Hegel, Discurso pronunciado el 22 de octubre de 1818, en la apertura del curso académico en Berlín. Fragmento
"... Han ido tan lejos como Pilatos, el procónsul de Roma, que, oyendo a Cristo pronunciar la palabra “verdad”, le preguntó: “¿Qué es la verdad? Como quien sabe a qué atenerse en este punto, como quien sabe, quiero decir, que no hay conocimiento de la verdad. Y así, este abandono de la indagación de la verdad, que en todo tiempo ha sido mirado como señal de un espíritu vulgar y estrecho, es hoy considerado como el triunfo del talento. Antes, la impotencia de la razón iba acompañada de dolor y de tristeza...
... Por mi parte, saludo e invoco la aurora de este espíritu, del cual sólo he de ocuparme, porque sostengo que la filosofía tiene un objeto, un contenido real, y este contenido es el que quiero exponer a nuestra vista. Apelo sobre todo al espíritu de la juventud, porque ella es la época feliz de la vida en que aún no se ha extraviado el hombre en los fines limitados de la necesidad exterior, en que puede ocuparse libremente en la ciencia, y amarla con un amor desinteresado, en que el espíritu, en fin, no ha tomado aún una actitud negativa y superficial frente a frente de la verdad, ni se ha perdido en indagaciones críticas, hueras y ociosas. Un alma aún sana y pura experimenta la necesidad de alcanzar la verdad en cuyo reino la filosofía habita, el cual funda y del cual participamos cultivándola. Todo cuanto hay de verdadero, de grande y de divino en la vida, obra es de la idea, y el objeto de la filosofía consiste en aprehender la idea en su forma verdadera y universal. En la naturaleza, la obra de la razón está encadenada a la necesidad; pero el reino del espíritu es el reino de la libertad. Todo cuanto forma el lazo de la vida humana, todo cuanto tiene valor para el hombre, tiene una naturaleza espiritual y este reino del espíritu no existe sino por la conciencia de la verdad y del bien, es decir, por el conocimiento de las ideas.
Me atrevo a desear y a esperar que me será dado ganar y merecer vuestra confianza recorriendo el camino en que vamos a entrar. Pero lo que hoy os pido es confianza en la ciencia y fe en la razón. El amor a la verdad y la fe en el poder de la inteligencia, son la primera condición de la indagación filosófica. El hombre debe tener el sentimiento de su dignidad y estimarse capaz de alcanzar las más altas verdades. Nada se pensará demasiado grande de la magnitud y el poder de la inteligencia. La esencia oculta del universo no tiene fuerza que pueda resistir al amor a la verdad. Ante este amor, el universo debe revelarse y desplegar todas las riquezas y profundos misterios de su naturaleza".
Traducción de Antonio Zozaya de la "Lógica", Ediciones Folio, 2002
Por la Verdad, la Valentia, el Amor, la Libertad y la Honestidad..., unicas Ideas capaces de garantizar una vida valiosa. Por la buena filosofia. Por un 2015 carente de deseos y colmado de estas realidades, porque si se poseen tales bienes, nada mas ha de preocuparnos.
Violeta Varela Alvarez
Datos personales
- Dr Violeta Varela Álvarez
- London, United Kingdom
- Investigadora en el Instituto de Estudios Medievales y Renacentistas de la Universidad de Salamanca y en el Centro de Estudios Clásicos y Humanísticos de la Universidad de Coimbra. Doctora en filosofía por la Universidad de Salamanca (Febrero de 2008). Autora de cinco libros: "Una revolución hacia la nada" (2012), "Don Quijote de la Mancha: literatura, filosofía y política" (2012) "Destino y Libertad en la tragedia griega" (2008), "Contra la teoría literaria feminista" (2007) y "El mito de Prometeo en Hesíodo, Esquilo y Platón: tres imágenes de la Grecia antigua" (2006). Ha publicado varios trabajos en revistas académicas sobre asuntos de literatura, filosofía y teoría literaria. En su carrera investigadora ha trabajado y estudiado en las universidades de Oviedo, Salamanca y Oxford. Fundamentalmente se ha especializado en la identificación y el análisis de las Ideas filosóficas presentes en la obra de numerosos clásicos de la literatura universal, con especial atención a la literatura de la antigüedad greco-latina y la literatura española.
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- "El mito de Prometeo en Hesíodo, Esquilo y Platón: tres imágenes de la Grecia Antigua" (2006)
- "Contra la teoría literaria feminista" (2007)
- "Destino y Libertad en la tragedia griega" (2008)
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- "Don Quijote de la Mancha: Literatura, Filosofía y Política" (2012)
No es que esto sea Ítaca, pero verás que es agradable
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Si amas la literatura y adoras la filosofía, éste puede ser un buen lugar para atracar mientras navegas por la red.
Aquí encontrarás acercamientos críticos de naturaleza filosófica a autores clásicos, ya sean antiguos, modernos o contemporáneos; críticas apasionadas de las corrientes más "totales" del momento: desde la moda de los estudios culturales hasta los intocables estudios "de género" o feministas; investigaciones estrictamente filosóficas sobre diversas Ideas fundamentales y muchas cosas más. Puede que hasta os echéis unas risas, cortesía de algún autor posmoderno.
Ante todo, encontraréis coherencia, pasión, sinceridad y honestidad, antes que corrección política, retóricas complacientes y cinismos e hipocresías de toda clase y condición, pero siempre muy bien disimuladas.
También tenemos la ventaja de que, como el "mercado" suele pasar de estos temas, nos vengamos de él hablando de algunos autores con los que se equivocó, muchísimos, ya que, en su momento, conocieron el fracaso literario o filosófico y el rechazo social en toda su crudeza; y lo conocieron, entre otras cosas, porque fueron autores muy valientes (son los que más merecen la pena). Se merecen, en consecuencia, el homenaje de ser rehabilitados en todo lo que tuvieron de transgresor, algo que, sorprendentemente, en la mayoría de los casos, sigue vigente en la actualidad.
En definitiva, lo que se ofrece aquí es el sitio de alguien que vive para la filosofía y la literatura (aunque, sobre todo en el caso de la filosofía, se haga realmente duro el vivir de ellas) y que desea tratar de ellas con respeto y rigor, pero sin perder la gracia, porque creo que se lo debemos, y si hay algo que una ha aprendido de los griegos es, sin duda, que se debe ser siempre agradecido.
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También tenemos la ventaja de que, como el "mercado" suele pasar de estos temas, nos vengamos de él hablando de algunos autores con los que se equivocó, muchísimos, ya que, en su momento, conocieron el fracaso literario o filosófico y el rechazo social en toda su crudeza; y lo conocieron, entre otras cosas, porque fueron autores muy valientes (son los que más merecen la pena). Se merecen, en consecuencia, el homenaje de ser rehabilitados en todo lo que tuvieron de transgresor, algo que, sorprendentemente, en la mayoría de los casos, sigue vigente en la actualidad.
En definitiva, lo que se ofrece aquí es el sitio de alguien que vive para la filosofía y la literatura (aunque, sobre todo en el caso de la filosofía, se haga realmente duro el vivir de ellas) y que desea tratar de ellas con respeto y rigor, pero sin perder la gracia, porque creo que se lo debemos, y si hay algo que una ha aprendido de los griegos es, sin duda, que se debe ser siempre agradecido.
miércoles, 24 de diciembre de 2014
jueves, 27 de noviembre de 2014
viernes, 29 de agosto de 2014
Fate and Freedom in Greek Tragedy: Sophocles
VI – Destino y
libertad en Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona de Sófocles[1]
VI. 1-
Preliminares
"Como un peñasco en medio de las olas de la tempestad se yergue la
personalidad equilibrada y cerrada de Sófocles, firme sobre la tierra de la
vieja religión, mientras en torno suyo, en los pórticos de los gimnasios, en
las casa particulares y en el mercado, se desencadenaba la lucha en torno a la
esencia del mundo y de la divinidad y de los auténticos valores vitales.
Sófocles, empero, no habría sido griego ni ateniense si aquella lucha le
hubiera dejado del todo incólume. Mas del mismo modo que las olas que se rompen
contra el peñasco y se levantan hasta su cima no pueden sino humedecer su
superficie, sin disgregarlo internamente, así también aquel amigo del filósofo
Arquelao y del historiador Herodoto, aunque admite gustosamente algunas
enseñanzas de la ciencia jónica, se mantiene inconmovible en su íntimo
pensamiento, en su tradicional fe religiosa" (Nestle, 1944/1987: 147).
Efectivamente,
la figura de Sófocles se nos aparece como la de un autor firme en sus
convicciones religiosas y que hubo de lidiar, a través de sus versos, con el
movimiento sofístico: con la laicidad legal que promulgaban, contra el
relativismo moral que defendían, con su descreimiento y con su interés
exclusivo por lo político. Sófocles no fue, en este sentido, un hombre de su
tiempo. Sófocles defendía una fe ciega en los dioses, exigía a sus héroes una confianza en los designios
divinos a pesar de que no ofreciesen nada al hombre. La razón humana pocas
veces logra captar el verdadero sentido de la manifestación divina, al igual
que son pocos los hombres capaces de atisbar el lógos que en el siglo VI
postuló Heráclito.
Nunca
fue mayor en la tragedia griega el abismo entre dioses y hombres. Como dice
Karl Reinhardt:
"Los dioses de Sófocles no proporcionan consuelo al ser humano y,
aunque dirigen su destino para que se conozca, el ser humano como tal se
concibe primeramente como ser expuesto y abandonado. Sólo a partir de su
aniquilación parece que su esencia, al purificarse, consigue pasar de su
disonancia a un estado de armonía con el orden divino" (Reinhardt, 1933/1991:
15).
Veamos
las siguientes palabras de Adrados (1992: 2):
"Nótese que otras muchas tragedias griegas tienen proyección política:
pero lo que antes que nada nos llega de ellas es el drama humano de un Edipo o
de una Antígona. Y hay, ciertamente, temores de daño para la ciudad, soluciones
para ésta: pero nunca una teoría política tan elaborada, un conflicto que es de
ideas tanto más que de personas".
Tal
afirmación nos lleva a un asunto fundamental en relación a las tragedias de
Sófocles: el fondo político de su obra. Parece ser que Sófocles ha pasado a la
historia de la literatura como el autor menos politizado. El interés de sus
obras sería “humano”, se trataría del autor que trató problemas de tal
raigambre que involucran al hombre en tanto que hombre, no al hombre en tanto que
ciudadano de la democracia ateniense.
Ésta es
la concepción de Sófocles contra la que vamos a ir en esta tesis. Sófocles no
es un autor apolítico. Mostrar de una forma negativa la democracia griega forma
parte de una concepción política; creer que hasta el mejor de los gobernantes
acaba siendo un tirano, es una concepción política; creer que las leyes humanas
deben emanar, para ser legítimas, de la divinidad, es una concepción política.
Estamos
plenamente de acuerdo con Knox (1983b: 6), y con otros muchos especialistas a
los que ya nos hemos referido, especialmente en el primer capítulo de esta
monografía, cuando sostiene que la tragedia, tal como la hereda Sófocles de
Esquilo, consiste en un medio dramático para investir con significados
contemporáneos las obras y sufrimientos de unos ancestros míticos.
Sófocles
trataba de política en sus obras, de política contemporánea, y esto es algo que
pretendemos demostrar en nuestras tesis, en particular refiriéndonos a las
obras que dedicó al ciclo tebano.
Ahora bien,
hay una cierta tendencia en la crítica literaria a mostrar a Sófocles como el
más universalista y esencialista de los poetas trágicos, ¿por qué?
Jaeger
(1933/1954: 250, 251), por ejemplo, hace residir la fuerza de los dramas de
Sófocles en sus caracteres:
"El efecto inextinguible de Sófocles sobre el hombre actual, a base de
su posición imperecedera en la literatura universal, son sus caracteres. Si nos
preguntamos cuáles son las creaciones de los trágicos griegos que viven en la
fantasía de los hombres, con independencia de la escena y de su conexión con el
drama, veremos que las de Sófocles ocupan el primer lugar. Esta pervivencia
separada de las figuras como tales no hubiera podido ser jamás alcanzada por el
mero dominio de la técnica escénica, cuyos efectos son siempre momentáneos.
Acaso no hay nada más difícil de comprender para nosotros que el enigma de la
sabiduría sosegada, sencilla, natural, con que ha erigido aquellas figuras
humanas de carne y hueso, henchidas de las pasiones más violentas y de los
sentimientos más tiernos, de orgullosa y heroica grandeza y de verdadera
humanidad, tan parecidas a nosotros y al mismo tiempo dotadas de tan alta
nobleza. Nada es en ellas artificioso ni exorbitante. […] Nacen todos de una
necesidad que no es ni la generalidad vacía del tipo ni la simple determinación
del carácter individual, sino lo esencial mismo, opuesto a lo que carece de
esencia".
Por
nuestra parte creemos que tal constatación se debe al ámbito en el que Sófocles
decide centrar sus obras, a saber, hay en Sófocles un predominio absoluto del
ámbito de la moral familiar. La política ha cambiado muchísimo desde la arcaica
democracia ateniense hasta nuestros días, pero la moral familiar, la
implicación entre padres e hijos, hermanos y hermanas, es un ámbito mucho más
inmutable, lo que permitirá a Hegel, siglos después, seguir hablando de la Ley
del Corazón, la que involucra a los miembros de una unidad familiar, en
términos muy parecidos a los que Sófocles puso en boca de Antígona en los
versos finales de la tragedia homónima.
La
atracción que ejercen las obras de Sófocles, su universalidad hay que cifrarla
en la poderosa fuerza que posee el código de la moral familiar. La familia
conmueve, el Estado impresiona (como señaló Burke).
Como
bien dice Lesky (1937/2001: 188), en la época en que Sófocles escribía, la
democracia ya no se concebía como un regalo de los dioses que habían velado por
ella en Maratón. La política era un asunto de los hombres, no de los dioses.
"El espíritu de Maratón se convirtió en leyenda, nuevas aspiraciones
intelectuales trataban de configurar la imagen del mundo sin los dioses que
allí habían tomado parte en las luchas" (Lesky, 1937/2001: 188).
Ésta es
la época en la que escribe Sófocles y contra la que se levantará en sus obras.
La pólis ha olvidado a los dioses, ése es el mensaje que Edipo debe dar
a sus conciudadanos. Los hombres han caído en la soberbia de pensar que pueden
salir adelante solos. Por eso los dioses deben dar una lección a hombres como
Edipo y Creonte, hombres que representan, con sus respectivos gobiernos, la
autonomía humana en el ámbito de la ciudad-Estado.
"Sófocles
fue también el autor que mejor sintonizó con el público ateniense. Fue, además, un hombre dedicado a la
política, tesorero de la alianza, estratego y sacerdote al servicio del daimôn
ático de la Medicina, Halón. También acogió al nuevo dios Asclepio, al que
dedicó un peán, antes de que éste dispusiera de su propio santuario. A su
muerte se le trató como un héroe y se le denominó con el nombre de Dexión" (Lesky, 1937/2001: 192).
Estamos
completamente de acuerdo con Lesky cuando afirma:
"En cambio, Sófocles no busca detrás del hecho el último sentido del
mismo. Todo lo que existe y todo lo que sucede es divino; Zeus está en este
mundo con todos los otros dioses, pero el sentido de su obrar no es revelado al
hombre. No es adecuado para el hombre querer escudriñar los misterios del
gobierno de los dioses, ni tampoco rebelarse contra la terrible gravedad con
que se deja sentir a menudo" (Lesky, 1937/2001: 195).
He aquí
la sabiduría esencial que nos transmite Sófocles: a los dioses no hay que
entenderlos, hay que respetarlos. Ésta es la sabiduría que adquirirá Edipo. Por
eso la hybris en los héroes de Sófocles es a veces tan difícil de
detectar. ¿Cuál es el delito de Edipo? A nuestro juicio, simplemente el hecho
de creer que puede escapar a lo dicho por un oráculo e intentar luchar contra
lo que los dioses ya han decretado. Nada importa la nobleza de los motivos,
intentar evitar el parricidio y el incesto, Edipo es culpable de creer que
puede organizar su vida evitando a los dioses. Edipo no sabe resignarse y eso
no es grato a los dioses, sólo aprenderá a actuar correctamente al final de sus
días, y entonces finalmente será un hombre sabio que merece ser recompensado.
Manifiesta
Lesky que una de las grandezas de Sófocles, a la que ya apuntó Goethe como
esencia de lo trágico, es el hecho de que sus héroes no se resignan, sino que
luchan.
Pero
esto, ¿realmente es así? ¿Realmente Sófocles cifra la grandeza en su resistencia?
¿O acaso simplemente nos muestra lo absurdo de la perseverancia humana, que se
convierte, en sus obras, en una especie de obstinación en la ignorancia? No es
el Edipo de Edipo rey un personaje
digno. Sófocles constantemente nos muestra lo ridículo de sus acciones y juega
con nuestro conocimiento del Mito para burlarse del héroe. No hay ninguna
dignidad en ello. La dignidad y el respeto se los otorgará Sófocles al Edipo
anciano, no al Edipo incrédulo e ignorante de Edipo rey.
Todo
esto habremos de examinarlo en el caso de las tres obras que el poeta dedicó al
ciclo tebano. En los análisis iremos dilucidando las cuestiones que en la
introducción hemos apuntado, para desembocar, finalmente, en la cuestión de la
Libertad.
Nos
vamos a enfrentar, ciertamente, en este capítulo, a la cuestión última y
fundamental de esta investigación con respecto a Sófocles, ¿es libre alguno de
los héroes de Sófocles?, ¿deja el pensamiento de nuestro trágico algún espacio
a la libertad humana? Dos serán, fundamentalmente, los héroes objeto de
interpretación: Edipo y Antígona.
También
sostendremos, al acercarnos al ciclo tebano de Sófocles, al igual que en toda
la tesis, el significado político último de la obra, aun sabiendo que se trata
de una postura arriesgada que ha sido sumamente criticada[2].
El problema estriba, ya lo hemos dicho en nuestro apartado dedicado a la
esencia política de la tragedia griega, en cómo se entienda la dimensión
“política” de la tragedia. Tal dimensión no es unívoca, sino que dependerá del
autor y la obra concretos. Eso sí, creemos que se trata siempre de una
dimensión problemática, esto significa que ninguna de las tragedias se usará
como un simple vehículo de propaganda, exaltación o, en su caso, vituperación
de la democracia ateniense, sino que las tragedias convertirán la democracia en
un problema sobre el que reflexionar de forma más o menos crítica. La pólis
trajo consigo tensiones, los problemas no le eran precisamente ajenos, y esto
lo tematizó extraordinariamente bien la tragedia griega, incluida la de
Sófocles, el artista puro por excelencia, según muchos críticos.
Dice
Nestle (1944/1987: 149, 150):
"Así vemos en Sófocles, el poeta preferido de Atenas, que ha vivido
casi un siglo con su pueblo y ha sufrido con él, el enemigo más digno y de más
carácter de la nueva orientación de los espíritus. Pero su divisa es muy
simple; sólo dice: “volved a la religión de vuestros padres”. Sófocles no ha
sido capaz de crear aún un nuevo ideal religioso y moral. A pesar de que ya a
su lado se movía el hombre en cuyo corazón y en cuya cabeza germinaba el ideal
nuevo: Sócrates".
Apoyamos la visión ofrecida por
Nestle, si bien creemos que las concepciones teológicas de Sófocles no son tan
tradicionales como pudiera parecer a primera vista. Dicho de otro modo, la divisa
de Sófocles no era tan simple.
En este
trabajo mantenemos acerca del ciclo tebano de Sófocles una tesis en parte
arriesgada, a saber, que se trata de la exposición literaria de la filosofía de
Heráclito, ya tratada anteriormente. Creemos que la influencia del pensar
heraclíteo en la obra de Sófocles fue extraordinariamente fuerte y planteamos
una importante correlación conceptual en la obra de ambos autores: el Lógos de Heráclito y el Destino de Sófocles.
Estudiar
a Sófocles desde Heráclito puede ayudar en la investigación a aportar gran
claridad a la obra de ambos autores. A continuación expondremos nuestra lectura
de la trilogía sofóclea en estos términos. Conjugaremos tal lectura con lo
dicho también acerca de su concepción de la divinidad y de la ley.
Sófocles,
como antes Heráclito, identificó como causa principal de la perdición la falta
de medida, la falta de proporción. Dice Jaeger (1933/1954: 255):
"Es el piadoso reconocimiento de una justicia que reside en las cosas
mismas y cuya comprensión es el signo de la más perfecta madurez. No en vano
repite constantemente el coro de las tragedias de Sófocles que la falta de
medida es la raíz de todo mal. La armonía preestablecida entre el arte
escultórico de Fidias y la poesía de Sófocles tiene su fundamento más profundo
en la sujeción religiosa a este conocimiento de la medida".
Es esta proporción la que tanto
extrañaba Sófocles en los hechos de su época. Una proporción que debía
plasmarse sobremanera en las leyes y en los gobernantes. Proporción y medida de
la que carecen Creonte, Edipo en sus comienzos, las leyes tebanas. Una
proporción que veremos perfectamente reflejada en el personaje de Teseo en Edipo en Colono, figura construida por
Sófocles para mostrar a sus conciudadanos la imagen del buen gobernante,
piadoso y justo.
La
trilogía de Sófocles, especialmente en lo que se refiere al personaje de Edipo,
muestra dos caminos que encajan a la perfección en el molde del pensamiento de
Heráclito:
-
Edipo rey muestra un camino
personal, desde la ignorancia a la sabiduría, recorrido por Edipo, y que pasa
por la célebre máxima del “conócete a ti mismo”.
-
Una vez alcanzada tal sabiduría, Edipo se
convertirá, en Edipo en Colono, en un
sabio que está ya preparado para trasmitir el mensaje que los dioses tienen para
las póleis ateniense y tebana: el
gobierno de la ciudad, sus leyes, han de mantener el respeto a los dioses. Las póleis que pierden tal respeto caen,
como caerá Tebas al final de Edipo en
Colono. Atenas aún puede evitar ese terrible destino, la clave está en las
palabras de Teseo y del coro.
El
mensaje de Sófocles es, pues, único, pero admite una doble lectura: política y
personal, igual que en su momento el mensaje de Heráclito, que pretendió
enseñarnos el camino hacia la sabiduría, aunado con un desprecio a la
democracia. Sófocles no es tan radical en este punto como Heráclito. La
democracia ha de ser un régimen justo, manteniendo leyes proporcionadas y
gobernantes que no caigan en el exceso y en la hybris. Sófocles se acerca a las posiciones aristocráticas de un Teognis, ya que incluso la democracia
ideal que plasmó Esquilo en sus obras le hubiera podido parecer excesiva. De
hecho creemos que la saga tebana es la respuesta sofóclea a la saga esquílea
centrada sobre la familia real de Argos. En Sófocles, al destino no lo para
nadie, lo arrastra todo. Tras su despliegue nada ni nadie queda en pie, al
menos nada ni nadie que no esté dispuesto a someterse a sus leyes. Creonte lo
perderá todo, Tebas conocerá la ruina, los descendientes de Edipo, o perecerán,
o habrán de sobrevivir en las ruinas de todo lo caído, caso de Ismene.
La saga
de los Labdácidas no conocerá un final, sino la aniquilación total. No
encontramos en esta obra nada semejante a un Orestes, no hay reconciliación
posible. Edipo abandonará este mundo deseando la destrucción a sus hijos y a su
pólis natal. Sólo las hijas merecen
su respeto, pero éstas tampoco serán recompensadas por su piedad. Antígona
muere tras ser sólo un instrumento de esos dioses que finalmente le darán la
razón por boca de Tiresias.
Se ha
dicho anteriormente, los dioses de Sófocles no ofrecen consuelo alguno, y sus
razones superan excesivamente la razón de la mayoría de los hombres. Incluso
Antígona perderá al final la compostura. Sólo Edipo llega a alcanzar la
sabiduría, quizás por eso es también el único héroe que conocerá, en la
trilogía sofóclea, la serenidad y la tranquilidad que la sabiduría proporciona.
Veámoslo
en los textos concretos.
VI. 2- Destino y
Libertad en el Ciclo Tebano
VI. 2. 1- Edipo
rey
Ésta,
sin duda, es la principal obra para tratar el tema del Destino en Sófocles.
Somos absolutamente conscientes de que tal tema ha sido desplazado como
ilegítimo e, incluso, absurdo, a la hora de tratar esta tragedia por parte de
muchos intérpretes de los que aquí daremos cuenta, pero creemos que tales
interpretaciones carecen de base real.
Cada vez
que alguien se acerca a Edipo rey es inevitable que surja una pregunta,
¿y si los personajes no hubieran tenido reacción alguna ante los oráculos?, ¿se
habrían cumplido igualmente?[3]
El problema con el que se encontrarán quienes pretendan tratar en abstracto el
tema de la libertad y la necesidad en la tragedia griega en general, y en
Sófocles en particular, es que perderán de vista que ni la Libertad ni la
Necesidad son algo abstracto, mucho menos en la Grecia del siglo V a. n. E., ni
opuesto. La libertad no sólo es conjugable con la necesidad, sino que, es más,
se nos muestran como realidades absolutamente indisociables.
Es
cierto lo que sostiene Segal (1936/2001): libertad no se opone, en Grecia, ni
en ninguna parte, diríamos nosotros, a determinismo[5],
pero de ahí a afirmar la existencia de libertad en todas las tragedias hay un
mundo. Y no sólo eso, creemos que se trata de un argumento muy falaz por su
parte el hecho de decir que en Sófocles hay libertad y que la modernidad de la
obra, Edipo rey, reside en el hecho de que los dioses se quedan en el
trasfondo, como algo oculto y misterioso. Nada más amenazante que una divinidad
a la que no se ve, una divinidad que no muestra sus cartas, que actúa por
señales, decimos de nuevo con Heráclito, un enemigo poderoso que se convierte
así en una fuerza difícilmente identificable y, por tanto, imposible de
combatir. La divinidad en Sófocles es más peligrosa que en ningún otro autor
porque es absolutamente irracional (posee una racionalidad fideísta que es
ajena por completo a la racionalidad humana, la única real, por otra parte)[6].
Las
interesantes tesis de Wadlock (1966) a propósito de Edipo rey tendrán como principal referente negativo las tesis de
Bowra (1945). Nosotros compartimos parte de cada uno de los dos puntos de vista
teóricos de los autores:
- Estamos completamente de acuerdo con Wadlock
cuando sostiene que Edipo no soporta ningún destino, sino que se pasa toda
la obra intentando huirlo y evitarlo. La tragedia de Edipo es la de quien
pretende escapar a lo inevitable (1966: 152).
- De Bowra admitimos que la tragedia nos
demuestra la potencia de los dioses que despliegan todo su poder sobre
Edipo, si bien no compartimos que tal hecho se deba simplemente a que los
dioses pueden hacerlo (1945: 175), sin que Edipo cometa ninguna falta. En
tal caso la tragedia no enseñaría nada aparte de resignación. Creemos que
Edipo es, en el fondo, un incrédulo al que los dioses le darán una dura
lección.
En
realidad, ambos autores coinciden en lo básico, y nosotros con ellos: algo superior
está actuando sobre Edipo, dirigiendo su vida[7]
sin que él pueda hacer nada por evitarlo, pero difieren en el motivo o en las
explicaciones del planteamiento de Sófocles[8].
Para
dilucidar tales cuestiones nunca hay que olvidar que la tragedia es esencialmente
política. La pregunta no es si Edipo es libre, la pregunta sería ¿qué quiere
mostrar Sófocles con el personaje de Edipo, cuál es el referente que el autor
tenía en mente al escribir su tragedia? Si dirigimos nuestras investigaciones a
esclarecer estas cuestiones las cosas cambian. No se trata de saber si Edipo
hubiera matado a su padre igualmente de haber permanecido en su hogar adoptivo,
se trata de que tanto Edipo, como sus padres, son impíos, y la idea de impiedad
era algo a lo que los griegos asociaban un significado muy claro. Edipo y su
padre son impíos porque sin comprender nada acerca de los mandatos divinos que
transmiten los oráculos, de aquí la importancia de la filosofía de Heráclito,
su reacción es la de evitarlos y hacer todo lo posible para que no se cumplan.
Su ignorancia de lo divino, más que el propio oráculo, será lo que les haga
caer.
La idea
de la impiedad se encuentra muy presente en todas las obras dedicadas a la saga
de los Labdácidas. Sófocles usa la Idea de Destino para arremeter contra la
impiedad y los falsos creyentes que piensan erróneamente que los oráculos
pueden ser burlados.
Dirigirse
contra esta forma de pensar no era algo abstracto, sobre todo en la época de
Sófocles, con la sofística campando a sus anchas por Atenas y con importantes
manifestaciones intelectuales ateas como lo podían ser un Critias, un Licofrón
y un Eurípides. El objetivo de las palabras de Sófocles es también político: la
impiedad era algo concreto, y la libertad y la necesidad, incluso el destino,
son ideas que poseen distintas materializaciones reales, y esto no puede
olvidarse o pasarse por alto si se quiere comprender lo que estaba en juego en
la tragedia griega.
El
delito de Edipo no es matar a su padre, ni casarse y tener hijos-hermanos con
su madre. El delito de Edipo es su absoluta incomprensión de las acciones y
mandatos divinos.
Nos
preguntamos, en esta investigación, si alguien pretende hablar en serio de
Edipo como un personaje que ejercita la libertad de elección[9],
concepto éste muy discutible, como se habrá visto en el apartado que dedicamos
a la constitución de la Idea de Libertad. ¿Cómo puede hablarse de elección en
el comportamiento de un personaje que se mueve en la más absoluta ignorancia?
En este sentido, creemos que ni Sófocles, en el teatro, ni Heráclito, en
filosofía, habrían consentido que las acciones de Edipo fueran comprendidas por
la audiencia como acciones libres y racionalmente elegidas, éste sería un
mensaje falaz que afirmaría que la irracionalidad y la ignorancia han de
presidir las elecciones o las acciones llevadas a cabo por los hombres. Es más,
el concepto de Libertad como libertad de elección sí que supone un terrible
anacronismo considerado con respecto a la mentalidad griega.
Dice
Dodds (1983: 183) que el causante de la ruina de Edipo no es el Destino, ni los
dioses. Este autor, como otros, se empeña en eliminar del texto de Sófocles lo
que no le interesa. El oráculo existe y, repetimos, dijo la verdad, sus
palabras se cumplieron. No ha habido una sola acción de Edipo en toda la obra
que lograra sustraerle a la voluntad de los dioses. Es cierto que la fuerza y
el coraje del personaje le llevan a ir metiéndose cada vez más en el pozo, aun
cuando el resto de los personajes de la tragedia intentan detenerle: Tiresias,
Yocasta,... pero ese coraje, ese profundizar cada vez más en uno mismo, en el
que Heráclito fijó el camino correcto hacia la comprensión del lógos, no anula el Destino, simplemente
consolida a Edipo como héroe trágico. Me explico, el Destino como fuerza es, a
nuestro juicio, afirmada claramente en la tragedia de Sófocles, ahora bien, la
actitud de los hombres ante tal fuerza puede ser muy diferente. Si bien es
esperable que todo hombre, al conocer tales designios sobre su vida, pretenda
huir, lo que ya no es tan esperable es que el hombre empiece a comprender la
experiencia trágica que le asedia como una fuente de conocimiento acerca de los
dioses, como una enseñanza, y ésta es la grandeza de Edipo como héroe: cuando
el oráculo ya se ha cumplido (ahí acaba la labor de Apolo) y cuando todos
intentan que Edipo deje de investigar para no comprender la horrible verdad, él
decide seguir adelante, quiere saber, quiere salir de la ignorancia en que vive
como hombre, y ésa ya no es la labor del oráculo, ésa es la labor de Sófocles,
como autor de la tragedia.
La
esfinge (v. 35 y v. 130 y ss.) y el oráculo conocido en su momento por Edipo
(vv. 787-794), aunados con el oráculo escuchado por Creonte (v. 95 y ss.), son
los que presiden todo el desarrollo de la fábula[10].
Les
guste o no a los intérpretes, el hecho es que tanto Edipo rey como Edipo
en Colono ponen en escena distintos oráculos, y todos se cumplen. Decir que
el cumplimiento de ellos se debe al carácter y acciones de los protagonistas es
aventurarse tanto como decir que no se hubieran cumplido si los protagonistas
no hubieran hecho nada al conocerlos. El hecho textual es que se cumplen y que
en las obras de Sófocles encontramos testimonios que, como veremos, indican una
enseñanza acerca de cómo los hombres han de considerar las acciones y palabras
divinas, los oráculos o las predicciones de adivinos como Tiresias.
A este
respecto, nos parecen sumamente interesantes y compartibles las tesis de
Wadlock (1966) acerca de que, si el drama de Edipo es el carácter, entonces
prácticamente todos los hombres compartimos el mismo carácter heroico: aquel
que nos hace huir del peligro y de la tragedia[11].
Edipo es
un completo ignorante de la divinidad, éste es su pecado. Es un “ciudadano
entre ciudadanos” (v. 224), esto es, uno más de los hombres ignorantes que
despreciaba Heráclito.
Sófocles
parece estar en todo momento burlándose del ignorante Edipo con cada una de las
palabras que pone en su boca. Es la tan famosa ironía de que hace gala Sófocles
en el tratamiento del Mito de Edipo:
"Mando que todos le expulsen, sabiendo que es una impureza para
nosotros, según me lo acaba de revelar el oráculo pítico del dios. Ésta es la
clase de alianza que yo tengo para con la divinidad y para el muerto. Y pido
solemnemente que, el que a escondidas lo ha hecho, sea en solitario, sea en
compañía de otros, desventurado, consuma su miserable vida de mala manera. E
impreco para que, si llega a estar en mi propio palacio y yo tengo conocimiento
de ello, padezca yo lo que acabo de desear para éstos" (v. 241 y ss.).
Edipo
trabaja siempre contra sí mismo, incluso cuando suplica a los dioses. Para
quien conoce el mito en su totalidad, y el público griego debía conocerlo muy
bien, cada palabra pronunciada por Edipo no podía dejar de ser considerada como
una manifestación de lo inescrutable de la divinidad y de la absoluta
ignorancia que, con respecto a ella, caracteriza a los hombres.
"[...] por todo esto yo, como si mi padre fuera, lo defenderé [...] (v.
265).
Sófocles
presenta a Tiresias como el único mortal sabio:
Éstos traen ya aquí al sagrado adivino, al único de los mortales en
quien la verdad es innata" (v. 298-299).
No es
coincidencia que sea también comparado con el oráculo délfico:
"Coro- Sé que, más que ningún otro, el noble Tiresias ve lo mismo que
el soberano Febo, y de él se podría obtener un conocimiento muy exacto, si se
le inquiriera, señor" (v. 284 y ss.).
Adivino
que curiosamente es ciego, ¿cómo pueden engañar los sentidos a quien no puede
servirse de ellos?, como dice Edipo:
"Aunque no ves, comprendes, sin embargo, de qué mal es víctima nuestra
ciudad" (v. 302 y 303).
Edipo es
un imprudente. Ante las claras advertencias de Tiresias acerca del peligro en
que le pueden poner las respuestas, Edipo reacciona pretendiendo que aquél
puede estar implicado en el crimen (v. 320 y ss.), hasta provocar la ira de
Tiresias que decide entonces contar la verdad:
"Y yo te insisto a que permanezcas leal al edicto que has proclamado
antes y a que no nos dirijas la palabra ni a éstos ni a mí desde el día de hoy,
en la idea de que tú eres el azote impuro de esta tierra" (v. 350 y ss.).
Tiresias
hará referencia a esta absoluta ignorancia en medio de la cual se desenvuelve
la vida de Edipo:
"Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin
advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto
de desgracia estás (v. 366 y ss.).
El
ciego, de hecho, no es Tiresias, sino Edipo:
Edipo- [...] ya que estás ciego de los oídos, de la mente y de la
vista.
Tiresias- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no
habrá nadie que no te reproche pronto" (vv. 370-373).
La
ignorancia de Edipo se une a su soberbia, hybris, y a su imprudencia, ya
que es un personaje empeñado en combatir los mandatos de los dioses. Se
revuelve ante las palabras de Tiresias igual que anteriormente se revolvió
contra el oráculo recibido. En realidad es un descreído que considera lo
relacionado con la divinidad pura palabrería:
"Corifeo (haciendo referencia al asesino de Layo)- Si tiene un poco de
miedo, no aguardará después de oír tus maldiciones.
Edipo- El que no tiene temor ante los hechos tampoco tiene miedo a la
palabra" (vv. 294- 296).
Apolo es
quien dará a Edipo la lección que necesita para comprender lo terrible de su
falta:
"Tiresias- No quiere el Destino que tú caigas por mi causa, pues para
ello se basta Apolo, a quien importa llevarlo a cabo" (vv. 376, 377).
Edipo no
cree ni en los oráculos ni en los dioses. Cuando Tiresias le manifiesta que
Apolo le hará caer y que la culpa es solamente suya, Edipo piensa
inmediatamente que se trata de una conspiración política tramada por su cuñado
Creonte (v. 378 y ss.). Se permite además la osadía de mostrar totalmente su
descreimiento en cada palabra que pronuncia:
"Edipo- ¡Cuánta envidia acecha en vosotros, si, a causa de este mando
que la ciudad me confió como un don – sin que yo lo pidiera-, Creonte, el que
era leal, el amigo desde el principio, desea expulsarme deslizándose a
escondidas, tras sobornar a semejante hechicero, maquinador y charlatán
engañoso, que sólo ve en las ganacias y es ciego en su arte!" (vv. 387-390).
Incurre
constantemente en hybris y en
impiedad: cree que el gobierno de Tebas es un don que se le ha concedido
porque él ha sido el único de los hombres capaz de descifrar el enigma de la
esfinge, algo de lo que se jacta ante Tiresias:
"Y, ciertamente, el enigma no era propio de que lo discurriera
cualquier persona que se presentara, sino que requería arte adivinatoria que tú
no mostraste tener, ni procedente de las aves ni conocida a partir de alguno de
los dioses. Y yo, Edipo, el que nada sabía, llegué y la hice callar
consiguiéndolo por mi habilidad, y no por haberlo aprendido de los pájaros" (vv.
393-397).
Este
texto es absolutamente fundamental para conocer la naturaleza del crimen de
Edipo. Pocos testimonios podrán encontrarse en la literatura griega de tal
magnitud en el desprecio de oráculos, dioses, adivinos y demás cuestiones de
esta índole. Edipo cree, como Plutarco unos siglos después, que la habilidad
está por encima de la adivinación, la inteligencia que él ha usado para huir de
su destino y para hacerse con el gobierno de Tebas. Nuestro héroe no tiene ni
idea de lo equivocado que está. No hay ningún personaje en la tragedia griega
más impío que Edipo, y esto es lo que le interesa a Sófocles, a saber,
mostrarnos un personaje que cree que posee la habilidad de labrarse su propio
futuro combatiendo la palabrería de los oráculos. Edipo piensa en términos
políticos y ve conspiraciones donde sólo hay mandatos e intereses divinos, sus
referentes son, como lo serán después los del Creonte gobernante,
exclusivamente políticos. Edipo nunca piensa en categorías teológicas. Tiresias
le replicará, en estos términos, que él se debe a Apolo, no a ningún partido
político (vv. 410-413).
Tiresias
conoce perfectamente todo lo referente al pasado y al destino de Edipo, al
igual que conoce también su soberbia y su futuro castigo:
"Y puesto que me has echado en cara que soy ciego, te digo: aunque tú
tienes vista no ves en qué grado de desgracia te encuentras ni dónde habitas ni
con quiénes transcurre tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes desciendes? Eres, sin
darte cuenta, odioso para los tuyos, tanto para los de allí abajo como para los
que están en la tierra, y tú, que ahora ves claramente, entonces estarás en la
oscuridad. ¡Qué lugar no será refugio de tus gritos!, ¡qué Citerón no los
recogerá cuando te des perfecta cuenta del infausto matrimonio en el que
tomaste puerto en tu propia casa después de conseguir una feliz navegación! Y
no adviertes la cantidad de otros males que te igualarán a tus hijos. Después
de esto ultraja a Creonte y a mi palabra. Pues ningún mortal será aniquilado
nunca de peor forma que tú" (v. 413 y ss.).
Edipo
merece la aniquilación y la desgracia que van a caer sobre él. Es un osado que
no muestra respeto ante nada, ni siquiera ante la ceguera de Tiresias, símbolo
de sabiduría divina en la antigua mentalidad griega. Habla con desprecio
incluso del lenguaje oracular en que el anciano adivino se expresa (v. 439), y
éste recoge tal desprecio, para echarle en cara a Edipo su estupidez al creerse
capaz de descifrar los mensajes de los dioses (v. 440).
Ni
siquiera el coro está convencido de la verdad de las palabras del adivino y
decide seguir apoyando a Edipo como salvador de Tebas (vv. 510, 511). La ignorancia
de los ciudadanos, tan confiados en sus gobernantes, no tiene límites.
Edipo
cada vez persiste más en su obcecación y cada vez se revuelve más contra
Creonte, a quien culpa de todo lo que le ha dicho el adivino:
"Edipo- Tú eres un malvado.
Creonte- ¿Y si es que tú no comprendes nada?" (vv. 628-629).
El
delito de Edipo se remonta a su padre Layo y a Yocasta, ya que ambos cayeron
también en el error de creer que se pueden burlar los oráculos (v. 712 y ss.):
"Yocasta- Por tanto, Apolo ni cumplió el que éste llegara a ser asesino
de su padre ni que Layo sufriera a manos de su hijo la desgracia que él temía.
Afirmo que los oráculos habían declarado tales cosas. Por ello, tú para nada te
preocupes, pues aquello en lo que el dios descubre alguna utilidad, él en
persona lo da a conocer sin rodeos" (v.720-725).
Ninguno
de los Labdácidas se encuentra libre de culpa, todos muestran la misma hybris
en su trato con la divinidad y sus mensajes.
Más
adelante, Edipo empezará a comprender que él es el asesino de Layo pero, es
curioso, no es la coincidencia entre oráculos lo que le hace reaccionar y
percatarse de todo en un primer momento, sino que es el hecho relatado por
Yocasta acerca del lugar donde fue muerto el anterior rey de Tebas.
"Edipo- Y nadie, sino yo, es quien ha lanzado sobre mí mismo tales
maldiciones. Mancillo el lecho del muerto con mis manos, precisamente con las
que le maté. ¿No soy yo, en verdad, un canalla? ¿No soy un completo impuro?" (v.
823).
Edipo es
un racionalista, un hombre de Estado que piensa que la inteligencia y la
voluntad pueden conducirle a una vida segura y estable. No es casualidad que
Sófocles eligiese a Edipo para transmitirnos su enseñanza acerca de la profunda
ignorancia de los dioses en que viven los hombres. Edipo es la demostración de
que el racionalismo, la política y el uso de las capacidades humanas nada
pueden contra los dioses y su voluntad.
El
racionalismo de Edipo es tal que aun cuando se reconoce a sí mismo como asesino
de Layo, sigue sin asociar los oráculos recibidos por él, por Layo y por
Yocasta, así como tampoco cae en la cuenta de la importancia de las palabras
que alguien en estado de ebriedad le dijo con respecto a la falsa paternidad de
Pólibo, rey de Corinto:
"Edipo- Si debo salir desterrado, no me es posible en mi destierro ver
a los míos ni pisar mi patria, a no ser que me vea forzado a unirme en
matrimonio con mi madre y a matar a Pólibo, que me crió y engendró" (vv.
824-826).
Sigue sin enterarse absolutamente de nada. Y las
enseñanzas de Sófocles empiezan a abrirse camino en la tragedia por boca del
coro:
"Coro- ¡Ojalá el destino me asistiera para cuidar de la venerable
pureza de todas las palabras y acciones cuyas leyes son sublimes, nacidas en el
celeste firmamento, de las que Olimpo es el único padre y ninguna naturaleza
mortal de los hombres engendró ni nunca el olvido las hará reposar! Poderosa es
la divinidad que en ellas hay y no envejece.
La insolencia produce al tirano. La insolencia, si se harta en vano de
muchas cosas que no son oportunas ni convenientes subiéndose a lo más alto, se
precipita hacia un abismo de fatalidad donde no dispone de pie firme" (vv.
864-883).
He aquí
el mensaje y la sabiduría sofóclea, muy en sintonía, como ya hemos visto, con
Heráclito: las leyes de origen divino, el destino, son las que rigen la vida de
los hombres aunque éstos construyan otros códigos o construyan la ficción de
que algo pueden contra los dioses. Es lo que nos trasmite la primitiva
mentalidad religiosa de Sófocles, la afirmación del destino y sus leyes sobre
cualquiera de los proyectos humanos, la superioridad de los dioses sobre una
nueva democracia que ha socavado su autoridad y que cree que está por encima de
las antiguas leyes que ha anulado, se trata también del mensaje de Antígona. El
coro está indignado ante las palabras de Edipo y Yocasta, ante su esperanza de
que los oráculos de Apolo no se cumplan:
"Coro-Pero, ¡oh Zeus poderoso!, si con razón eres así llamado, que
riges todo, no te pase esto inadvertido ni tampoco a tu poder siempre inmortal.
Se diluyen los antiguos oráculos acerca de Layo, extinguiéndose, y Apolo no se
manifiesta, en modo alguno, con honores, y los asuntos divinos se pierden" (vv.
902-910).
Ya empieza a asomar el desgraciado final en la mente
del coro mientras Edipo y Yocasta retoman su antigua soberbia y confianza al
recibir la noticia de que el que creen padre auténtico de Edipo ha muerto
debido a su vejez:
"Edipo- ¡Ah, ah! ¿por qué, oh mujer, habría uno de tener en cuenta el
altar vaticinador de Pitón o los pájaros que claman en el cielo, según cuyos
indicios tenía yo que dar muerte a mi propio padre? Pero él, habiendo muerto,
está oculto bajo tierra y yo estoy aquí, sin haberle tocado con arma alguna, a
no ser que se haya consumido por nostalgia de mí. De esta manera habría muerto
por mi intervención. En cualquier caso, Pólibo yace en el Hades y se ha llevado
consigo los oráculos presentes, que no tienen ya ningún valor.
Yocasta- ¿No te lo decía yo desde antes?" (vv. 964-973).
Cuando
al final Yocasta ya teme lo peor acerca del verdadero linaje de Edipo, éste
sigue sin comprender absolutamente nada, ya que cree que el disgusto de aquélla
se debe a que puede que el linaje de él sea humilde (vv. 1070-1080). Pero queda
muy poco para que Edipo comprenda lo que Yocasta ya ha entendido. Como le dirá Creonte
en el verso 1445:
"Sí, y tú ahora sí que puedes creer en la divinidad.
Edipo ha
asumido ya que el destino rige y ha de regir su vida:
No obstante, sé tan sólo una cosa, que ni la enfermedad ni ninguna
otra causa me destruirán. Porque no me hubiera salvado entonces de morir, a no
ser para esta horrible desgracia. Pero que mi destino siga su curso, vaya donde
vaya" (vv. 1455-1460).
Por fin
Edipo ha alcanzado la sabiduría[12],
por fin ha visto cómo los dioses actúan, por fin, como le dice Creonte en los
versos citados, él puede creer y Sófocles descansar[13].
Compartimos,
por tanto, plenamente, la conclusión que Dodds extrae de la tragedia:
"First,
he did not believe (or did not always believe) that the gods are in any human
sense `just´; Secondly, he did always believe that the gods exist and that man
should revere them" (Dodds: 1983, 185).
Así
mismo, no podíamos estar más de acuerdo con las comparaciones que establece
entre el concepto sofócleo de justicia, el heraclíteo (del ya citado fragmento
102) y el homérico, puesto en boca de Aquiles en Ilíada, XXIV, 525 y
ss.:
"[…] que así hilaron los dioses el destino
propio
de los mortales infelices:
es su
hado vivir acongojados;
ellos
mismos, en cambio,
libres
están de cuitas y pesares.
Porque hay asentados a la entrada del palacio de Zeus, dos toneles
que
los dones contienen que él reparte;
es el
uno de bienes recipiente
y el
otro lo es de males.
Y aquel a quien le conceda Zeus,
el
dios que con el rayo se deleita,
dones
mezclados del uno y del otro,
unas
veces con el mal se tropieza
y
otras, en cambio, con el bien se topa.
Pero aquel a quien de los luctuosos
una
parte le dé,
lo
convierte en dechado de ignominia
y a
él una mala
hambre
canina le va empujando
por
la tierra divina y la recorre
no
honrado ni por hombres ni por dioses".
Vernant
llega también a conclusiones parecidas en su excelente análisis de Edipo Rey
a partir de la técnica, tan presente en la obra, de la ironía trágica[14].
Sófocles construye los diálogos de Edipo de tal manera que cada palabra que
pronuncia desde el comienzo de la tragedia supone un alarde de su ignorancia,
de su impotencia. La confianza que esgrime Edipo en sí mismo y en sus
facultades racionales resultan ridículas a ojos de quienes conocen el mito.
Sófocles parece estar riéndose de un personaje que no se ganará su respeto
hasta que haya aprendido la lección.
VI. 2. 2- Edipo en
Colono
La razón
para tratar en esta investigación de Edipo en Colono y de Antígona
es sencilla. Cierto es que con Edipo rey uno ya puede hacerse una idea
clara de las posiciones antropológicas de Sófocles con respecto a la libertad
humana, pero tales conclusiones se mostrarían parciales e incompletas si no
tratamos también el resto de sus obras dedicadas a la saga de los Labdácidas.
El tema, principalmente, obedece a que Sófocles es el gran autor del Destino y
sólo viendo sus obras podremos comprender mejor esta Idea. A la hora de hablar
del Destino una cuestión cobra importancia: ¿opera con algún tipo de sentido o
razón?, ¿la labor del destino responde a alguna finalidad? No podríamos
responder a tales preguntas teniendo sólo en cuenta Edipo rey, necesitamos seguir a Edipo y a sus descendientes hasta
el final.
También
quisiéramos indicar que hemos optado por una exposición no cronológica de las
obras, como queda claro, por otra parte. Hemos preferido acercarnos a las obras
según la historicidad de la fábula y no de su composición. Aún así, al
referirnos a Edipo en Colono,
no dejaremos de hacer alguna referencia al hecho de que se trata de la última
obra compuesta por el anciano Sófocles. Esto es fundamental, ya que nos ayudará
a entender los acontecimientos históricos de la pólis ateniense que
subyacen a su trama[15].
Estamos
completamente de acuerdo con Blundell (1993: 289) cuando manifiesta que Edipo
en Colono es la obra que Sófocles dedica a sus conciudadanos atenienses
para que reflexionen acerca de su propia realidad política. La palabra pólis
aparece en ella 42 veces y adquiere el status
de una auténtica palabra clave para comprender la fábula.
Edipo,
en el principio de la obra, va a parar al lugar ateniense reservado al culto de
las Euménides (vv. 39-43)[16]
que, por otro lado, no será el que Esquilo les reservó junto al Areópago en la
última obra de su Orestíada.
Edipo ha
pasado de ser el paradigma de la ignorancia humana acerca de los dioses (Knox,
1964: 146) a ser un hombre clarividente, a pesar de su ceguera. Ahora su vida
está en sintonía con los dioses y con sus oráculos. Los dioses, para Heráclito
y para Sófocles, poseen, frente a los hombres, certeza, conocimiento y
justicia, tales son las características que Edipo ha adquirido en su
aprendizaje[17] (Knox, 1964: 147).
Edipo es
ahora un anciano ciego y creyente, cuya vida guían Antígona y Apolo.
"Edipo- ¡Oh soberanas de terrible rostro! Ya que me he sentado en este
recinto vuestro, el primero en esta tierra, no seáis insensibles con Febo y
conmigo. Él, cuando anunció aquel cúmulo de desgracias, me habló de este
descanso al cabo de mucho tiempo, cuando llegara a una región extrema donde
encontraría un asiento y un hospedaje en las venerables diosas. Que allí
llegaría al término de mi desdichada vida y que, una vez instalado, aportaría
ganancias a los que me habían acogido, pero infortunio a los que me arrojaron y
despidieron. Y me dijo que como garantía de ellos llegarían señales, un seísmo,
un trueno, o el rayo de Zeus" (vv. 84-95).
¡Qué
diferencia entre el tratamiento que da Sófocles a las Euménides y el que les
dio Esquilo! Las Euménides, esas divinidades éticas y morales que el Estado
arrinconó en un lugar meramente simbólico, tienen todo el respeto y veneración
del anciano Edipo, cuyo destino implica acabar su vida en el recinto dedicado a
ellas, muy apropiado para un personaje marcado por los delitos de incesto y
derramamiento de sangre en el seno de la familia.
La
imagen que la ciudad posee de las Euménides queda bien establecida por el coro,
cuando insta a Edipo a abandonar el recinto sagrado:
"Coro- Extranjero en tierra extraña, resígnate, desventurado, a
detestar lo que también la ciudad ha fijado como hostil y a respetar lo que
estima" (vv. 185-188).
A la vez
que Edipo ha aprendido a creer, ha aprendido también la importancia del
conocimiento y la necesidad de subestimar y despreciar las supersticiones que
envuelven el trato de los hombres para con los dioses:
"Edipo- [...] porque de enterarnos depende la precaución de nuestras
acciones" (v. 116).
Ahora
que Edipo ha comprendido el lógos que subyace al Destino que imponen los
dioses, se ha convertido en un hombre valioso. Ahora sí tiene poder, un poder
incluso político. Sus acciones son ahora objeto de respeto y su sola palabra
puede erigir a alguien en el trono:
"Ismene- Ahora los dioses te encumbran y antes te perdían" (v. 394).
Edipo en
Colono
es la gran obra, junto con Antígona, de la moral familiar, lo único que
queda cuando se han perdido la patria y el Estado. Es también la gran obra que
dedica Sófocles a sus guardianas, las mujeres.
"Edipo- Pues bien, ¡qué los dioses no apaguen esta discordia fatal y
que en mí esté el resultado final para ellos de esta lucha en la que ahora
están ocupados y levantando la lanza! Ni permanecerá el que ahora detenta el
poder y el trono ni el que se ha marchado volverá de nuevo nunca más. Porque
ellos, cuando con tanto desprecio fui expulsado de mi país, no me retuvieron ni
salieron en mi defensa, a mí, su padre, sino que presenciaron cómo fui enviado
al destierro y como fue voceada mi condición de proscrito por el heraldo.
[...] De estas dos, aunque son sólo unas muchachas, en tanto en cuanto
su condición se lo permite, obtengo medios para alimentarme, seguridad de un
lugar y el socorro de la familia. Ellos dos en lugar de su padre han preferido
el trono, mandar con el cetro y gobernar el país. Pero no me conseguirán como
aliado ni les llegará nunca provecho de esa soberanía cadmea" (v. 421 y ss.).
No puedo
imaginar a ningún otro de los trágicos poniendo tales palabras en boca del
personaje que decidirá el contenido filosófico que va a transmitir la obra.
Eurípides, ciertamente, puede mostrarnos a Clitemnestra diciendo cosas parecidas
en Ifigenia en Aúlide, pero será sólo la visión parcial, femenina y
doméstica del problema, nunca la tesis definitiva. Lo mismo cabría afirmarse en
el caso de Esquilo y su Orestíada. Sófocles lleva la tragedia griega por
derroteros muy distintos.
Se dirá
constantemente en esta obra: Edipo no cometió ninguno de los delitos
voluntariamente y a todo ello le precipitó el aceptar el gobierno de la ciudad
al vencer a la esfinge (vv. 522-540). La política es algo peligroso en las
obras de Sófocles, lleva a los hombres a caer en el exceso y en la soberbia y
les hace enemistarse con los dioses.
La
acción se complica cuando Ismene aparece para comunicar que en Tebas se ha
desatado una lucha por el poder entre Polinices, expulsado del mando de la
ciudad, Eteocles, causante de la expulsión, y Creonte.
Es
entonces cuando sabemos que, según los oráculos, el lugar de la sepultura de
Edipo determinará la victoria en un futuro enfrentamiento entre Atenas y Tebas.
Empezará entonces el conflicto por la futura posesión del cadáver entre Teseo,
que desea cumplir los deseos de Edipo de yacer en Colono, y los enfrentados
líderes tebanos Eteocles, Polinices y Creonte. El anciano no está dispuesto a
conceder nada a los tebanos que, en contra de sus deseos, lo retuvieron en Tebas
cuando él deseaba marcharse y luego lo arrojaron de la ciudad cuando ya le
había llegado el sosiego y había encontrado de nuevo el reposo en su palacio
(v. 765 y ss.).
Y, de
nuevo, como tantas veces sucede en las tragedias de Eurípides y Sófocles,
aparece una velada referencia a la sofística, crítica, como no podía ser de
otra forma, en el caso de Sófocles:
"Edipo (a Creonte)- Eres hábil con la lengua. Yo no sé que sea justo
ningún hombre porque hable bien de cualquier tema" (vv. 807-808).
Es
entonces, ante las negativas de Edipo, cuando Creonte decide chantajearle con
sus hijas: secuestra a Ismene y se dispone a hacer lo mismo con Antígona. Ya
empieza a materializarse en la obra lo odioso que puede llegar a ser el poder
político. La cumbre de tal argumento aparecerá en Antígona, que sufrirá
en sus carnes toda la dureza y el rigor de las leyes “impías” de la ciudad, en
la perspectiva de Sófocles y de la religión tradicional. Y es entonces, en la
lógica circular que muchas veces envuelve lo relacionado con el Destino, cuando
descubrimos que el casus belli que enfrentará a Atenas y Tebas no es
otro que la posesión del cadáver de Edipo, posesión que decidirá la victoria.
Antígona
es el personaje que vela en la tragedia por los lazos familiares. Será ella
quien convenza a su padre para que reciba y escuche a Polinices:
"Antígona- Deja que este hombre (Teseo) ofrezca a su propio corazón y a
la divinidad el agradecimiento que desea y concédenos a nosotras que venga
nuestro hermano. Tranquilízate, que no te apartará por la fuerza de tu
propósito con palabras que no sean dichas para tu provecho, ¿Qué puedes perder
por escuchar sus palabras? Las acciones que se han tramado con malos fines se
dan a conocer por la palabra. Tú le has engendrado, de suerte que ni por haber
cometido contra ti las más impías de las acciones, oh padre, es justo que le
devuelvas mal por mal.
Déjale. También otros tienen hijos malvados y violento carácter, pero
amonestados por las palabras de los amigos, apaciguan su natural. Dirige tu
mirada no a los actuales, sino a los padecimientos de otro tiempo, a los que
por tu padre y por tu madre sufriste, y, si los observas, te darás cuenta –
estoy segura- de que el resultado de una cólera irracional viene a ser una
desgracia. Tú tienes serias advertencias de ello privado como estás de tus ojos
sin vista" (v. 1183 y ss.).
Una vez
se encuentren frente a frente, Edipo reprochará a Polinices con duras palabras
su falta de consideración hacia su padre y, de nuevo, las hijas serán el
contrapunto moral de los hijos varones dominados por el deseo del trono.
"Edipo- Por tu culpa soy un vagabundo y pido a los demás mi sustento
cada día. Y si no hubiera engendrado a estas hijas que me alimentan,
ciertamente que, por lo que a ti atañe, ya no existiría. Actualmente a ellas debo
mi vida, ellas son mi sustento, ellas son hombres – no mujeres- para participar
en mis fatigas, mientras que vosotros habéis nacido de otro, que no de mí.
[...] Es imposible que destruyas esa ciudad; antes caeréis manchados con
vuestra propia sangre tú y tu hermano. Tales maldiciones lancé yo antaño contra
vosotros dos, y ahora apelo a ellas de nuevo, para que vengan como aliadas mías
a fin de que os dignéis reverenciar a los que os engendraron y no seáis
desconsiderados si habéis nacido de un padre ciego. Pues éstas no actuaron así.
Por ello estas maldiciones tendrán más poder que tu actitud de suplicante y tus
tronos, si la Justicia celebrada desde antiguo sigue sentada junto a las leyes
de Zeus que rigen desde siempre" (v. 1364 y ss.).
¿Cabe
mayor desprecio de la política y de las leyes de la ciudad? El episodio del
rechazo de Polinices por parte de su padre ha dado lugar a mucha literatura que
trata de indagar en las verdaderas razones que subyacen al mismo. Easterling[18]
(1967: 1, 2) ha defendido que tal rechazo no obedece a una divinización o demonización,
podríamos decir, de Edipo[19].
Para él el personaje en todo momento se mantiene dentro de los límites de lo
“humano”. El punto central para entender tal actitud, según las tesis de
Easterling y también de Linforth (1951: 154-166), y quien escribe les apoya en
esto sin reservas, habría que buscarlo en la constante diferenciación a la que
asistimos en la tragedia entre los sentimientos de Edipo hacia sus hijas y su
actitud frente a sus hijos varones. Por nuestra parte atribuimos tal rechazo a
los distintos ámbitos que representan los descendientes de Edipo: la política
de los hijos varones frente a la piedad familiar de las hijas. Pero el rechazo
de Edipo hacia sus hijos no se debe tanto, como piensa Easterling, a que los
hijos hayan preferido el trono y el cetro antes que cuidar a su padre, sino que
el rechazo es tan radical como el hecho mismo de que ninguno de los hijos tiene
elección, y Edipo lo sabe.
Ni
Antígona ni Ismene podrían ambicionar el cetro, al igual que Eteocles y
Polinices no podrían dejar de pelear por él. No es cuestión de elección. En
Sófocles se trata de una cuestión de roles y de una cuestión de determinismo
contextual, ya se sitúe el personaje en el ámbito de la moral, caso de las mujeres,
o en el ámbito de la política, caso de los varones.
Si Edipo
no se encuentra en el ámbito de la pólis es porque, en primer lugar,
ésta le ha expulsado, y en segundo lugar, porque su experiencia política le ha
llevado a repudiar completamente esa esfera humana.
Como
bien ha visto Knox (1983b: 17), Edipo era un hombre entregado por completo a la
ciudad-Estado, atormentado por el sufrimiento de los ciudadanos y dedicado por
entero a su labor de gobernante. Esto será lo que le pierda. El Edipo anciano
no desea reintegrarse de ninguna manera en la pólis tebana (Knox, 1983b:
22 y ss.). Sólo por el breve espacio que le queda de vida aceptará la
ciudadanía ateniense, ciudadanía que, al conllevar también que su entierro sea
en Atenas, traerá la perdición a su antigua ciudad-estado, por la que tantos
desvelos padeció.
Las
únicas leyes justas y legítimas son las que proceden de Zeus, aquéllas por las
que han velado Antígona e Ismene y por las que seguirá velando Antígona al dar
a su hermano la promesa de enterrarle.
"Polinices- ¡Oh hermanas mías, hijas de éste! Vosotras, ya habéis
escuchado la crueldad de nuestro padre en su maldición, ¡por los dioses!, si
ésta se cumple y regresáis a casa, al menos mi deshonra, antes bien depositadme
en una tumba y tributadme honras fúnebres" (v.1405-1410).
Sólo
Antígona lamenta la pérdida futura de su hermano e intenta hacerle cambiar sus
planes con súplicas, pero la lógica de la guerra no obedece a los llantos de
las mujeres ni a la certeza de la futura derrota, como sabemos desde Homero.
¿Y qué
decir de las palabras finales que Edipo dedica a Teseo? En ellas bien se
advierte lo que aquí sostenemos a propósito de Sófocles: las ciudades y sus
leyes pueden caer debido a su impiedad.
"Edipo- Innumerables ciudades, aunque uno las gobierne bien, caen en la
insolencia con facilidad. Pero los dioses se dan buena cuenta, a pesar de que
haya pasado el tiempo, de cuando alguien se vuelve hacia la locura con
desprecio de las normas divinas. Esto no quieras experimentarlo tú, hijo de
Egeo" (v. 1535 y ss.).
He aquí,
a nuestro juicio, la lección y la advertencia que el anciano Sófocles dirige a
Atenas, simbolizada en la figura del coro de ancianos de Colono. Atenas se está
apartando del camino recto, se ha alejado demasiado de los dioses en su aventura
política, Atenas puede caer.
Detengámonos
por un momento en un aspecto fundamental de la obra que Sófocles aborda con el
método del perspectivismo: la gloria o caída de la pólis, ¿a qué se
deben?
Hablamos
de perspectivismo porque hay tres representaciones distintas en esta obra de
las distintas actitudes políticas que sostienen una ciudad-Estado (seguimos el
excelente artículo de Blundell, 1993).
-
Por un lado, tenemos el coro. El coro representa la
piedad religiosa ciega. Cuando conocen la noticia de que el vagabundo que ha
venido a su tierra es Edipo, la primera reacción es expulsarle del país. Eso
sí, el coro es capaz de tener una mente abierta ante las exigencias de Antígona
y, sobre todo, una confianza absoluta en su gobernante, Teseo, a quien acudirán
en última instancia antes de tomar cualquier decisión[20].
-
Teseo es el ideal de gobernante. La ciudad confía en
él y es una con él. Somete su autoridad a las leyes, tanto políticas como
religiosas. Es un fiel servidor de los dioses, que realiza siempre los sacrificios
debidos. Respeta las leyes sagradas de la hospitalidad y, por último, sólo
admite la guerra cuando es defensiva. Fuera de esto no hay causa en el mundo lo
suficientemente justa para emprender un enfrentamiento bélico. Bajo su mando,
Atenas está en paz con sus vecinos, con los dioses y reina la eunomía
entre sus ciudadanos[21].
-
Creonte representa la desgracia que puede acarrear a
una ciudad el hecho de tener gobernantes impíos. La Tebas mítica es la negra
sombra que se cierne sobre la Atenas de la Guerra del Peloponeso.
Si se
compara la imagen ideal de un Teseo con la imagen fabulada de un Pericles,
ofrecida por Tucídides, puede entenderse mejor la actitud política ofensiva que
está censurando Sófocles: la Atenas imperialista que se adentra en cualquier
tierra y en cualquier mar.
Sófocles
presenta una Atenas idealizada en la figura de Teseo, una Atenas a la que constantemente
se alaba en la obra[22],
y que bien podría estar muy cerca de la íntima unión entre política y religión
que se dio en el fervor panhelénico de la victoria frente a los persas. Esa
Atenas y esa pólis ya no existen[23].
Los
sofistas han secularizado las leyes. Los mitos y hasta los dioses mismos son,
en boca de un Critias, una invención de los gobernantes para infundir miedo y
control allí donde la vigilancia estatal fracasa.
Sófocles
advierte que las ciudades impías como Tebas caen, y apela a la ciudadanía
ateniense como última esperanza frente a la incapacidad de los líderes
políticos, ignorantes e impíos como Creonte.
En este
sentido discrepamos de la interpretación alegórica de la obra dada por autores
como Knox (1964: 155)[24]
o Whitman (1983: 239). No creemos que el significado último de la obra sea el
equiparar a Atenas con Edipo, es decir, mostrarla próxima a una caída que
supondrá su destrucción física, pero también su inmortalidad gloriosa.
Menos
aún, por supuesto, compartiremos las interpretaciones apolíticas de la obra,
como las de Griffin[25].
Para
autores como él, la tragedia de Sófocles es, ante todo, religiosa. Nos enseña
acerca de los dioses (Griffin: 1999, 92). En lo que no repara Griffin es en el
hecho de que la religión ateniense y griega, en general, estaba enormemente
politizada. Hablar de religión en Grecia exige hablar de pólis, al igual
que hablar de pólis exige hablar de religión. Hablar de la relación del
hombre con lo divino, como sugiere Griffin, implica tesis antropológicas con
respecto a la libertad y tesis políticas con respecto al tratamiento que la pólis
debe dispensar a las creencias religiosas. Y estos dos últimos problemas están
muy presentes en Sófocles.
Tampoco
compartimos la visión de Edipo como un dios (Knox: 1964, 157 y ss.). Edipo es
un hombre cuya heroicidad consiste en la resistencia a un sufrimiento inmenso
enviado por los dioses como lección. Edipo ha sabido unir, por fin, su camino
al de los Oráculos. No los huye. Cuando llega al lugar de las Euménides y le
comunican que su presencia allí es un sacrilegio no se va, porque sabe que
tenía que acabar allí, se lo dijo el oráculo de Apolo, y para bien o para mal
se queda a esperar lo que le depara el destino.
Ha comprendido la enseñanza de Sófocles en Edipo rey: no hay que
huir de los designios de los dioses, por muy incomprensibles que éstos sean
para los hombres.
Tras
ofrecer esta enseñanza, que con tanto sufrimiento él mismo aprendió, Edipo (y
en cierto modo también el anciano Sófocles) puede ya morir, y Antígona puede
dirigir de nuevo sus esfuerzos hacia la salvación de su familia, esto es, de
sus hermanos.
Se
advierte en Edipo en Colono, ya
lo hemos apuntado, una respuesta poética y política de Sófocles a la Orestíada
de Esquilo. Mientras la Orestíada supone el arrinconamiento de la vieja
religión representada por las Erinis y centrada en el ámbito de la moral
familiar, Edipo en Colono supone la respuesta sofoclea a tal
arrinconamiento. Ahora le toca perder a la política; a los gobernantes; a
quienes desprecian a un padre, como Eteocles y Polinices; a los que no
ambicionan más que el poder, como Creonte, un poder que sólo responde a
mezquinos intereses humanos, un poder descreído al que Edipo traerá la
perdición.
Si al
final de la Orestíada las Erinis pierden el juicio, en Edipo en
Colono serán las triunfadoras, serán las protectoras del héroe anciano,
serán quienes den acogida a su cadáver.
No puede
haber mayor diferencia de mentalidad que la que media entre un Esquilo y un
Sófocles, entre la política y la moral, entre el Estado y la familia.
VI. 2. 3- Antígona
Polinices
y Eteocles se han dado muerte el uno al otro en fratricida lucha por el control
de la ciudad de Tebas. Creonte, rey a la sazón de la ciudad, publica un edicto
por el que se prohíbe enterrar a Polinices.
"Antígona- Pues, ¿no ha considerado Creonte a nuestros hermanos, al uno
digno de enterramiento y al otro indigno? A Eteocles, según dicen, por
considerarle merecedor de ser tratado con justicia y según la costumbre, lo
sepultó bajo tierra a fin de que resultara honrado por los muertos de allí
abajo. En cuanto al cadáver de Polinices, muerto miserablemente, dicen que, en
un edicto a los ciudadanos, ha hecho publicar que nadie le dé sepultura ni le
llore, y que le dejen sin lamentos, sin enterramiento, como grato tesoro para
las aves rapaces que avizoran por la satisfacción de cebarse.
Dicen que con tales decretos nos obliga el buen Creonte a ti y a mí –
sí, también a mí- y que viene hacia aquí para anunciarlo claramente a quienes
no lo sepan. Que el asunto no lo considera de poca importancia; antes bien, que
está prescrito que quien haga algo de esto reciba muerte por lapidación pública
en la ciudad. Así están las cosas, y podrás mostrar pronto si eres por
naturaleza bien nacida, o si, aunque de noble linaje, eres cobarde" (v. 21 y
ss.).
He aquí
enunciado el conflicto al que vamos a asistir en Antígona. Polinices,
como agresor de la ciudad, no tiene derecho a ser sepultado. Ante esto se
presenta para ambas mujeres, aunque en realidad sólo para Antígona, una
disyuntiva: cumplir el edicto y dejar a su hermano insepulto o darle sepultura
asumiendo que las consecuencias de tal acción, si son descubiertas, suponen la
muerte. La decisión de Antígona se muestra firme y tajante desde el principio.
No va a dejar a su hermano insepulto. Ismene, por el contrario, no está
dispuesta a aventurarse en una guerra que no puede ganar:
"Ismene- Y ahora piensa con cuánto mayor infortunio pereceremos
nosotras dos, solas como hemos quedado, si, forzando la ley, transgredimos el
decreto o el poder del tirano. Es preciso que consideremos, primero, que somos
mujeres, no hechas para luchar contra los hombres, y, después, que nos mandan
los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer en esto y en cosas
aún más dolorosas que éstas.
[...] Pues el obrar por encima de nuestras posibilidades no tiene
ningún sentido" (v. 58 y ss).
Ismene
representa la mentalidad de la mujer inserta en la pólis, la política no
es cosa de ella, no posee ningún poder para luchar contra ella, y considera que
los decretos de la ciudad han de cumplirse, a pesar de ser injustos.
Antígona,
en cambio, representa la moral que se resiste a su anulación en el Estado, la
moral persistente que no desea ceder terreno al poder político. ¿Y quién mejor
para representar la moral familiar que una mujer, arquetipo del inmovilismo en
las costumbres en tantos momentos de la historia?
Cierto
es que Creonte se mostrará desproporcionado tanto en su edicto como en las
consecuencias que establece para quien no lo cumpla, pero no adelantemos
acontecimientos, ya que esto se tratará más adelante como una estratagema del
poeta para hacer triunfar sus ideas políticas.
Hay quien
ha defendido que Antígona actúa con libertad, basándose en el hecho de que muy
bien podría haberse comportado como su hermana Ismene, y mantenerse al margen
de los acontecimientos[26].
Estamos de acuerdo con Mogyorodi en que la elección de un determinado destino
indica la existencia de cierta libertad,
ahora bien, eso podría suponer simplemente, habrá que analizarlo, la existencia
de cierta libertad subjetiva y potencial, con sentido moral, en el personaje de
Antígona. Tal libertad implica cierta elección, pero ésta no ha de ser algo
vacío, sino que ha de haber alternativas reales y, para que la elección sea
libre en realidad, al menos una de esas alternativas ha de llevar a un triunfo
de los planes racionales del sujeto, y éste no es desde luego el caso de
Antígona, al menos a nuestro juicio.
Si
Sófocles permite a Antígona el intentar ejercer cierta libertad subjetiva es
simplemente porque desea el triunfo de la moral sobre el derecho, o, de otra
manera, de la familia sobre el Estado. Pero no hay que olvidar que Antígona no
triunfa. Las alternativas en que se mueven Antígona e Ismene se hallan
delimitadas por el marco de lo doméstico y lo religioso. No hay en ellas la más
mínima intención de salirse del ámbito que, como mujeres, tienen asignado en
Grecia. Sus opciones callar o hacerse mártires en la defensa de la tradición, y
por ninguno de esos caminos se puede llegar a la reivindicación de una libertad
política, esto es, de una libertad objetiva asociada a unos derechos como
ciudadano. En Medea la elección de la protagonista sí va por este
camino, pero no es momento ahora de citar a Eurípides.
Ismene y
Antígona se mueven en el reducido espacio al que la pólis griega las ha
condenado y jamás intentan salir de él. Eso sin olvidar que Antígona, en
concreto, actúa obligada por una promesa realizada a su hermano que Sófocles
reproducirá posteriormente en Edipo en Colono. Podría decirse que ni
Antígona ni su hermana abandonan el tradicional rol femenino griego.
Al
mantener esta postura claro está que, consecuentemente, habremos de afirmar que
la esencia de la tragedia no reside en absoluto en una lucha de la Libertad
humana frente al Destino, al modo romántico. Hay que asumir el hecho de que en
muchas tragedias no hay el menor asomo de Libertad humana. Ahora bien, lo que
sí es cierto es que la tragedia griega presenta siempre en su seno el problema
de la Libertad, sin que ello implique que ésta ha de ser una realidad en cada
una de las obras. Los dioses de Sófocles son algo en muchos aspectos parecido
al lógos heraclíteo, se muestran por señales y hay que estar muy atento
para descubrir su verdadero sentido. La mayoría de los hombres se pasan la vida
intentando conocerlos y comprenderlos, pero al final fracasan, como Edipo. La
historia de Edipo es la tragedia de la ceguera humana respecto a lo divino, de
ahí la ceguera física que él mismo se causará al final de Edipo rey.
En esta
tesis seguimos manteniendo que el análisis de esta obra, Antígona, en
los términos de la oposición entre moral y política es sumamente útil,
relevante y, en esencia, correcto. Dice Karl Reinhardt (1933/1991: 96) acerca
de Antígona:
"Por otro lado, las categorías y concepciones usuales con las que,
desde Hegel, se han esforzado [...]. No sirve de nada idear una fórmula para Antígona
que fracasa con el resto".
No
podríamos estar más en desacuerdo con lo manifestado aquí por Reinhardt. Si
ciframos la esencia de la tragedia en su significación política, esto es, en su
representación de las tensiones que subyacían a la recién creada pólis
democrática ateniense, entonces el universo de un autor se convierte, en cierto
modo, en un programa político, en una toma de partido respecto a los debates
más candentes que tenían lugar en su momento histórico. En este sentido lo
importante no es que el tema de la ley, polémica a la que en esta tesis ya se
ha hecho referencia, se trate sólo en una de las tragedias de Sófocles, sino
que lo verdaderamente relevante es si las conclusiones extraídas de ese
tratamiento polémico son coherentes y encajan sistemáticamente con las tesis o
posturas del autor a propósito de otros temas tratados en otras tragedias, como
el de la religión, la esclavitud, la mujer, la guerra, la patria, el sacrificio
humano, etc.
Creo
que, básicamente, la lectura que Hegel hizo de la Antígona sigue
resistiendo hoy en día las críticas. Tanto Antígona como Creonte se rigen por
un Nómos y ambos ponen cara a un conflicto que no acabó nunca de
cerrarse en la pólis ateniense, ni
siquiera en nuestras sociedades: la construcción de lo político a costa de las
viejas costumbres y de lo familiar.
Otra
cuestión es el hecho de que no conviene olvidar de lo que Knox señala en su
estudio acerca del temperamento heroico en Sófocles: que tanto Antígona como
Creonte representan dos temperamentos heroicos, uno de los cuales, el de
Creonte, se quebrará al final de la tragedia[27].
Esta heroicidad quebradiza y efímera de Creonte, que tan bien ha señalado Knox,
junto con lo que vamos a examinar a continuación, nos lleva a la siguiente
constatación: la tragedia de Sófocles está hecha al servicio de la militancia
de Antígona.
Respecto
a la encarnación de lo político en la persona de Creonte dice Reinhardt
(1933/1991: 124), de forma muy inteligente:
"Para los defensores de los `principios´ resulta poco favorable tener
que elaborar la idea de la pólis basándose en este discurso delirante de
la peor forma".
Ciertamente
no puedo estar más de acuerdo con esta afirmación que da cuenta de uno de los
aspectos más centrales a la hora de interpretar Antígona, a saber,
¿podría Sófocles haber dotado de cierta dignidad y calidad al discurso de
Creonte[28]?
Si tenemos en cuenta que autores como Eurípides lograron hasta llegar a
justificar de forma sólida el infanticidio por motivos políticos -véase Ifigenia
en Aúlide-, podría decirse que nuestro trágico sí podía haber equilibrado
mucho más la balanza argumentativa. La cuestión es si Sófocles deseó en algún
momento presentar dos posturas igualmente fuertes y legítimas, o si desde el
principio quiso reducir al absurdo tanto el concepto de democracia como el
concepto de ley política. Me inclino por la última opción.
No es
casualidad que en Sófocles sea Creonte el representante de la democracia. Su
puesta en escena, su discurso, sus decretos, son claramente una reafirmación de
la ideología aristocrática de orientación anti-democrática. Veremos en el
siguiente capítulo como Eurípides también se mostró crítico con la democracia
ateniense pero, en su caso, y siempre según nuestra interpretación, la
motivación era la ampliación de derechos a individuos que no gozaban de ellos.
En el caso de Sófocles lo que se denuncia es, a nuestro juicio, un Estado que
atenta contra la moral tradicional ateniense representada en viejas costumbres
no escritas.
El hecho
de que se apele a leyes no escritas es absolutamente definitorio, ya que, si
echamos un vistazo a la historia de Grecia, uno de los primeros síntomas de
cambio y una de las primeras exigencias frente a la Aristocracia fue la
codificación del derecho. Apelar a leyes no escritas es reivindicar una
situación sangrante de la historia política griega, y no estimo que cuando
Sófocles lo hace esté usando ninguna metáfora[29].
Para intérpretes como Knox (1964: 95, 96) no estamos en el terreno de la
oposición entre leyes escritas y leyes no escritas (tal escenario quedaría
desestimado desde el momento en que Creonte realiza su edicto oralmente), sino
que lo que Antígona propugna es, en concreto, las leyes no escritas respecto al
enterramiento de los muertos exclusivamente[30].
En cualquier caso lo que Antígona está defendiendo es la fidelidad a un derecho
consuetudinario y esto es ciertamente una clara posición política e ideológica.
Vayamos
al caso de Edipo. Éste personaje no se libra en absoluto de la consideración
peyorativa que posee el poder político en las obras de Sófocles. Sófocles
califica su gobierno como tiranía y le acusa, como bien dice Segal[31],
de los típicos crímenes que se achacaban a los representantes de este régimen
en Grecia.
La ley
divina y la ley humana no pueden quedar más separadas en el universo de Sófocles,
que desprestigia a esta última hasta llegar a asociarla con lo más cruel,
antinatural y deshumanizador[32].
De
hecho, sólo el anciano Sófocles mostró algo de compasión por el destino de
Edipo cuando retomó su figura en Edipo en Colono.
Sumamente
interesante me parece la tesis de Segal acerca de la distinción en Antígona
y Edipo Rey entre chora y ge-chthon. El primer concepto
designaría la tierra en tanto territorio político, mientras el segundo
designaría el territorio de lo oculto, de lo desconocido para el conocimiento
humano (del lógos heraclíteo, añado también)[33].
Como
bien dice Segal, aquí Sófocles está estableciendo un diálogo con los
principales filósofos y pensadores del siglo V a. n. E., como Hipodamo,
Protágoras y otros sofistas, que pretendían una organización política
totalmente racionalizada levantada sobre los cimientos lógicos de la
argumentación y el discurso. Antígona representaría el conflicto entre
la protagonista y su espacio, controlado por dioses que deciden sobre todo lo
humano, y que regulan las normas de comportamiento tanto en la ciudad como en
el subterráneo mundo de los muertos, y Creonte, que pretende un control
absoluto sobre un espacio político que no admite ningún tipo de interferencia
de lo irracional.
El
mensaje de Sófocles está claro, la creación de la pólis y sus leyes no
va a anular ese otro mundo que es el verdaderamente poderoso y que siempre
estará vigente. La pólis no debe negar la divinidad, como muchos
pretendían en el siglo V. Ahora bien, uno se pregunta hasta qué punto la
divinidad estuvo alguna vez en peligro en una Atenas que se alzaba sobre el
culto oficial Olímpico y en la cual los procesos políticos por impiedad, asébeia,
estaban a la orden del día. La respuesta habrá que buscarla en el grado de
exigencia de Sófocles. Vemos que lo que aparece representado en Antígona
y en Edipo en Colono así como en Edipo Rey, es el culto ctónico a los muertos, los misterios de Eleusis, y
la religión oracular. Salvo la última, ligada a Apolo, las dos primeras no eran
ni extrañas a los griegos ni a la pólis, pero su culto divergía en gran
medida de la brillante religión Olímpica.
Vemos, pues, que el culto que
subyace a Antígona es, como muy bien subraya Reinhardt, el culto a los
muertos y los ritos funerarios de la época clásica en los que se acostumbraba
incluso a enterrar a los solteros con las urnas nupciales. Muy relevante para
todo esto es el final de Antígona en el que su muerte se representa
metafóricamente como si fueran sus nupcias, nunca materializadas, con Hemón.
Todas estas reflexiones nos
conducen al momento de juzgar si Antígona actúa con libertad o si las ideas de
Destino, Necesidad e impotencia humana triunfan en la tragedia de Sófocles. Por
lo dicho hasta ahora puede verse cuáles van a ser las conclusiones respecto a
esta incógnita.
Aclarados
estos conceptos creo que queda plenamente justificada, a efectos de la
interpretación de Antígona, la pertinencia y absoluta actualidad de
tratamientos filosóficos como el de Hegel, que supo ver a la perfección cuál
era el núcleo Ideal, referido a Ideas filosóficas, de la obra de Sófocles.
Antígona
se erige desde el principio de la obra como una futura mártir de la moral[34]. En este sentido creemos
que es correcto pensar que, como figura femenina, no supone nada
revolucionario. Siempre ha habido mujeres mártires, esgrimidas como heroínas
por toda clase de códigos morales. En
este sentido, no es más revolucionaria que Ismene cuando ésta decide no
erigirse en defensora de causas que no puede ganar. Ismene prefiere la vida al
martirio, la ética a la moral, se adapta, además, a la perfección a los usos
políticos y vive dentro de las posibilidades que su rol le permite. No así
Antígona, como hemos indicado:
"Antígona- Ni te lo puedo ordenar ni, aunque quisieras hacerlo,
colaborarías ya conmigo dándome gusto. Sé tú como te parezca. Yo le enterraré.
Hermoso será morir haciéndolo. Yaceré con él al que amo y me ama, tras cometer
un piadoso crimen, ya que es mayor el tiempo que debo agradar a los de abajo
que a los de aquí. Allí reposaré para siempre. Tú, si te parece bien, desdeña
los honores de los dioses.
Ismene- Yo no les deshonro, pero me es imposible obrar en contra de
los ciudadanos" (v. 69 y ss.).
Antígona
es un personaje profundamente engreído, que se instala, con sumo gusto a juicio
de quien escribe, en el papel de mártir. En las palabras suyas que acabamos de citar
es inevitable reconocer cierta jactancia por lo que va a ocurrir, sumada además
al gran desprecio que, como abanderada de la causa moral que ella es, le
produce la actitud de su hermana Ismene[35].
¿Es
libre Antígona, en un sentido secundario, subjetivo y moral, por supuesto? Se
lo dice bien claro Ismene: sólo si triunfa:
"Ismene- Tienes un corazón ardiente para fríos asuntos.
Antígona- Pero sé agradar a quienes más debo complacer.
Ismene- En el caso de que puedas, sí, pero deseas cosas imposibles" (vv. 88-90).
Ismene
ha dejado sentada perfectamente la cuestión de la libertad. Antígona sólo será
libre si puede, si logra, hacer que sus planes para dar sepultura a su hermano
tengan éxito. Cosa distinta es la cuestión de las consecuencias, ya que
Antígona no mide el fracaso por la conservación o no de su vida, sino por el
enterramiento o no de su hermano. Una vez más tenemos a un héroe griego que
aspira a ser libre despreciando la ética, y una vez más tenemos a una cuasi “esclava” griega (no ciudadana,
sin ningún derecho político), Ismene, valorándola.
Creonte
expresará en la tragedia el triunfo absoluto del Estado sobre la moral, es así
como deben ser las cosas:
"Creonte- Pero es imposible conocer el alma, los sentimientos y las
intenciones de un hombre hasta que se muestre experimentando en cargos y en
leyes. Y el que al gobernar una ciudad entera no obra de acuerdo con las
mejores decisiones, sino que mantiene la boca cerrada por el miedo, ése me
parece – y desde siempre me ha parecido- que es el peor. Y al que tiene en
mayor estima a un amigo que a su propia patria no lo considero digno de nada.
Pues yo- ¡sépalo Zeus que todo lo ve siempre!- no podría silenciar la desgracia
que viera acercarse a los ciudadanos en vez del bienestar, ni nuca mantendría
como amigo mío a una persona que fuera hostil al país, sabiendo que es éste el
que nos salva y que, navegando sobre él, es como felizmente haremos los amigos.
Con estas normas pretendo yo engrandecer la ciudad.
Y ahora, de acuerdo con ellas,
he hecho proclamar un edicto a los ciudadanos acerca de los hijos de
Edipo. A Eteocles, que murió luchando por la ciudad tras sobresalir en gran
manera con la lanza, que se le sepulte en su tumba y que se le cumplan todos
los ritos sagrados que acompañan abajo a los cadáveres de los héroes. Pero a su
hermano -me refiero a Polinices-, que en su vuelta como desterrado quiso
incendiar completamente su tierra patria y a las deidades de su raza, además de
alimentarse de la sangre de los suyos, y quiso llevárselos en cautiverio,
respecto a éste ha sido por un heraldo a esta ciudad que ninguno le tribute los
honores postreros con un enterramiento, ni le llore. Que se le deje sin
sepultura y que su cuerpo sea pasto de las aves de rapiña y de los perros, y
ultraje para la vista. Tal es mi propósito, y nunca por mi parte los malvados
estarán por delante de los justos en lo que a honra se refiere. Antes bien,
quien sea benefactor para esta ciudad recibirá honores míos en vida igual que
muerto" (v. 175 y ss.).
Tales
son las resoluciones a las que llega Creonte, medidas que disgustan, por
supuesto, al coro. El tema es ciertamente muy conflictivo, ya que sólo con
recordar el canto XXIV de Ilíada podemos apreciar la magnitud de la
tragedia que suponía para la mentalidad griega dejar insepulto un cadáver.
Desde luego, Creonte no es un héroe, como lo era Aquiles, y las sociedades en
que ambos se mueven son muy distintas. Creonte es un político que desea un
castigo ejemplarizante, capaz de disuadir otros posibles invasores. Ahora bien,
su postura llega a ser tan inmoral que uno se pregunta, ¿llegó a ser así la
democracia ateniense alguna vez? La respuesta, creo, habrá de ser que sí, si
tenemos en cuenta algunas de las actuaciones de la Atenas imperial y el grado
de crudeza a que llegó la Guerra del Peloponeso. Con anterioridad Solón había
interferido en la ceremonia mortuoria con algunas medidas que impedían la
ostentación en los funerales y la situación del edicto de Creonte era muy
cercana a la Atenas de Sófocles[36].
Sófocles
está denunciando el arrinconamiento total al que la política ha condenado la
moral tradicional griega, moral que, incluso en la guerra, suponía la herencia
de un modo de lucha heroico, a saber, cruel, sangriento, pero nunca impío. Un
modo de lucha que permite que Aquiles se dignifique como guerrero, y no todo lo
contrario, al devolver el cadáver de Héctor a su padre Príamo. Atenas ha
perdido los modos aristocráticos.
Las
mismas reformas de Clístenes deben entenderse así, como un intento de
afianzamiento de lo político sobre bases no familiares o tribales[37].
Esto es fundamental, porque la postura de Antígona es también política, y supone
una concepción del límite de las leyes de la pólis, así como también la postura
de Creonte es religiosa, de una religiosidad Olímpica, política, oficial,
frente a los cultos ctónicos observados y venerados por Antígona[38].
El
“racionalismo” político de Creonte es total cuando se le comunica que el
cadáver de Polinices ha aparecido cubierto por una fina capa de tierra. Ante la
sugerencia del corifeo de que tal obra tenga su artífice en alguna divinidad,
Creonte responderá sin vacilar un momento:
"Creonte- No sigas antes de llenarme de ira con tus palabras, no vayas
a ser calificado de insensato a la vez que de viejo. Dices algo intolerable
cuando manifiestas que los dioses sienten preocupación por este cuerpo. ¿Acaso
dándole honores especiales como a un bienhechor iban a enterrar al que vino a
prender fuego a los templos rodeados de columnas y a las ofrendas, así como a
devastar su tierra y las leyes? ¿Es que ves que los dioses den honra a los
malvados? No es posible" (v. 280 y ss.).
Hablamos
de racionalismo político porque Creonte da su respuesta dentro del esquema de
racionalidad impuesto por la pólis y por sus dioses, los olímpicos,
dioses políticos por excelencia. ¿Cómo un olímpico va a ofrecer respeto y
protección a un traidor a la ciudad-estado? Eso, ciertamente, no entra en las
opciones de Creonte, pero tampoco, yo al menos lo dudo mucho, entraría en las
de un Esquilo o un Eurípides, el uno con su disculpa del asesinato de la mujer
en tanto no ostenta armas y el otro con la afirmación de que un Estado bien
puede valer el sacrificio de una hija[39].
Sólo Sófocles denuncia la perversidad que encubren tales acciones, sólo él
permaneció fiel a esas viejas leyes de que hablaba Heráclito y que tienen su
fundamento y último garante en Zeus, cuyo lógos es inaccesible para la
mayoría de los hombres.
Asistiremos
también en la obra a la caracterización hipertiránica de Creonte, que empezará
a amenazar de muerte a todos sus súbditos, como puede verse claramente en su
diálogo con el guardián (v. 304 y ss.).
La clave
para el pensamiento político de Sófocles la encontramos una y otra vez
enunciada en sus obras: “Será un alto cargo en la ciudad, respetando las leyes
de la tierra y la justicia de los dioses que obliga por juramento”, v. 369,
recitado por el coro. El coro es un importante transmisor de ideas en Sófocles,
suele darnos muestras del pensamiento del autor mientras los personajes siguen
su curso de aprendizaje a través de la acción de la tragedia[40].
Cuando
Antígona es llevada ante Creonte, ya identificada como autora del delito de dar
sepultura a su hermano, se producirá un diálogo fundamental entre ambos
personajes, del cual recogemos las palabras de la heroína respondiendo al
gobernante:
"No fue Zeus el que los ha mandado publicar [los decretos], ni la
Justicia que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los
hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un
mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los
dioses. Éstas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde
surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por
miedo a la intención de hombre alguno.
Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aun cuando tú no lo hubieras hecho
pregonar. Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia. Porque quien, como
yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir?
Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si
hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera
insepulto, entonces sí sentiría pesar" (v. 449 y ss.).
La
polémica sobre el origen y legitimidad de las leyes se muestra en Sófocles como
un asunto de primer orden. Las leyes fundamentales para Antígona son las de
origen divino, las que exigen que se entierre a los muertos, las viejas
costumbres griegas, no las leyes humanas que dependen de la autoridad del
gobernante de turno. Creonte siempre sitúa en un plano superior a la
ciudad-Estado y a sus leyes:
"Creonte- No es lícito tener orgullosos pensamientos a quien es esclavo
de los que le rodean. Ésta conocía perfectamente que entonces estaba obrando
con insolencia, al transgredir las leyes establecidas, y aquí, después de
haberlo hecho, da muestras de una segunda insolencia: ufanarse de ello y
burlarse, una vez que lo ha llevado a efecto.
Pero verdaderamente en esta situación no sería yo el hombre- ella lo
sería-, si este triunfo hubiera de quedar impune. Así, sea hija de mi hermana,
sea más de mi propia sangre que todos los que están conmigo bajo la protección
de Zeus del Hogar, ella y su hermana no se librarán del destino supremo.
Inculpo aquélla de haber tenido parte igual en este enterramiento" (v. 479 y
ss.).
Creonte
es, evidentemente, un mal gobernante. No posee mesura ni moderación en su
gobierno y las penas y castigos que aplica escapan a toda proporcionalidad con
los delitos cometidos. Su decisión de culpar también a Ismene indica que actúa
más por venganza y despecho que por razones políticas. Sófocles nos presenta al
peor de los gobernantes que pudieran verse en la escena griega. Sófocles quiere
mostrarnos la irracionalidad del poder político cuando se revuelve contra la
moral, contra los dioses, contra la familia. Por eso Antígona debe morir, para
que con su muerte la irracionalidad política de que hace gala Creonte brille en
todo su esplendor.
Antígona
sigue, por otra parte, en su autocomplaciente papel de mártir, papel que ella
sabe le otorgará “gloriosa fama”:
"Antígona- Sin embargo, ¿dónde hubiera podido obtener yo más gloriosa
fama que depositando a mi propio hermano en una sepultura? Se podría decir que
esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizada la
lengua. En efecto, a la tiranía le va bien en otras muchas cosas, y sobre todo
le es posible obrar y decir lo que quiere" (v. 501 y ss.).
Ante los
dioses, ante Hades, todos son iguales, nada importa la condición política que
uno hubiese poseído en vida. Lo mismo vale Polinices, asaltante de la ciudad,
que Eteocles, que murió defendiéndola. Antígona no entiende ni quiere entender
de política.
Antígona
y Creonte contemplan el mismo asunto de distintas maneras, la perspectiva moral
y la perspectiva política. De ahí también la importancia del sexo de los
personajes. Para Creonte es indignante que una mujer (casi tan ajena a la
política como un esclavo) ose atacar las leyes de la ciudad (“[...] mientras yo
viva, no mandará una mujer”, dice Creonte en el verso 525). Antígona, en
cambio, se mueve en un terreno en el que se cree autorizada para actuar, pues como
mujer debe velar por el cumplimiento de los ritos funerarios de su hermano.
Pero si
bien Creonte es un personaje construido para ser deplorable, Antígona no nos
parece menos digna de antipatía. Cuando Ismene se inculpa ante Creonte de haber
ayudado a su hermana en el delito, Antígona rechaza este gesto con desdén y
orgullo, no por salvar a la hermana de la muerte, sino porque no está dispuesta
a compartir con ella la gloria del martirio. Es indigno, a los ojos de
Antígona, que Ismene sea considerada co-autora de un delito que se negó a
cometer[41].
"Ismene- He cometido la acción, si ésta consiente; tomo parte en la
acusación y la afronto.
Antígona- Pero no te lo permitirá la justicia, ya que ni tú quisiste
ni yo me asocié contigo.
Ismene- En estas desgracias tuyas, no me avergüenzo de hacer yo misma
contigo la travesía de esta prueba.
Antígona- De quien es la acción, Hades y los dioses de abajo son
testigos. Yo no amo a uno de los míos, si sólo de palabra ama.
Ismene- ¡Hermana, no me prives del derecho a morir contigo y de honrar
debidamente al muerto!
Antígona- No quieras morir conmigo, ni hagas cosa tuya aquello en lo
que no has participado. Será suficiente con que yo muera.
Ismene- ¿Y qué vida me va a ser grata, si me veo privada de ti?
Antígona- Pregunta a Creonte, ya que te eriges en defensora suya.
Antígona- [...] Tú has elegido vivir y yo morir" (v. 539 y ss.).
Lo dijo
Hannah Arendt, ningún héroe griego perdona a otro que caiga en el vicio de
estimar la propia vida sobre la moral. La dureza de Antígona hacia su hermana
roza la crueldad y es, desde luego, despreciativa en grado sumo. La arrogancia
que en esta tragedia adquiere el personaje nos la muestra muy distante de la
que retratará de nuevo Sófocles en su ancianidad en Edipo en Colono.
Antígona es absolutamente intransigente, la más intransigente de las heroínas
de Sófocles, junto con Electra (Knox: 1964, 67). Responde prototípicamente a
las características del personaje heroico: decidido, obsesionado con un
objetivo, incapaz de cambiar, su carácter es homogéneo e imperturbable durante
toda la tragedia (Knox, 1964: 70).
Creonte
es el defensor del espacio de Libertad humana que supone la ciudad-Estado:
"Al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo
justo y en lo contrario. Yo tendría confianza en que es te hombre gobernara
rectamente en tanto en cuanto quisiera ser justamente gobernado y permanecer en
el fragor de la batalla en su puesto, como un leal y valiente soldado. No
existe un mal mayor que la anrquía. Ella destruye las ciudades, deja los
hogares desolados. Ella es la que rompe las líneas y provoca la fuga de la
lanza aliada. La obediencia, en cambio, salva gran número de vidas entre los
que triunfan.
Y, así, hay que ayudar a los que dan las órdenes y en modo alguno
dejarse vencer por una mujer. Mejor sería, si fuera necesario, caer ante un
hombre, y no seríamos considerados inferiores a una mujer" (v. 666 y ss.).
Aquí
tenemos otra vez la asociación hombre-ejército-ciudad. El eje articulador de la
libertad objetiva en Grecia.
El coro,
es cierto, da la razón a Creonte, pero no se trata de un cambio de perspectiva
en las tesis de Sófocles, sino que Hemón nos dará la clave para interpretar
estas palabras: es el miedo el que las guía, no el convencimiento.
"Hemón- Tu rostro resulta terrible al hombre de la calle, y ello en
conversaciones tales que no te complacerías en escucharlas. Pero a mí, en la
sombra, me es posible oír cómo la ciudad se lamenta por esta joven, diciendo
que, siendo la que menos lo merece de todas las mujeres, va a morir de indigna
manera por unos actos que son los más dignos de alabanza: por no permitir que su
propio hermano, caído en sangrienta refriega, fuera exterminado, insepulto, por
carniceros perros o por algún ave rapaz. “¿Es que no es digna de obtener una
estimable recompensa?” Tal oscuro rumor se difunde con sigilo" (v. 691 y ss.).
Aquí
tenemos otra vez a Sófocles, que ha reaparecido en el discurso del prometido de
Antígona. Éste pide a Creonte que ceda, que aprenda, que se modere. Creonte lo
considerará un insulto, por supuesto, dado la juventud de su hijo, ¿qué
lecciones ni qué sensatez pueden aportar las razones de la juventud? Y es
entonces cuando Creonte alcanza la cima del despotismo: “¿Y la ciudad va a
decirme lo que debo hacer?”, v. 734.
El azote
de la política que lleva a cabo Sófocles a lo largo de las obras dedicadas a la
saga de los Labdácidas ha llegado aquí a su cúspide. Para Sófocles, la tragedia
es la política.
Creonte
no va a ceder ni ante las razones de su hijo, que luego se convertirán en
angustiosas súplicas. Es más, reaccionará con dureza acusándole de ser un
esclavo, un sometido, de la mujer. Incluso desea matar a Antígona delante de
Hemón, pero éste se retira para no contemplar el cruento espectáculo. La
tragedia está servida para Antígona, Ismene, Hemón, y para Creonte, aunque él
aún no lo sepa. Ismene podrá vivir, pero ya sin familia, lo cual suponía una
terrible desgracia para una mujer. Antígona será encerrada en una cámara
mortuoria, viva, hasta morir de hambre[42].
Dice el coro:
"También yo ahora me veo impelido a alejarme ya de las leyes al ver
esto, y ya no puedo retener los torrentes de lágrimas cuando veo que aquí llega
a Antígona para dirigirse al lecho, que debía ser nupcial, donde todos duermen" (v. 801 y ss.).
Y de
nuevo la enseñanza del coro: nadie puede vencer a quien ostenta el poder. La
piedad no puede nada contra la pólis. Creer lo contrario es perniciosa
pasión (v. 872 y ss.). La pólis aparece, una vez más en Sófocles, como
la aniquiladora de lo más genuinamente humano.
Y
llegamos a lo que tan magistralmente vio Hegel en su Fenomenología del
Espíritu, a propósito de Antígona, que el hermano es insustituible
para la hermana, lo cual es importante porque tal concepción cifra de nuevo la
superioridad de la moral familiar consanguínea frente al matrimonio,
institución política que en Grecia aseguraba la supervivencia de la pólis.
Veamos las palabras de Antígona:
"Y ahora, Polinices, por ocultar tu cuerpo, consigo semejante trato.
Pero yo te honré debidamente en opinión de los sensatos. Pues nunca, ni aunque
hubiera sido madre de hijos, ni aunque mi esposo muerto se estuviera corrompiendo,
hubiera tomado sobre mí esta tarea en contra de la voluntad de los ciudadanos.
¿En virtud de que principio hablo así? Si un esposo se muere, otro
podría tener, y un hijo de otro hombre si hubiera perdido uno, pero cuando el
padre y la madre están ocultos en el Hades no podría jamás nacer un hermano. Y
así, según este principio, te he distinguido yo entre todos con mis honras, que
parecieron a Creonte una falta y un terrible atrevimiento, oh hermano" (v. 904 y
ss.).
Tales
palabras de Antígona mientras se precipita hacia su muerte han sido examinadas
por los filólogos bajo la sospecha de su falsedad, ya que suponen, para
algunos, una contradicción con las posturas mantenidas por Antígona durante el
resto de la obra. Así, Knox (1964: 107) achaca tales declaraciones al contexto,
a la situación de angustia en la que está inserta Antígona, que ya no piensa en
términos políticos ni religiosos, sino simplemente en su familia, a la que
quiere y ha perdido trágicamente, y con los que va camino de unirse en el
Hades. Nosotros pensamos que tal interpretación es peligrosamente psicologista,
y no es coherente con la caracterización del personaje en el resto de la obra.
Nos inclinamos más bien a pensar que sigue el mismo esquema trazado por
Sófocles desde el principio: rechazo de la pólis y sus instituciones,
como el matrimonio, y afirmación de la moral familiar consanguínea sobre todas
las cosas.
Al final,
Antígona destierra por completo a Ismene del núcleo familiar.
"Mirad vosotros, príncipes de Tebas, a la única que queda de las hijas
de los reyes, cómo sufro y a manos de quiénes por guardar el debido respeto a
la piedad" (v. 941 y 942).
Y dice
el coro, que constantemente en la obra recalca la miseria humana frente a los
dioses y el Destino:
"Pero lo dispuesto por el destino es una terrible fuerza. Ni la
felicidad, ni Ares, ni las fortalezas, ni las negras naves azotadas por el mar
podrían rehuirla" (v. 951 y ss.).
Al final, hará su aparición Tiresias para
comunicarle a Creonte que los dioses se sienten afrentados por el ultraje
cometido contra el cadáver de Polinices (v. 1015 y ss.), y éste, como Edipo en
su momento, creerá que se trata de una conspiración de los tebanos. Tiresias le
advierte de que no actúa con prudencia, la mejor de las posesiones humanas (v.
1050). El destino de Edipo acecha ahora a Creonte, es el destino de todos los
gobernantes impíos, que desprecian a los dioses y a sus intérpretes (la
mántica), la historia se repite, otra familia va a ser destruida. Finalmente,
Tiresias responde con el horror a la ira del gobernante, como ya ocurriera en Edipo
Rey:
"Tiresias- Y tú, por tu parte, entérate también de que no se llevarán
ya a término muchos rápidos giros solares antes de que tú mismo seas quien haya
ofrecido, en compensación por los muertos, a uno nacido de tus entrañas a
cambio de haber lanzado a los infiernos a uno de los vivos, habiendo albergado
indecorosamente a un alma viva en la tumba, y de retener aquí, privado de los
honores, insepulto y sacrílego, a un muerto que pertenece a los dioses infernales.
Estos actos ni a ti te conciernen ni a los dioses de arriba, a los que estás
forzando con ello.
Por ello, las destructoras y vengadoras Erinias del Hades y de los
dioses te acecharán para prenderte en estos mismos infortunios. Considera si
hablo sobornado. Pues se harán manifiestos, sin que pase mucho tiempo, lamentos
de hombres y mujeres en tu casa. Están unidas contra ti en alianza de enemistad
todas las ciudades cuyos cadáveres despedazados encontraron enterramiento en
perros o fieras, o en cualquier alado pajarraco que transporte el hedor impuro
por los altares de la ciudad" (v. 1064 y ss.).
Los
dioses y sus leyes han vencido. ¡Cuán distinto es Sófocles del Esquilo que
desterró a las Erinis de la pólis y que las arrinconó convirtiéndolas en
simbólicas Euménides! Creonte decidirá hacer caso entonces al adivino, por
miedo ante tan horribles vaticinios[43],
pero Creonte no posee la grandeza de los héroes de Sófocles, al final de la
tragedia no le quedará nada:
"Creonte- ¡Ay de mí! ¡Con
trabajo desisto de mi orden, pero no se debe luchar en vano contra el destino!
(v. 1105).
Temo que lo mejor sea cumplir las leyes establecidas por los dioses
mientras dure la vida" (v. 1114).
Ya es
muy tarde, la tragedia no tiene vuelta atrás[44].
Descubrimos, con la muerte de Eurídice, madre de Hemón, que Creonte cometió el
mismo acto que Agamenón, al sacrificar a su hijo Megareo para vencer el asedio
argivo (v. 1301 y ss.), una vez más entran en juego las comparaciones entre
Esquilo, Sófocles y Eurípides. Sólo Sófocles es incapaz de comprender tales
crímenes y de poner fin a la cadena de múltiples deudas de sangre que asola a
la familia de los Labdácidas. El Destino, en Sófocles, llega siempre hasta el
final.
"Corifeo- Cuando la desgracia está marcada por el destino, no existe liberación
posible para los mortales.
[...] La cordura es con mucho el primer paso de la felicidad. No hay
que cometer impiedades en las relaciones con los dioses. Las palabras
arrogantes de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago grandes
golpes, les enseñan en la vejez la cordura" (vv. 1337 y 1338, v. 1349 hasta el
final).
El mensaje de Sófocles no puede ser más claro. La
razón cae al final del lado de Antígona, totalmente. A ella la respaldarán los
dioses que por boca de Tiresias harán ver a Creonte la necesidad del
enterramiento. La respaldará Hemón que le mostrará su fidelidad siguiéndola a
la muerte. La respaldará incluso Ismene que desearía morir compartiendo con
ella la culpa.
¿Qué le queda, en cambio, a Creonte? Le abandonará
la pólis, que no asume la condena de Antígona; le abandonarán los
dioses, que le harán rectificar sus acciones; y le abandonará su familia, su
hijo y su esposa preferirán la muerte.
Acudimos de
nuevo a Knox (1983b) para apoyar nuestras conclusiones. Tanto Antígona, como Edipo rey como, por
último, Edipo en Colono, ponen en escena a personajes heroicos que no se
encuentran cómodos en la pólis, ya sea desde un principio como Antígona
o tras un largo camino de desgracias como Edipo o Creonte[45].
Las
tragedias de Sófocles presentan la pólis
y el Derecho como escenarios hostiles para los hombres frente al acogedor
espacio de la moral familiar.
VI. 2. 4- Conclusiones
Nos parece claro que Sófocles toma
partido en sus obras por el bando no político, por así decir. En Antígona, la intervención de Tiresias
sirve para demostrar que no es ella la equivocada[46].
Sus caracterizaciones de lo
político y sus representantes difícilmente podrían ser más negativas, no sólo
en un nivel lingüístico[47],
sino también en un nivel argumentativo, como hemos señalado al hablar de Antígona,
y en un nivel moral.
Llega el momento de enunciar
nuestras conclusiones por lo que se refiere al problema de la Libertad humana
en Sófocles. Creemos que se trata del autor que más se alzó contra la libertad
humana. En sus obras no encontramos ningún personaje del que pueda decirse que
es libre en ninguno de los sentidos manejados en esta investigación.
Sus obras se desenvuelven en el
espacio angular del Destino. Edipo es el ejemplo de que la capacidad humana
nada puede contra los dioses. No hay en Sófocles ningún tipo de Libertad
secundaria, ni en su sentido subjetivo ni en su sentido objetivo. Sus
personajes fracasan en cada uno de los planes que emprenden, sus habilidades no
son suficientes como para sacar nada adelante. Edipo no logrará evitar
convertirse en parricida y marido incestuoso. Antígona fracasará en su intento
de dar sepultura a su hermano. Ninguna iniciativa secundaria y subjetiva de
Libertad triunfa en las obras de Sófocles.
Ni siquiera el anciano Edipo es un
ejemplo de Libertad subjetiva ya que al final ha renunciado a todo proyecto, se
deja llevar por los dioses y sus oráculos. Su vida ha quedado reducida a la
conciencia de la necesidad estoica, pero sin ningún tipo de iniciativa.
¿Y qué decir de la libertad
secundaria en su sentido objetivo? Tal es la libertad que hemos identificado en
nuestras tesis como encarnada en el Estado. No hay rastro de ella en las obras
de Sófocles. Sófocles escribe contra los políticos y sus leyes impías. Edipo y
Creonte suponen el fracaso de la política, su ruina. El Destino en Sófocles
arruina a las personas, pero también a las ciudades que gobiernan.
Tal es la reacción antidemocrática
de Sófocles en la segunda mitad del siglo V ateniense.
Acaso el único ejemplo de
gobernante justo que encontramos en sus obras está representado por Teseo. El
monarca ateniense representa, como ya hemos señalado, un gobierno que hace
tiempo había desaparecido. Representa la pólis, cuyas leyes extraen su legitimidad de fuentes
religiosas, no el descreimiento que propugnaban los sofistas.
Sófocles no supo adaptarse al
tiempo que le tocó vivir, pero debió, por su éxito, sintonizar muy bien con las
aspiraciones de muchos ciudadanos de su época y, ciertamente, supo vislumbrar
que Atenas y su organización política peligraban. En cierta manera, la historia
le dio la razón: los nuevos derroteros por los que avanzaba la política
ateniense acabaron por precipitar su caída y derrumbamiento, en guerras cada
vez más largas y desgastadoras. La democracia empezaba a tambalearse.
[1] Seguimos la traducción española que
de Edipo rey, Antígona y Edipo en Colono ha realizado Assela
Alamillo.
[2] Dice
Griffin (1999: 77): “The only one of the three great Attic tragedians who
actually held high ellctive office at Athens, serving both as Hellenotamias
and as strategos, the only one not to leave democratic Attica and work
for foreing dynasts, the only one not to die abroad, Sophocles is also the one
who has not bequeathed to us anything which makes explicit propaganda for
democracy in the manner os Aeschylus´ Eumenides or Euripides´ Supplices”.
[3] Dice Williams
(1993: 142, 143): “Can we say that if he had stayed at home (se refiere a
Edipo), he would still have grown up to kill his father? Perhaps we can. All
that the supernatural necessity required was that in some way or another
Oedipus should come to kill his father, and if his parents had kept him at
home, then there would have been a route to the killing that started from his
being kept at home. But there could be another picture. On this, we would
rather say that if the baby Oedipus had been kept at home, then he would not have
grown up to kill his father; but since it was necessary, in this supernatural
sense, that he kill his father, it must have been necessary that he not be kept
at home”.
[4] En este sentido es también
fundamental lo señalado por Segal (1936/2001: 53): “This is not a play
about free will versus determinism. The Greeks did not develop a notion of
a universal, all-determining Fate before the stoics in the tirad century B.C.E.
The human characters are not mere puppets of the gods: no figure in Greek
tragedy is. To be sure, the supernatural elements are important: Apollo, the
plague, the oracles, Tiresias’ prophetic knowledge. But the play does not label
any of this as the certain causes of suffering. There are no gods on
stage, as happens regularly in Aeschylus and Euripides, nor is the direct
confrontation of powerful god and crushed mortal victim that occurs at the end
of Euripides’ Hippolytus and Bachae. For all its concern with
prophecy and oracles, the Oedipus has a starting modernity precisely
because these supernatural elements are not only kept in the background but are
also hidden and misterious”.
[5] Así
también Dodds (1983: 182): “[...] we think of two clear -cut alternative
views- either we believe in free will or else we are determinists. But in
fifth-century Greeks did not think in these terms any more than Homer did: the
debate about determinism is a creation of Hellenistic thought. Homeric heroes
have their predetermined `portion of life´ (moira); they must die on
their `appointed day´ (aisimon emar); but it never occurs to the poet or
his audience that this prevents them from being free agents. Nor did Sophocles
Intend that it should occur to readers of the Oedipus Rex. Neither in
Homer nor in Sophocles does divine foreknowledge of certain events imply that
all human actions are predetermined”. Es cierto, pero de ahí a afirmar que Edipo actúa como un agente
libre (Dodds: 1983, 181), hay un gran paso, lo veremos en detalle en nuestro
análisis de la obra.
[6] Dice muy
acertadamente Wadlock (1966: 151):”Thereare invisible Powers in the back-ground
and there is a secret game that they are playing; our consciousness of all this
is intense”.
[7] En este
sentido diferimos de Gomme (1962: 211): “the gods know the future, but they do
not order it: they know who will win the next Scotland and England football
match, but that does not alter the fact that the victory will depend on the
skill, the determination, the fitness of the players, and a little of luck”. Igualmente diferimos de Reinhardt
(1933/1991: 140): “Para Sófocles, al igual que para todos los griegos de la
época clásica, el destino no es jamás una determinación, sino una manifestación
espontánea de las fuerzas de lo daimónico, también allí donde ya se ha
vaticinado e incluso donde se realiza con un orden inmanente del transcurrir
del mundo”.
[8] Lo
explica Wadlock (1966: 158): “The devil is there, he presents it, and with that
his obligation is ended. He does not seek, like Aeschylus, to justofy it; and
he has none the presumption of Euripides, who dared to challenge the powers who
caused it. Sophocles is relatively detached. But critics are not quite content
to stop at this point”.
[9] Y,
efectivamente, autores como Dodds
hablan de la libertad de elección de Edipo (1983: 182): “[...] what fascinates
us is the spectacle of a man freely choosing, from the highest motives, a
series of actions which lead to his own ruin”.
[10] A propósito de los
oráculos en la obra de Sófocles, dice Kirkwood (1958:
73): “In his plays events do not take place because the oracles say that they
will; on the contrary, the oracles say that events will take place because they
are going to. There is no fatalism involved in the oracular utterance itself;
the oracles need not say why the events will take place, and they may come
about because of human character. The fulfillment of most sophoclean oracles
does, in fact, require the force of human character, thought it may also
involve divine will ”. Y sigue diciendo (1958: 77, 78): “There is no reason for
believing that Sophocles was tyrannized over the oracles, and no reason to
suppose that the presence of numerous oracles in his plays indicates a tendency
to rely primarily on the power of fact or deity, as expressed through oracles,
for his view of human life. In the great majority of cases the content of the
oracle tells as much about character as it does about divine will or fate.
Whether or not Sophocles had a personal
belief in the religious value of oracles is, of course, another matter; it is
altogether probable that he did, like most men of his day, but the evidence of
the plays is quite onconclusive”. Como
se puede ver en esta tesis no compartimos la hipótesis, enunciada aquí por
Kirkwood, de Edipo rey como una tragedia de carácter.
[11] Dice Wadlock (1966:
156): “The implication of the view just mentioned is that Oedypus pays a price
for being normal. He suffers because he has natural feelings, because he is a
man who is fond of his parents and who likes to think that his social status is
respeted; because he has enough initiative and energy to try to find out the
truth for himself. Therewas nothing extraordinary in his action; in view of the
persistent rumours it was natural for him to be worried, natural to consult the
oracle”.
[12] Disentimos de
Wadlock cuando afirma (1966: 167): “He did not write it for that, nor did he
write it in a laborious attempt to prove that the gods like giving men lessons;
nor did he write it in order to explain”.
[13] No obstante no
podemos dejar de señalar que el final de Edipo rey es altamente
controvertido ya que no es el que Sófocles ha venido anunciando durante todo el
desarrollo de la obra: el exilio. Hay muchísimas interpretaciones de este
hecho. Recomendamos a este respecto el excelente artículo de Davies, The end
of Sophocles O. T., citado en la bibliografía y en que el autor sostiene
que al final de la obra Edipo no ha aprendido nada, sigue siendo el mismo
personaje impulsivo e irreflexivo que al comienzo: “For him (se refiere a
Edipo) the outer change has been total, the inner change nil. [...] To put it
negatively he has learnt nothing” (1982: 276).
[14] Vernant
(1983: 192): “It is the gods who send back to Oedipus, as an echo to certain of
his words, his own discourse, deformed or turned around. And this inverted
echo, which sounds like a sinister burst of laughter, is in reality a
rectification. What Oedipus says whithout wishing to, whithout understanding
it, constitutes the only authentic truth of his words. The double dimension of
Oedipus’ language reproduces, then, in an inverted form, the double dimension of
the language of the gods as it is expressed in the enigmatic form of the
oracle”.
[15] Dice Knox (1964:
143), a propósito del contexto
histórico de Edipo en Colono: “In the last terrible years of mounting
despair, the dream of the funeral speech [se refiere al discurso de Pericles en
Tucídides] had turned into a nightmare”.
[16] Como muy bien señala
Blundell (1993: 288) en su excelente estudio sobre la obra de Sófocles:
“Colonus marks the `threshold´ of the underworld, the juncture between the
living and the dead, our world and Hades, mortal and inmortal, and is tus an
appropriate spot for the `turning point´ of Oedipus´ life between past and
future, life and death. But it also lies in the rural outskirts that link the
city of Athens to the wider
world. […] But the location of Colonus
outside the city proper makes it a fit meeting ground for Athens and Thebes,
both for the prophesied battle in which Athens will successfully defend itself,
and for the military and moral confrontation of these two cities within the play”.
El estudio de Blundell, deseamos decirlo ya, nos parece un ejemplo
maravilloso de lo que supone considerar las tragedias políticamente sin caer en
extravagancias ni en anacronismos.
[17] Dice
Whitman (1983: 232): “If it had been his fate alone of all men to defile what
was most sacred and to suffer for it, his suffering has invested him with
certain rights; for now he alone of all men may walk in the Atenían grove of
the Furies and not suffer”. Edipo, al contrario, que Orestes en Eumenides,
será absuelto por las Furias, esto es importante para nuestras conclusiones, en
las que trataremos de establecer una comparación entre Esquilo y Eurípides.
[18] Dice Easterling
(1967: 3): “Sophocles is an unrivalled master of contrastive technique, and it
cannot be purely accidental that he stresses Oedipus´ tender love for his
daughters immediately before and after the scene with Polynices”.
[19] En representación
de tales tesis tenemos a Knox (1964: 160): “This is a superhuman anger welling
from the outraged sense of justice not of a mortal man and father but of the
forces which govern the universe” y a Méautis (1957: 165).
[20] Blundell (1993:
299): “Athens success in
wellcoming and protecting Oedipus thus depends not only on the city´s piety,
together with its justice, honesty and strengh, but on the citizens´ openness
to persuasion and their respect for the wisw authority of the sity´s better
self. It is in direct consequence of the character that the polis is
able, unlike Thebes , to profit from the
superhuman power that Oedipus will wield as a cult hero. Athenian respect
for ambivalent chtonian powers of this kind is manifested in the cult of the
Eumenides, before whose shrine the drama is played out”. Hemos
señalado las palabras en negrita para reforzar lo que ya hemos dicho
anteriormente, la enorme diferencia de trato que dispensan Esquilo y Sófocles
al culto ctónico de las Euménides.
[21] Blundell (1993:
292): “The alternative form of Athenian piety that Oedipus demands from the
chorus will, it turns out, be displayed spontaneously by Theseus. His religious
propriety as king of Athens is exemplified by
his preocupation with the sacrifice to Posidon. […] His piety finds expression
not just in ritual observances but in hospitality to strangers and the
protection of suppliants, which are religious as well as ethical and social
imperatives (v. 1179-80)”.
[22] De nuevo, Blundell
(1993: 290, 291): “We hear much in the course of the play about the great fame
of Athens (v. 24-5, 107-8,
258-62). No one has a bad word for the city, and even Creon exploits its good
name for his own purposes (v. 758-9, 939-40, 1003-4). Certain moral values are
singled out as central to this uniquely fine reputation. Piety and hospitality
are the most prominent (v. 260-2, 1005-9), but closely associated with these
virtues, and with each other, are justice, strengh and lack of duplicity”.
[23] A este respecto,
Euben (1986: 11): “[his] juxtaposition on an idealized Athens with the city
spectators knew firsthand emphasizes the precarious nature of what has been
gaines and the proximity of loss”. Y Blundell (1993: 303): “These implicit
contrasts between the present and the glorious past-whether the mythic past of
Theseus’ day or the quasi legendary past of te Persian wars-convey a tacit
reproach to contemporary Athens. And various internal features of te play also
invite us to read it as a warning”. Estamos plenamente de acuerdo tanto con Euben como
con Blundell en que el objetivo de Edipo en Colono es la censura de la pólis
ateniense en que Sófocles pasó sus últimos años.
[24] El texto es el
siguiente: “The Athens Sophocles knew in his youth is to die, but be inmortal;
he sings of it as he remembered it in its days of greatness and beauty, and
this is who we remember it still”.
[25] Griffin
(1999: 77): “But even in this play it is hard to evade the conclusión that what
is central is not the politics of Athens, except in an ethical and very general
sense (Athens is hospitable, generous, civilized, rich in cults, favoured by
the gods), but the sufferings and destiny of the aged hero and his children”.
[26] Así Mogyoródi (1996: 359, 360, 362, 368): Cito
los siguientes textos, muy relevantes todos ellos para el tema tratado: “[...] I could be expected
to argue for the pervasiveness of necessity, as opposed to freedom, in Greek
Tragedy. But the case is quite the contrary: I agree with Dodds in considering
the `necesity versus freedom´ debate a debate about falses alternatives, but i
wish to stress the importance of both the `ancient evils´ (unlike Dodds) and
yet also the element of freedom. The greeks were well aware of
superhuman forces of causation, striking at the very heart of human endeavours,
yet `vigorous, self-assertive, emulous, ambitious, they pursued their aims in
some confidence that they could attain them. And freedom, as individuos and as
a communities, they valued above most other things´ “, p. 359. “If nothing
else, this could be ample evidence yhat there is an alternative, there
is room for choice and this for freedom [...]”, p. 360. “But whatever the
problems arising from a philosophically or theoretically undiferentiated
conception of choice, freedom, will, or free will among the greeks, the
dramatic setting, discourse, textual organization, and vocabulary underline the
fact that in this play, too, we are presented with a genuine `situation of
choice´, no `reasoned speech´ in wich the sisters explore `the pros and cons in
detail´, but there is a gradually unfolding divergence and separation of
courses of actions to be taken through an unparalleled dramatization of decision-making.
It is in the course of the process of this unfolding separation that a
discernment of what we would call `choice´ arises through their encountering an
alternative course of action represented by the other”, p. 360. “But by
emphatically choosing determination, she ambiguously asserts her freedom to
determine her own fate”, p. 368. Por último, “Action, however, should have a
momentous sense, assuming an existential gravity that is able to affect and
determine a whole course of life, the personal fate of the agent”, p. 362.
[27] Dice Knox (1964: 62), a propósito de los
versos 473 y ss.: “This is Creon, speaking of Antigone. Until the end he
mantains this confident expectation: that Antigone´s defiant mood will be
subdued, her rebellious spirit tamed. He is wrong. She is goes to her death
unrepentant. It is Creon whose will is smashed and broken. It is Creon who
gives in. In this play two characters
assume the heroic attitude, but one of them is in the end exposed and
unheroic.”.
[28] En este sentido es
muy interesante lo dicho por Trapp (1996: 75/77): “To Antigone´s insistence on
the particularity of family relationships, the responsabilities they impse, and
their emotional effects on tose party to them, Creon opposes a perception of
citizenship, collective obedience, and group loyalty in which individual tastes
and emotions can be corrected and directed according to the collective interest, and the function of
loyal citizenship of subordinate groupings. […] Equally fruitful is the further
contrast between Antigone´s more adaptable, rethorical approach to the
communication of her convictions to others, and the monotone absolutism of the
political leader”.
[29] Dice Knox (1964:
97): “She is claiming that the age-old customary rites of mourning and burial
for the dead, which are unwritten because they existed even before the
alpahabet was invented or the polis organized, have the force of law,
unwritting but unfailing, which stems from the gods and which the gods
enforce”.
[30] Dice concretamente
Knox (1964: 98): “Antigone´s speech, far from pointing forward to Plato´s Ideas
and Aristotle´s Natural Law, points back to the age-old reverence for the dead
and their protecting gods”.
[31] Segal (1995: 189) “We need not asume that
the ode is explicitly accusing Oedipus of characteristically `tyrannical´
crimes; rather, it states a condition of morality, a continget possibility of
human life, that will prove to be true for Oedipus even though he may be
legally innocent. This possibility in fact touches one of the essentially tragic
elements in the situation of Oedipus, namely that it is possible to violate
these remote laws in the aether while still being innocent of crime as definned
by man-made laws in a human court. Oedipus comes to exemplify that gulf between human phýsis (inbor character,
origins, human “nature” in both its physical and moral makeup) and the purity
of the divine order”.
[32] Segal (1995: 192,
195) “From a celestial zone of nomoi beyond mortal generation we descend to
earth-bound nomoi (agro-nomoi) as the `pasturage´ of animals, in
the mountainous places where an antropomorphic Apollo has his love-games with
nymphs, though ´long-lived´ (v. 1999), are not inmortal”, p. 192. Así también,
“ As the divine power most closely associated with Olympus and the heavens (201-202),
Zeus´ `inmortal rule´ (903-905) contrasts with the shifting, unstable rule of
Oedipus, and indeed with the rule of any turannos, always pulled back (as
Oedipus is) into the tangled network of generational violence and pollution”,
p. 195.
[33] Segal (1995), se trata del capítulo
titulado: Earth in Oedipus Tyrannus.
[34] Dice muy
acertadamente Knox (1983b, 16): “Antigone never claims to speak for the polis;
her loyalties lie elsewhere, to the ties of blood-relationship, to the gods
who, as she rightly insits, will disavow Creon´s action. She acts and speaks
for the most part as if the polis did not exist”. De
hecho Antígona sólo menciona la pólis en su indignación final mientras
es conducida a la muerte, v. 843.
[35] Knox (1964: 64) lo
ve en otros términos: “Ismene´s refusal means that she must change her plan,
and this perhaps helps to explain the bitterness of her attitude to her sister
later”. Nosotros creemos que el trato que Antígona dispensará a Ismene al
final de la obra se debe a un desprecio moral por la actitud que ha tomado
ésta.
[36] Knox (1964: 84):
“In Sophocles´Athens the traitor to the city was in fact denied the right of
burial in the land he had betrayed (though we have no record of a case in which
the relatives were foorbidden to the bury the body elsewhere)”. Y añade algo
fundamental para esta tesis en la 85: “[...] until Alexander´s conquest
replaced the small independent city with the huge kingdoms of the Hellenistic
age, every Greek citizen knew that his individual freedom, property, and
even life could be preserved only by the constant efforts and sacrifice of the
citizen body as a whole” [La negrita es nuestra]. Esto
es fundamental, lo veremos con detenimiento en las conclusiones.
[37] Dice Knox
(1964: 76): “This loyalty of hers is in fact a political loyalty not only
because the particular circumstances force her to choose between family and polis,
but also because historically the strong, indissoluble tie of blood
relationship had in earlier times, through the genê, the `clans´, been
the dominating factor in the citizen´s social and political environment. It was
much older than the polis, and in democratic Athens still
showed on every side signs of its continued power as a rival and even a
potential danger to the newer civil institutions and forms of organization. It
is no accident that the foundation of Athenian democracy was Cleisthenes´
reorganization of the citizen body in local as opposed to family units”.
[38] Dice Knox (1964:
75): ”The prevailing view of them is that the play presents a contrast between
a religious (Antigone´s) and a political point of view (Creon´s). But this
oversimplified. Antigone´s defiance of the polis is a political as well
as a religious action, and Creon´s exposure of the body of Polynices stems from
religious as well as political convictions”.
[39] Dice Knox (1983b:
15): “To an audience which probably believed, with Herodotos, that the gods had
punished al Salamis and Platea the Persians who burned and sacked the temples
on the Acropolis, Creon´s religious beliefs, like this political principles,
would have occasioned no surprise, still less objection”.
[40] A este respecto es
muy interesante lo manifestado por Coleman (1972: 1): “In Atic tragedy the
choral odes were always intended to have an organic relation to the drama as a
whole. They are not mere intermezzi inserted to relieve tension and allow the
audience to relax between succesive steps in the real business of the drama,
but serve rather as lyrical commentaries on what is happening on the stage,
inviting us to the emotional response appropiate at that point in the action,
and to reflect upon certain ideas and concepts implicit in the events
themselves”.
[41] Respecto a la
actitud de Antígona hacia Ismene, Knox da una explicación que en parte coincide
con la que nosotros sostenemos (1964: 65): “In the dialogue which follows she
is just as harsh to Ismene as she was to Creon. This is of course
partly due to the fact that she is trying to save Ismene´s life by impressing
on Creon that her sister had no part in the defiance of his orders. [...]
She keeps her promise (v. 70), that she would not accept Ismene as an
ally even if she changed her mind; Antigone is resentful of the sister whose
cowardice forced her to abandon her plan for a proper burial of the body, and furious
at the thought that the glory for which she gives her life might be shared with
an unworthy sister. For this glory is all she has”. La negrita es nuestra.
[42] Knox nos da
informacion importante acerca de la muerte que recibirá Antígona (1964: 72):
“[...] he is refering to some primitive belief that such a meted of execution
(presumably because it avoids actual bloodshed) absolves the city (v. 776) and
himself (v. 889) from ritual pollution”.
[43] Dice Knox
(1964: 75): “There is no other scene quite like this in all Sophoclean drama.
It is true that the blind prophet is a awe-inspiring figure and his prophecies
terrifying, but Oedipus tyrannos was faced by the same prophet and ever
more dreadful prophecies; far from breaking his spirit, the confrontation
served only to raise him to new hieights of self-assertion and obstinacy”.
[44] Dice Knox (1964: 75): “Oedipus in his blindness,
pollution, and misery asserts himself again as a powerful imperious
personality, but Creon at the end of the Antigone is a wailing wreck of a man, stripped of
dignity”.
[45] Knox (1983b: 26,
27): “The polis, as Sophocles had his chorus sing in Antigone, is a
human invention, perhaps man´s greatest creation, but it is no more than that.
Such an attitude would not be out of place in a poet who was “the last great
exponent of the archaic world view” but it is a little unexpected in a man
whose life was such an exemplary record of full participation in the highest
councils of the city´s feverish activity. […] For Sophocles […] the polis also,
has become a problem”.
[46] Dice Parker (1997: 154): “A famous
chorus in Sophocles´ Antigone goes even further in portraying the
Labdacid house as one in which not so much guilt as suffering is endemic over
the generations. (Antigone, in fact, is perhaps the closest that the Attic
stage offers to an inocent victim born of an unlucky stock. But even she has
inherited a dangerous temperament from her father which has contributed to
her downfall)”. Esto no es casual ni
mucho menos. Así también Pelling (1997: 227, 228): “Are there cases
where the questioning goes further, instances where the exploration leads the
audience to feel dissatisfied not merely with reality but with conventional
ideal? Surely there are. Antigone, far instance, explores the
limitations of a ruler´s insight into, and control over, question of religion;
[...]. Both (se refiere también al Filoctetes) are cases where the
authority of the state might normally be taken as read; but both take examples
where the moral rights and wrongs are antthing but straightforward”. Yo
añadiría también Medea a esa serie de obras que cuestionan el ideal
ateniense, pero por distintos motivos que luego veremos. En el mismo sentido
tenemos a Trapp (1996: 80): “Then, with the arrival of Tiresias in line 988,
the play delivers its shock: the authority of the gods themselves, mediated
through a human seer, proves Creon to have been wrong and Antigone, if not
wholly in the right, at least to have been aiming all along at a right outcome,
and to have been more the victim of another´s wrong choice than of her own”.
[47] Así lo ve Pope
(1986: 14): “For example Creon´s edict is decribed as `the tyrant´s
decree´ by Ismene who disapproves of it (Ant. 60), `the
king´s law´ by the more complaisant chorus (Ant. 382).
Laius is tyrannos several times, but basileus when being praised
as `the best of men’ (OT 257). Oedipus himself, normally tyrannos,
is called basileus by the chorus when they remember how he saved Thebes (OT
1202). Elsewhere, tyrannos is plainly bad, being bluntly denounced as bred
of hybris or otherwise used in the context of money, power and
absolutism, whereas basileus carries royalist sentiment”.
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