El
Prometeo encadenado
es una tragedia que se sitúa en el plano de la divinidad. Zeus tiene
el poder mayor, pero Prometeo tiene al tiempo de su parte ya que
conoce el destino del mismísimo Zeus. Es una víctima de Zeus pero
tiene aún importantes armas para luchar contra él, a pesar de
sufrir el tormento que el dios le ha impuesto. Igual que Crono
asesinó a Urano y Zeus a Crono, así también llegará un
descendiente de Zeus que lo asesinará para hacerse de nuevo con el
poder.
«CORIFEO
¿Quién
es el timonel, pues, del Destino?
PROMETEO
Las
tres Moiras y Erinia rencorosa.
CORIFEO
¿Así
que a Zeus superan en potencia?
PROMETEO
No
podrá sustraerse a su Destino» (Prometeo
encadenado, vv. 515-518).
El
gobierno de Zeus aparece, pues, como manchado de sangre y no es
absurdo pensar que Prometeo logra con sus actos la redención de Zeus
y la salvación de su gobierno amenazado por la inestabilidad. Dice
Prometeo, refiriéndose a Zeus:
«Sé
que es duro, y que tiene
la
Justicia en sus manos, pero pienso
que
ha de mostrarse bondadoso, cuando
sufra
ese golpe un día.
Entonces
calmará su ira indomable» (Prometeo
encadenado, vv.
186-190).
Prometeo
se está refiriendo aquí a que Zeus también está amenazado por el
destino y por el dolor. Es el rey de los dioses pero no está a
salvo, y también él aprenderá por medio del dolor. Veamos otro
texto que será muy clarificador a este respecto:
«PROMETEO
Pues,
en verdad, que Zeus, por más astuto
que
sea, ha de tornarse muy humilde,
vista
la boda a que aspirará un día,
boda
que ha de expulsarle de su trono
y
de su imperio, aniquilado. Entonces
se
cumplirá la maldición que Crono
contra
él lanzó al perder su antiguo reino.
Un
modo de evitar tales desgracias
Ningún
dios, sólo yo, puede ofrecerle.
Pues
yo lo sé, y el medio» (Prometeo
encadenado, vv. 907-915).
Prometeo
no es como Hermes, que se somete y esclaviza voluntariamente
ganándose con ello el desprecio de nuestro héroe. Prometeo, como
indica su nombre, es una divinidad que posee la capacidad de conocer
el futuro, técnica ésta que está entre las que entrega a los
hombres, porque en la obra de Esquilo el protagonismo no es tanto del
fuego como de Prometeo y de todo lo que está dispuesto a transmitir
a los desvalidos hombres.
«¡Nadie
que no desee hablar en vano!,
lo
sé muy bien. En suma, por decirlo
todo
concisamente en una frase:
sabe
que el hombre ha conocido todas
las
artes a través de Prometeo» (Prometeo
encadenado, vv. 502-505).
Éste
es, pues, el panorama teológico del Prometeo
encadenado. Nada tiene
que ver con el pensamiento religioso que caracteriza a Esquilo y que
aparece en el resto de sus obras, y esto no es un hecho que pueda ser
olvidado, sino que necesita una explicación para no acabar cayendo
en la discusión de si es una obra espúrea o si el autor se
contradice, o si muestra incoherencias respecto al pensamiento
teológico del resto de su obra. Jaeger,
por ejemplo, no da ninguna explicación de este hecho y lo evade
manifestando que lo que Esquilo pretende mostrarnos es que Zeus sólo
puede ser captado imperfectamente a través del dolor que causa, con
lo cual está dejando a Zeus fuera del proceso dialéctico. Si se
estudia a fondo toda la corriente de pensadores y escritores griegos
que se dedicaron a la crítica de la religión tradicional, podemos
ver que Esquilo se está situando aquí en esta perspectiva. Rasgo
común a todos esos autores suele ser el acentuar la crueldad divina
y cargar las tintas en la debilidad e indefensión de los hombres,
con el objeto de que el contraste sea muy fuerte y para colocar así
entre dioses y hombres un abismo infranqueable.
«
[...] En vano
te
desharás en llantos y gemidos,
pues
el pecho de Zeus es inflexible.
¡Que
todo nuevo rey reina en tirano!» (Prometeo
encadenado, vv. 34-36,
palabras de Hefesto a Prometeo).
Vemos
que Hefesto desempeña su labor con gran dolor ( “¡Ay, Prometeo,
por tus males lloro!” [Prometeo
encadenado, vv. 67])
y con la conciencia de estar cometiendo una injusticia. Están además
las impurezas propias fruto de una religión que no se organiza ni
racional ni coherentemente. Esquilo pretende con este detalle
(detalle que por cierto es fundamental para la interpretación de la
obra y, en cambio, es obviado por algunos comentaristas, yo examinaré
las tesis al respecto de Vernant
y Lesky)
mermar la omnipotencia divina, presentándonos a un dios que está
también sujeto al inescrutable destino, por encima del cual, como
nos dice Lesky, se sitúan las Moiras y cuyo gobierno es altamente
inestable. Dice Prometeo:
«Pues
por más que me encuentro aprisionado
por
tan potentes lazos –yo os lo juro-
habrá
de suplicarme el dios de dioses
que
le descubra el nuevo plan, que un día
intentará
quitarle cetro y trono» (Prometeo
encadenado, vv. 167-172).
Se
trata de mostrar la religión tradicional y su concepto de la
divinidad como algo irracional porque, ¿pueden los dioses ser
injustos? Desde luego que en el pensamiento religioso esquíleo tal
posibilidad no puede ni contemplarse, ya que Zeus es el responsable
del cosmos y el que encarna y garantiza la Justicia entre los
hombres.
Lesky
encuentra dificultades para encajar al Zeus del Prometeo
encadenado en el sistema
de pensamiento religioso de Esquilo y su respuesta será constatar el
hecho de que de las noventa obras que escribió Esquilo sólo
poseemos seis, a parte del hecho de que nos faltan también las otras
dos obras que completaban la trilogía y en las que seguramente se
producía la reconciliación insinuada en esta primera obra. Yo, en
cambio, creo que a pesar de todas las obras que nos faltan no hay
ningún problema para integrar sin fisuras al Zeus de esta obra en el
pensamiento de Esquilo.
Mi
conclusión, pues, es que la trilogía de Prometeo representaba
también el procedimiento dialéctico, a través de Prometeo y del
miedo de Zeus a perder su poder, de disolución de la religión
tradicional y de la concepción tradicional de los dioses.
Voy
a citar aquí un texto de Vernant en refuerzo de lo que acabo de
manifestar:
«En
contraste con Prometeo, Zeus. Un Zeus que no se manifiesta sino a
través de las catástrofes que desencadena o las amenazas que hace
proferir a sus embajadores, o que actúa a través de sus dos
acólitos Krátos y
Bía, símbolos
de un poder tan absoluto que se sitúa por encima de la justicia como
de la inteligencia. En el Prometeo
encadenado Zeus
representa la antigua divinidad soberana de un tiempo que está
finiquitado; igualmente la tiranía de un poder político que no está
regulado por la ley; representa también todo lo que en el mundo es
inhumano, todo lo que aplasta al hombre o se opone a su esfuerzo
laborioso y a su obra» (Vernant:
1973, 251).
El
Zeus resultante será el Zeus filosófico que propugnaron muchos
filósofos griegos: un dios que prácticamente se convierte en el
centro y anula al resto de divinidades, o, al menos las relega a un
papel muy secundario, un dios razón, garante de la Justicia, dador
de sentido a todos los hechos de la vida humana y último responsable
de que el cosmos se mantenga como tal.
Nestle
habla incluso de una tendencia al monoteísmo y de panenteísmo
- “todo-en-Dios”-, doctrina que en España hicieron famosa los
krausistas. Zeus reúne en su figura la justicia, el poder y la
sabiduría, es la causa total, panaitíos,
y el que todo lo hace, panergétes.
Es el garante de la compasión y el único refugio para el débil. Se
trata del punto de vista pindárico que pone a los dioses como
ejemplo de la moralidad, sin ningún lugar en ellos para la impureza.
Para
Nestle
Esquilo fue el primero en ocuparse de la Teodicea y su opción fue la
de incluir al mal en el seno de un gran proyecto racional y moral de
origen divino en el que la Justicia siempre es el resultado. Nestle
también evitará ocuparse del problema de cómo encajar en este
esquema al Zeus del Prometeo
encadenado.