LA
DIALÉCTICA EN “DEL REY ABAJO, NINGUNO” DE ROJAS ZORRILLA
(fragmento)
Es
un complicado juego el que se establece en la obra de la que estamos
tratando y voy a intentar sistematizarlo y ordenarlo como sigue.
Desde la perspectiva de García asistimos a una dialéctica, que
luego se revelará como falsa parcialmente, entre la ética (el amor
a su esposa), la moral (sus deberes como marido y sus
responsabilidades según el concepto del honor) y el derecho (sus
deberes como vasallo al servicio del rey).
Don
García: [...] pero si Blanca es la causa
Y
resistirle no puedo,
que
las pasiones de un rey
no
se sujetan al freno ni a la razón, ¡muera Blanca!
(saca
el puñal) Pues es causa de mis riesgos
y
deshonor, y elijamos,
corazón,
del mal lo menos.
A
muerte te ha condenado
mi
honor, cuando no mis celos,
porque
a costa de tu vida
de
una infamia me preservo.
Perdóname,
Blanca mía,
que
aunque de culpa te absuelvo,
sólo
por razón de Estado
a
la muerte te condeno.
Mas,
¿es bien que conveniencias
de
Estado en un caballero
contra
una inocente vida
puedan
más que no el derecho?
Sí,
cuando la providencia
y
cuando el discurso atento
miran
el daño futuro
por
los presentes sucesos
(vv.
1645-1668)
Como
señala Ortigoza (1957: 2): “García es también fuertemente
impulsado por deberes patriótico-nacionales y por obligaciones
morales que como miembro de la sociedad en que vive debe cumplir, y
ésta es la causa por la que ayuda con su hacienda al rey también le
ofrece la vida”.
Es
cierto, pero no se debe perder de vista que el derecho es una parcela
especial de la moral: la moral sancionada por la ley política. En
este sentido, es preferible referirnos a los deberes para con el rey
como deberes que caen dentro de lo político, a saber, no son deberes
morales en general, sino deberes y actuaciones políticas y jurídicas
muy determinadas.
Vemos
que el poder toma en la obra la forma –aparente– de razón de
Estado o capricho de estadista, más bien. Este sí sería un
planteamiento trágico, como hemos indicado. Lo interesante de la
fábula es que nos ofrece una perspectiva y planteamiento trágicos
sólo según el conocimiento que de la situación posee García, pero
tal perspectiva desaparecerá en el momento en que el protagonista
actualice su información. La persona de don Mendo introduce en la
obra una dialéctica estamental aparente: sus deseos de poseer a la
esposa de García, Blanca, pueden triunfar en tanto él pertenece a
un estamento superior (luego descubrirá que no) al de la pareja de
rústicos. El honor no deshace la dialéctica estamental en el caso
de Rojas. El honor es un concepto secundario que queda siempre por
debajo del derecho. El honor se vuelve un concepto relativo a la
realidad estamental: vale más el derecho de un noble que el honor de
un villano.
Doña
Blanca: Tengo esposo.
Don
Mendo: Y yo poder,
Y
mejores han de ser
Mis
brazos que honra te dan
Que
no sus brazos.
Doña
Blanca: Sí, harán,
porque
bien o mal nacido,
el
más indigno marido,
excede
al mejor galán
(vv.
2169-2176)
Aquí
aparece planteada la dialéctica entre la moral y el poder derivado
de la dignidad estamental. El mismo argumento entra en juego cuando
García lamenta que su esposa sea de noble linaje: si no fuese así,
darle muerte sería más fácil.
Don
García: [...] Yo me holgara, ¡a Dios pluviera!,
que
esa mujer que criasteis
en
Orgaz para mi muerte,
no
fuera de estirpes reales,
sino
villana y no hermosa,
y
a Dios pluviera que antes
que
mi pecho enterneciera,
aqueste
puñal infame
su
corazón, con mi riesgo,
le
dividiera en dos partes;
que
yo os escusara, Conde,
el
vengarla y el matarme,
muriéndome
yo primero
(vv.
1995- 2007)
Lo
último que hemos apuntado es fundamental, ya que la dialéctica
estamental está muy presente en la obra perfilándose el rey como un
estamento al margen, a saber, siendo un noble, el poder del rey es
tal que no se enfrenta al resto de los de su casta en igualdad de
condiciones, como veremos en las palabras de García al creer que el
que pretende ofender su honra es el monarca. El rey representa el
derecho por excelencia y sus deseos y acciones nos llevan
directamente a la dialéctica política que enfrenta ética, moral y
poder.
Con
este planteamiento sí estaríamos ante una obra trágica según la
definición que manejamos, pero la tragedia desaparece cuando
observamos que la presencia del poder y la razón de Estado en la
tragedia (encarnadas en la figura del rey) es sólo aparente: el rey
nunca pretendió a Blanca pero, debido a un cambio de indumentaria
hecho a última hora, García lo creerá porque maneja información
errónea.
Cuando
García descubre la verdad, la dialéctica con el poder desaparece:
ahora es un igual el que pretende ofender su honor, por lo tanto la
dialéctica queda reducida a la moral y a la ética: matando al igual
que pretende ofenderle salvaguarda su honra y la vida de su esposa.
Para
este desenlace no trágico es también fundamental que se descubra la
verdad acerca del linaje de García y de Blanca: no son villanos, son
nobles y, por lo tanto, su honor vale tanto como el de don Mendo y
pueden hacer frente a sus pretensiones amo- rosas. Bien es cierto que
la obra parece apuntar a una superioridad de los actos sobre el
nacimiento, como señala Whitby (1959: 187): “There is much play on
the difference bet- ween what a person is by birth and what he is
intrinsically”, pero no es menos cierto que esas alabanzas de la
virtud intrínseca no son sinceras, sino que sirven a la demostración
de que por mucho que un noble se disfrace de villano, su nobleza
siempre destellará. Si Blanca merece el amor de García a causa de
su virtud (vv. 237-238) es porque Blanca es noble, como finalmente
descubrirá García. No se elogia en la obra a ningún villano, se
elogia la nobleza, nobleza que no puede ocultarse bajo ningún
disfraz. Coincidimos, pues, con Ortigoza cuando afirma (1957: 2):
“García
del Castañar no es villano de origen, sino hijo de nobles caídos en
desgracia; con ello se justifica, según ciertos convencionalismos de
la comedia, el hecho de que los elementos móviles del espíritu
caballeresco muevan la cabal hombría del protagonista”.
La
ocultación del linaje es un recurso dramático que permite que don
Mendo se crea en el derecho de seducir o violentar a Blanca, porque,
como veremos, el desvelamiento del verdadero linaje de García y de
su esposa queda despojado en la obra de toda trascendencia política:
el recurso trágico de la antigua traición familiar, de la lucha por
el poder y de la herencia de culpas se elimina argumentalmente de la
obra.
Si
realmente el rey hubiera sido el pretendiente de Blanca estaríamos
ante un auténtico planteamiento trágico: qué hacer cuando alguien
con más poder y derecho pretende algo que atenta contra el derecho
(el matrimonio), la moral (la honra de un individuo) y la ética (se
trata de forzar una relación sexual). En este caso, el planteamiento
de García era claro: el derecho del rey está por encima de todo,
por lo que debe producirse la trágica muerte de su esposa y de él
mismo. La única forma de evitar que el rey ejerza su derecho contra
la moral de García es eliminar el objeto de deseo y causa de la
futura deshonra, Blanca, y el sujeto de la honra, el propio García.
La
misma situación trágica, sólo que a un nivel inferior, tendríamos
si resultase que García y Blanca eran simples villanos: el derecho
de don Mendo estaría entonces por encima del honor de García en
virtud de la distinción estamental. No es que don Mendo sea un
villano disfrazado de noble, como sostiene Whitby (1959: 190).
“When
García discovers that the person who has offended him is not the
King, but Mendo, he kills the “villano” in noble dress, and then
reveals to Alfonso that he, García, is noble in spite of his
“villano” ́s garb.
In
conclusion, it may be said that the central theme of appearances and
reality in Del rey abajo, ninguno finds expression principally in the
question of distinguishing between seeming worth and intrinsic worth.
Alfonso is the one who poses this question and seeks to answer it.
Mendo exemplifies the appearan- ce of worth; García is true worth”.
Es
cierto: confusión entre apariencia y realidad pero no al servicio de
la reivindicación de una nobleza de espíritu, digamos, frente a
otra de carácter estamental. García mata a Mendo porque ambos se
encuentran en la misma esfera de derechos y poder, le mata porque, al
contrario que en el caso del Rey, puede. La pertenencia de naturaleza
esta- mental, únicamente debida al nacimiento, es absolutamente
fundamental en la obra: el nacimiento determina derechos y poderes y
nadie puede pasar por encima de quien es superior estamentalmente. Lo
señala muy bien Wittmann: “Del Rey abajo, todo parece ser muy
democrático, pero en realidad no lo es, ya que a García se le
concede un honor sólo por ser hidalgo” (Introducción a Del rey
abajo, ninguno: 25).
Dos
factores, pues, anularían lo trágico: por un lado, la definitiva
exclusión del rey y de la esfera de poder que representa del juego
dialéctico.
Don
Mendo: Aquel es el rey, García.
Don
García: [Aparte] (¡Honra desdichada mía!
¿Qué
engaño es éste que ves?)
[...]
Don
García: Sí, haré.
[A
Don Mendo] Aquí fuera hablaros quiero
Para
un negocio importante,
Que
el Rey no ha de estar delante.
Don
Mendo: [A Don García] En la antecámara espero.
(Vase)
Don
García: ¡Valor, corazón, valor!
Rey:
¿Adónde, García, vais?
Don
García: A cumplir lo que mandáis,
Pues
no sois vos mi ofensor
(v.
2334 y ss.)
Por
otro, el descubrimiento del verdadero linaje de García y Blanca que
quedarán igualados con don Mendo y en disposición para defenderse,
como finalmente hacen. García matará a don Mendo y usará su linaje
para conseguir la exculpación real por el crimen de un noble (v.
2364 y ss.). Las leyes del honor no pueden saltarse nunca las
distinciones estamentales.
Don
García: No soy quien piensas, Alfonso,
no
soy villano, ni injurio
sin
razón la inmunidad
de
tus palacios augustos.
Debajo
de aqueste traje
generosa
sangre encubro,
que
no sé más de los montes
que
el desengaño y el uso
(vv.
2365- 2372)
Al
final de la obra la justicia se impondrá a través de la muerte del
ofensor, con un final feliz para la pareja que no sufrirá ninguna
represalia política por los delitos que, contra el rey, cometieron
sus respectivos padres.
No
estamos, pues, ante una tragedia, sino ante una comedia de enredos
que pudiendo acabar trágicamente, obtendrá un feliz desenlace al
salir a la luz las verdades que subyacen a las apariencias (la
apariencia de la banda que designaba al rey, la apariencia de la vida
rústica y humilde de dos nobles de sangre).
Desearíamos
dedicar unas palabras finales al análisis del supuesto “feminismo”
avant la lettre advertido en esta comedia. Feminismo que,
fundamentalmente, ha sido reivindicado por Jean Testas (1971; 1975).
Desde
mi perspectiva, creo que hablar de feminismo es fraudulento,
especialmente en el caso de la obra de un autor del siglo XVII. Mucho
más acertado sería el hablar de una relevancia de la ética en el
pensamiento del autor de esta obra. La ética contempla la
generosidad: Blanca aparece éticamente como objeto del amor de
García. La importancia de la mujer suele ir aparejada, en los
tiempos previos a que las mujeres poseyeran iguales derechos
políticos, a una reivindicación de la moral familiar frente a los
mandatos jurídicos o de la institución matrimonial frente a la
moral del honor. Es cierto que el matrimonio como institución es una
institución jurídica, supone la legalización de la pareja, pero no
es menos cierto que, en el teatro del siglo de oro el matrimonio era
más permeable a injerencias de tipo moral, como las del código del
honor. Frente a la moral del honor la institución matrimonial suele
salir perdiendo. Por mucho que sea el feminismo atribuido a Rojas y
en virtud de los términos que manejo, concluyo que:
Hay
en la obra una poderosa presencia de Blanca como sujeto ético, lo
cual es una novedad fundamental frente a autores como Calderón
(véase El médico de su honra). Aun así, debemos añadir que la
existencia ética de Blanca sólo se salvaguarda al descubrirse que
el rey no es el pretendiente, de lo contrario el derecho se impondría
sobre la ética.
Asistimos
en la obra a un matrimonio bien avenido, en el que ambos cónyuges
disfrutan el uno de la compañía y del amor del otro. Es una unión
en el sentido ético (generosidad), moral (fuerte unión familiar) y
jurídico (la pareja se halla regularizada jurídicamente). Esto hace
que la presencia del amor familiar y de pareja sea importante en
Rojas, siéndolo también, en consecuencia, la vida de ambos cónyuges
y sus planteamientos ante la situación. De todos modos, la vida de
Blanca, su inocencia, su amor y su generosidad (le pide a García que
le dé muerte para salvaguardar el honor de su esposo), superan con
creces el de García que, por muchas dudas que tenga, resuelve
matarla para salvar su honor al no ver otra salida para impedir las
pretensiones del Rey (la solución advendrá cuando el Rey
desaparezca del conflicto dialéctico). El honor se sitúa en la obra
de Rojas Zorrilla por encima del amor y por debajo de la política.
Coincidimos con lo dicho por Wittmann en la introducción de su
edición, en la página 24:
“En
opinión de Jean Testas (1975: 310), esta obra es más bien una
historia de amor que un drama conyugal. Para mí, la cuestión de la
honra constituye la base temática y el nudo de interés dramático
en Del rey abajo, ninguno; es decir, el conflicto entre el sentido
del honor de García y su deber de lealtad al rey. Este conflicto
resulta especialmente trágico por tocar un amor conyugal
apasionado”.
El
honor sólo cede ante la razón de Estado, como señala también
Wittmann. Dice Testas al respecto (introducción a Del rey abajo,
ninguno, p. 32):
“[...]
rara vez el hombre hispánico considera a sexo débil responsable,
digno y con categoría igual a la suya. En Cervantes –y ya no
estamos en el teatro siempre más estereotipado– existe una galería
de protagonistas cuyas debilidades considera el autor con mirada
benévola y comprensiva y que tienen la palpitación honda de la vida
auténtica. Pero... estamos con un genio único, tan enorme que en su
obra todo lo humano se puede encontrar, y debemos acudir al teatro de
Rojas para que la mujer actúe con dinamismo, nobleza y autoridad en
el problema de la honra, hasta ahora especialidad varonil reservada”.
Es
cierto, en Rojas notamos, como ya hemos dicho, una mayor presencia
ética y moral de la mujer, pero ¿hasta qué punto Blanca interviene
o decide en la obra que nos ocupa respecto al tema de la honra? Su
único comentario al respecto, a parte de defenderse de su
pretendiente como tantas heroínas del teatro aurisecular, se reduce
a apoyar la decisión de darle muerte que ha tomado su marido, al
conocer la naturaleza del problema y tras huir de un primer intento
de agresión conyugal.
Blanca:
Vuelve, si tu enojo es,
porque
rompiendo tus lazos,
la
vida no di a tus brazos;
ya
te la ofrezco a tus pies.
ya
sé quién eres, y pues
tu
honra está asegurada
con
mi muerte, en tu alentada
mano
blasone tu acero,
que
aseguró a un caballero
y
mató a una desdichada.
Que
quiero me des la muerte
como
lo ruego a tu mano,
que
si te temí tirano,
ya
te solicito fuerte;
anoche
temí perderte
y
ahora llego a sentir
tu
pena; no has de vivir
sin
honor, y pues yo muero
porque
vivas, sólo quiero
que
me agradezcas morir
(vv.
2257-2276)
No
creemos que el personaje de Blanca tenga una gran relevancia en la
acción4, salvo como objeto: del amor conyugal, del deseo lascivo de
Mendo, de la protección del Conde y de la honra de su marido. Todo
ello sin perjuicio de que la ética, en tanto que generosidad, tenga
un importante papel en la obra de Rojas, tanto que el protagonista
llega a con- templar el suicidio como único medio de sobrellevar el
asesinato de su esposa (v. 1679).
Creo
que este enfoque es menos problemático que el uso de calificativos
tales como el de feminista, sumamente oscuros, más aún en los
tiempos que corren, e inconcebibles en el siglo XVII.
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