La película, como ya en su momento la novela, representa una serie de valores elitistas que explícitamente se asocian al individualismo y al anti-populismo, a saber, el talento reside en escasos individuos, mientras que la mediocridad reside en las masas.
Filosóficamente, tales posturas intelectuales, políticas y estéticas encajan a la perfección en la estela de pensamiento del célebre filósofo español Ortega y Gasset, cuyas obras gozaron de gran popularidad en su tiempo, incluso en el mundo angloparlante. La teoría de Ortega es sencilla: cuando las masas lo gobiernan todo, el imperativo moral por excelencia es la destrucción de todo rastro de talento, por eso el nuevo arte (dirigiéndonos ahora al ámbito de la estética) es tan impopular, porque su incomprensión por parte de la mayoría pone a las masas frente a frente con su vulgaridad, su ineptitud y su absoluta falta de brillantez y genio.
La postura orteguiana se encuentra en la película fielmente encarnada en el personaje del crítico que encabeza las campañas periodísticas para la destrucción profesional y personal de un visionario y genial arquitecto: Howard Roark. Siempre he sido una firme opositora de las tesis orteguianas por su elitismo irracional y recalcitrante, pero una cosa es cierta, el talento se persigue en casi todas las épocas con una ansiedad y una crueldad que hacen imposibles negar la evidencia que presenta, por seguir con nuestro cinematográfico ejemplo, la citada película.
Ahora bien, a mi juicio, tanto la película, como la teoría orteguiana del arte (así como de la sociedad y de la política), si bien parten de realidades evidentes como el triunfo aplastante de la mediocridad, yerran en su análisis e identificación de los factores que llevan a ello, y yerran, al menos en el caso orteguiano, de forma absolutamente interesada, y es aquí donde su trabajo es más denunciable que en ningún otro aspecto, puesto que incurre en el mayor delito en el que puede incurrir la filosofía: la ocultación de la verdad provocada por intereses mezquinos de naturaleza socio-política. Dicho de otra forma, Ortega conoce bien el problema, pero equivoca de forma deliberada el diagnóstico.
La cuestión principal, llegados a este punto, es bien simple: ¿realmente las masas, el pueblo, o como quiera llamársele, es el problema, como nos muestra la película que estamos analizando o como no dudó en sentenciar Ortega? Sinceramente pienso que no. La lucha no se da entre la mediocridad de las masas y el talento de unos pocos hombres marginados por su genio. El debate se da y siempre se ha dado entre el talento de unos y la general mediocridad de las elites que se encuentran en el poder, salvo notables excepciones que no hacen más que confirmar la regla. De hecho, el nuevo arte que reivindicaba Ortega es ahora la norma y la marca de la excelencia, y las "masas" que según Ortega lo despreciaban, gastan ahora su tiempo libre en acudir a ARCO para contemplar toda clase de sandeces o en asistir a las diversas exposiciones y galerías que dan cabida a tales obras. La verdadera cuestión es que las masas jamás han dirigido nada, ni siquiera el gusto. Son ciertas élites las que propician que ciertas personas triunfen, a pesar de su mediocridad, mientras precipitan a unos pocos más válidos al fracaso o a la muerte civil.
Tanto Ortega como la película se equivocan atribuyendo a las masas un poder del que carecen. Sólo quienes tienen el control de la industria, del poder y, en general, de la creación de ofertas en cualquier ámbito de la existencia humana, ejercen el monopolio que permite cerrar el camino a nuevas, o simplemente más valiosas, opciones. De hecho, en la obra cinematográfica que estamos examinando, no se deja de hablar del poder del gusto de las masas, pero lo que vemos es que son los académicos, magnates de la prensa, constructores y demás personajes de poder, los que impiden que el genial arquitecto protagonista triunfe. Lo que Ortega presentaba como una lucha de la élite frente a la masa, no deja de ser una lucha encarnizada por parte de la élite vigente para impedir que otros lleguen a su cúpula y amenacen su posición de privilegio, como en ocasiones se deja caer en los diálogos de la película sin darse cuenta de que tales afirmaciones les hacen incurrir en una flagrante contradicción con respecto a su tesis principal, la de culpar a las masas. Y toda vez que una élite logra hacerse con el poder, la tendencia es impedir el acceso a todo aquello que puede superarla y, en consecuencia, relegarla, y es aquí donde la honestidad, la nobleza y la grandeza se convierten en valores altamente deseables y necesarios para una sociedad bien articulada: la honestidad de reconocer el talento y dejar que triunfe, aunque conlleve la propia desaparición o simplemente el dejar lugar para que otros tomen el relevo. No se trata, pues, de que las masas elijan sistemáticamente lo más vulgar y falto de calidad, se trata de que sólo se ofrece eso de una forma masiva. Las élites son las que imponen la mediocridad con la sencilla estrategia de saturar el mercado con ella sin dar cabida a otras alternativas o condenándolas sin más al mercado de lo alternativo, reducido e independiente.
Ortega, ejemplo de élite social e intelectual en su momento histórico, no deseaba un arte anti-masa, simplemente deseaba el monopolio para un nuevo gusto artístico, que encajaba además con su frívola concepción de la existencia, como efectivamente ha sucedido. De la misma manera, y por seguir con ejemplos filosóficos muy tratados y denunciados en este blog, los rebeldes y supuestamente independientes pensadores posmodernos son ahora el producto estrella de la filosofía, porque así lo desean ciertas élites intelectuales y universitarias. Algo similar ocurre con la política, con la prensa, con la televisión, con la música, con el arte, con la literatura..., no triunfa la basura porque sea lo que la gente quiere, sino que se consume masivamente basura porque es lo que se promociona, porque es en lo que se invierte y porque es a lo que se reduce la oferta, ahogando económicamente, o dejando un margen de actuación y mercado muy pequeños, para todo aquello que se salga de ese espectro dirigido por unos pocos.
En conclusión, podría decirse que, efectivamente, el talento se encuentra y se ha encontrado siempre en peligro debido al acoso de la mediocridad, pero son las élites quienes perpetran dicho acoso y, afortunadamente, no siempre ganan, y, en ocasiones, las grandes obras de los hombres pueden vencer la barrera de las élites y dirigirse al gran público, ganándoselo, o, al menos, llegando a una cantidad simbólica de personas que no dejarán de apreciarlas y admirarlas en lo que valen.
Quizá el problema es que el talento tiene muy pocas oportunidades frente al poder socio-económico de unos pocos, y la tan cacareada y denostada masa pocas veces tiene la oportunidad de conocer ciertas ofertas, igual que pocas veces tiene la ocasión de demostrar su propio talento, ya que nunca se le ha permitido dirigir nada. Incluso el marxismo, doctrina popular por excelencia, no deja de ser una doctrina que deja el poder político en manos de una élite: la vanguardia del proletariado, es decir, los jefes de turno del partido comunista.
El problema es que realmente la gran mayoría de las personas jamás han tenido una oportunidad, en ninguna época y debido a terribles obstáculos de naturaleza socio-económica que hacen del triunfo un acto sumamente heroico, pero lo cierto es que los Estados, los gobiernos, los países, las industrias, las empresas... se sostienen todas ellas por el trabajo de esa masa de la que tan despectivamente hablaba Ortega, por lo que, en términos de eficacia, nada se sostendría sin ella, y eso, en un mundo en el que además de trabajar tienen que aguantar el desprecio de los más poderosos social, económica e intelectualmente, no deja de ser un talento ante el cual no hay otra opción que descubrirse. Para acabar, si bien el genio ha logrado abrirse paso en numerosas ocasiones, a pesar de las dificultades, lo que sería algo absolutamente novedoso es que esa masa empezara por fin a manifestarse y a reivindicar el poder que nunca ha ejercido, frente a políticos, académicos y demás élites imperantes, negándose a consumir lo que tan interesadamente se les ofrece y oferta como única opción. Podría ser un fracaso, es cierto, pero, al menos, sería un fracaso en términos inéditos.
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