Uno de los principales problemas que aqueja a las discusiones acerca de la sociobiología es, sin duda, el componente ideológico que suele lastrarlas. De hecho, el problema de la sociobiología es que se trata de una corriente pseudocientífica que pretende hacer pasar por conocimiento biológico lo que no son más que fines ideológicos de naturaleza absolutamente demencial. Cuando Wilson publicó su libro en los años 70 dejaba bien claro su objetivo: se trataba de reducir todo el campo del saber humano a una cuestión de genética y de condicionamientos biológicos. Pero existen muchas cuestiones que los sociobiólogos son incapaces de abordar:
- El hecho de que la evolución biológica apenas ha sufrido cambios sustanciales respecto a los restos fósiles, y nos referimos a estructura ósea y capacidad craneal, mientras que la evolución cultural ha desbordado cualquier expectativa.
- Este primer hecho está muy relacionado con el segundo: la extinción de especies con capacidad craneal superior a la nuestra, caso de los Neandertales, debida, según las hipótesis más fiables, a su menor capacidad cooperativa, como el mismísimo Ardrey, en ningún modo sospechoso de ideologías pacifistas o igualitarias, se ve forzado a reconocer en sus libros. Es decir, la evolución del hombre sería ante todo significativa en lo cultural, no en lo biológico, y esto se debería a una estructura social fuerte que posibilitaría este desarrollo.
Otro hecho que suelen olvidar los sociobiólogos, y sus exaltados seguidores, es que lo que se les pretende discutir no es la afirmación de ciertas cuestiones de carácter biológico, sino las conclusiones fraudulentas que se extraen de esos datos. Un ejemplo, la cuestión de las razas. Es evidente que existen características raciales que diferencian a unos grupos humanos de otros (si bien la existencia de una raza pura es una mera utopía propia de las fantasías de mentes que funcionan con esquemas irracionales y mitológicos). Ahora bien, el problema se encuentra en la significación que se pretenda dar a este hecho. Ese sí es el gran fraude de la sociobiología, pretender que la existencia de características biológicas diferenciadas o de genes especializados puede conducir a diferencias en la inteligencia individual, en la cultura o en la articulación de las civilizaciones. El problema, y es algo que los sociobiólogos se niegan a entender, es que la biología no es más que una ciencia que estudia ciertos aspectos del ser humano, pero en ningún modo puede aspirar a ser la gran explicación de nuestra historia, nuestra cultura, nuestra economía y nuestro progreso.
La sociobiología es fácilmente rebatible con argumentos de naturaleza histórica, biológica y filosófica. No sólo el hecho de que la mayor parte de los mayores adelantos de la humanidad, como la ciencia y la filosofía, surgieran en condiciones en las que la comunicación entre diferentes razas y culturas era posible sobre todo gracias a la existencia de la circulación marítima, sino también el hecho de que lo que los sociobiólogos pretendían hacer pasar por determinantes biológicos no eran más que consecuencias de situaciones de pobreza y precariedad educativa (es el caso de todo lo relacionado con el Cociente Intelectual, que se usó durante mucho tiempo para marcar a poblaciones cuyo acceso a la educación y a los recursos era muy inferior a la de las clases acomodadas).
La gran falacia sociobiológica es considerar al ser humano como un ser exclusivamente natural, olvidando que la historia de la humanidad es una historia de lucha contra la naturaleza, contra los condicionamientos naturales que nos venían impuestos por la biología. La historia de la humanidad desborda ampliamente cualquier explicación biológica que pretenda darse para agotarla. El instinto natural no explica que nos organicemos en sociedades complejas, que haya personas que arriesguen su vida para derrotar a un poder tiránico, no explica el altruismo ni la cooperación ni la valentía, todas ellas virtudes muy perjudiciales para la salud. De hecho, pretender hablar de derechos raciales, gran objetivo de todos los nacionalismos, no hace más que incidir en la biología frente a una realidad mucho más dura y tajante: las diferencias económicas que hacen imposible hablar de un grupo humano organizado en función del color de su piel, por ejemplo. Estas falacias, en las que últimamente caen tanto la izquierda como la derecha, quedan desacreditadas cada día en la calle y en la vida real. ¿Qué tienen en común una mujer desempleada, divorciada y con hijos que debe sacar adelante con la directora del Banco Santander? Poseen el mismo aparato reproductor, pero más allá de eso nada tienen en común social o económicamente. Un negro que llega a presidente de los Estados Unidos tiene mucho más que ver con cualquier individuo de raza blanca de alto nivel social que con cualquiera de las pobres personas que deben inmigrar al extranjero huyendo del hambre y de la miseria.
Así que las cosas están claras: la existencia de genes o de diferencias raciales no implica nada en el ámbito socio-cultural, son las diferencias económicas las que condenan a un grupo de población a un determinado destino y no a otro. La sociobiología ha de ser denunciada porque su pretensión, desde su nacimiento, no es la de dedicarse a la investigación de cuestiones biológicas, sino la redirección ideológica, con total ilegitimidad, de ciertos datos biológicos. Caer en la discusión estrictamente biologicista es caer en su trampa, porque de lo que se trata es de que, en cuanto a la humanidad se refiere, tienen mucho mayor peso la economía y la cultura, antes que la naturaleza, la biología o la genética.
Lo que se esconde detrás de estas teorías reduccionistas es un tremendo odio por parte de personas acomplejadas que temen que su situación socioeconómica privilegiada, que deben sólo a la suerte de su nacimiento y no a ningún mérito intrínseco, se vea amenazada por los constantes cambios sociales y de población a los que asistimos en las sociedades occidentales. Este miedo y este odio son los que promueven que intenten buscar una estabilidad para su hegemonía, y la buscan desesperadamente en genes, razas, alturas o tamaños de "miembros" (en los que la raza blanca sale perdiendo, gran paradoja sociobiológica). Bromas aparte, se trata de revueltas patéticas contra la realidad y de medidas desesperadas que no tienen ningún fundamento teórico o científico serio, pero que, desgraciadamente, causan mucho efecto en mentes débiles y acomplejadas permeables a todo este tinglado genético que sirve para que seres insignificantes se crean superiores en función de argumentos metafísicos, mitológicos y absurdos. Es por esto que la sociobiología debe ser denunciada con gran rigor, porque su ignorante público fácilmente puede dedicarse a azuzar estallidos de violencia irracional contra todo aquel que sea diferente en apariencia. Nada más lejos de la ciencia que las emociones, de odio o de miedo, y que el intento de extrapolar los conocimientos científicos para ponerlos al servicio de ideologías absurdas y míticas, como el Nazismo, teoría folklórica que funcionaba con mitos absurdos, como el de la raza aria, y con componentes ocultistas que dan vergüenza a cualquier persona inteligente, y que, lamentablemente, sólo tuvo relevancia histórica porque supuso uno de los mayores movimientos asesinos que, vergonzosamente, contó con el apoyo inicial de los líderes soviéticos y con la pasividad de los líderes europeos, que sabían de la situación de demencia en la que entró la política alemana a partir de 1933, en ese bochorno que fue para la humanidad todo lo que rodeó a la segunda guerra mundial. Aprendamos de los errores.