es que si Medea es libre, lo es en tanto su personaje es antes homérico que democrático. Tras todo esto podrá entenderse mejor porqué Eurípides necesitaba a una mujer no griega como heroína. Ahora bien, Medea no es griega, pero por lo que sabemos tampoco estaba muy lejos de sus costumbres más arraigadas, como es la importancia de enterrar a los muertos, véase el episodio de Apsirto, o el venerar a los mismos dioses, Temis y Ártemis. Es algo similar al caso de los troyanos, acerca de los cuales uno siempre se pregunta en qué difieren de los griegos, exceptuando el territorio en que habitan. Incluso en el mensaje final Eurípides sigue fiel a Homero al declarar que ninguno de los mortales escapa a la desdicha, en mayor o menor grado.
Por
si todavía cupiese algún tipo de duda acerca de la inserción de
Medea
en
un estudio que versa sobre la libertad en la tragedia griega, valgan
estas conclusiones finales, a modo de recapitulación, para que
ningún cabo quede sin atar.
La
libertad en Grecia se consolidó para una minoría con la llegada de
la ciudad – estado y la codificación de las leyes, anulando así
muchos de los viejos códigos sobre los que se había edificado la
pólis.
Sólo los ciudadanos gozaban de libertad, en mayor o menor grado, y
sólo era ciudadano quien participaba en el ejército. En la tragedia
griega, sólo un autor que creyese firmemente en el sistema ateniense
podía llegar a mostrarnos personajes libres y no meros títeres del
destino, cuya única fuerza reside en la resistencia, caso de
Sófocles. Eurípides muestra en Medea
la
tragedia de la falta de libertad secundaria y objetiva de las
mujeres. Para ello usará dos personajes muy determinados: un héroe
ridículo, Jasón, y una mujer a la cual no ha anulado la
ciudad-estado, porque no se ha educado en su sistema jurídico y
moral. Tenemos, además, el coro de mujeres griegas para mostrarnos
cómo estas ya han sido llevadas a tal estado de debilidad que de
ellas no se puede esperar ningún tipo de reacción ante la
injusticia. Dado que la libertad política no era algo accesible a
las mujeres, Eurípides, por coherencia, para poner en escena a una
mujer libre deberá dotarla de una libertad pre-política, a saber,
la libertad heroica. Medea es la candidata perfecta para esgrimir una
libertad de naturaleza pre-política por sus orígenes bárbaros y
legendarios, que la hacían ideal para su reinserción en el contexto
heroico del que procedía.
Medea es libre desde el
primer momento. Fue libre cuando tomó la decisión de adherirse al
sistema griego y libre fue también cuando tomó la decisión de
abandonarlo. Su tragedia es la de la de las mujeres atenienses que se
encuentran atrapadas sin remedio, pero Medea, al contrario que el
coro de mujeres corintias, sí posee recursos. De hecho, cuando
planea su exilio no se comporta como las suplicantes de Esquilo, sino
como un caudillo que va a realizar un acto de deber y, en relación
no de vasallaje, negocia su posterior asilo político. Sus actos
criminales son su deber heroico, alentados por una pasión de tipo
homérico, ante la marginación a la que pretende condenarla un
sistema que ni siquiera es el suyo propio. Para ella, matar a sus
hijos es una tragedia comparable a lo que fue para Agamenón el tener
que sacrificar a Ifigenia, pero el hecho de saber que se está dando
cumplimiento a un deber es un poderoso calmante que permitirá a
ambos personajes seguir adelante con sus planes. Medea encarna la más
horrible forma de praxis, aquella en que quien actúa lo hace con
plena conciencia y conocimiento.
Acierta,
a grandes rasgos, Williams al señalar que en Eurípides la fatalidad
tiene mucho que ver con las acciones humanas más que con oscuras
necesidades venidas de fuera1.
Discrepamos,
en cambio, de interpretaciones como las de Barlow que creen ver en el
final de la obra un abandono de la subversión y un regreso a los
estereotipos raciales y misóginos imperantes en Grecia2.
Creemos que las simpatías de Eurípides están con Medea hasta el
final y hasta las últimas consecuencias de sus actos, por eso el
trágico le permite escapar con dignidad a Atenas, refugio por
excelencia de todo personaje que busque asilo.
Medea
representa el triunfo de la Libertad en los dos sentidos que venimos
señalando y analizando en esta tesis. En un nivel secundario y
subjetivo se nos muestra como una eficaz estratega capaz de manipular
todos los estereotipos y usar todas las armas de que dispone para
llevar al resto de los protagonistas al terreno heroico, bárbaro y
pre-político en el que la lucha, como núcleo material de la
Libertad, será la forma más válida de reivindicación de unos
derechos inexistentes.
1
Williams (1993: 149, 150): “It is obvius, at any rate, that the
sense of a supernatural necessity is loosened in Eurípides. […]
Euripides was not alone in thinking that týche
might not be anangkaia
at all. In the first speech that Pericles makes in
Thucydides´History,
just before the beginning of the Peloponnesian war, he says, “it
is possible for the circumstances of our affairs to take as
blundering a course as men´s plans”. As Lowell Edmunds, following
Syme, has well argued, Pericles (with some irony) means that events
run, not “unintelligibly”, but “stupidly”, as people´s
plans may do. Adversity is described in terms of human palning, and
the implication is that superior gnome
may be able to master it. This view, that we may hope to control the
political and practical world by empirical, rational, planning – a
view associated with Protagoras- stands revealingly between the
archaic outlook, on the one hand, and a Euripidean arbitrariness of
chance on the other”.
2
Dice Barlow (1991: 44, 45): “It is true that the woman murderer
escapes free but two things now mitigate the potential
subversiveness of this dramatic act. The first is that we have seen
through the monologue how great the cost has been to Medea herself.
The second is that the sympathy has shifted away from Medea and onto
the broken figure of Jason piteously reaching out to touch his dead
children´s bodies”. Y sigue diciendo, “That the message is not
now about women´s rights at all but just: Beware women and their
excesive passion. […] Moreover in this case it has all been
because of Sex. […] Are we not now back in the familiar world of
women with voracious appetites for sex, likely to exhibit unseemly
passions and driven by irrational urges? Women who are unreasonable
and very, very dangerous. And we are landed with foreigners as well.
[…] The shutters have come down – the clichés are back. Popular
misogyny, popular chauvinism”.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Eurípides
(1995), Medea,
edición bilingüe y traducción de F. Rodríguez Adrados, Madrid,
Alma Mater.
Homero
(1997), Ilíada,
edición y traducción de A. López Eire, Madrid, Cátedra.
Barlow,
S. A. (1991), “Euripides´ Medea:
a subversive play”, Stage
directions,
talk given to the JACT Greek Summer School at Bryanston, 8 de Agosto
de 1991 (36-45).
Williams,
B. (1993), Shame
and Necessity,
Berkeley, University of California Press.
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